Viernes 04 de Octubre de 2024
40 años de Malvinas

“Está la frustración de saber que no alcanzó, que se hizo todo lo que se pudo y no fue suficiente”

Carlos Felizzola fue uno de los tantos soldados que con solo 19 años viajó con lo puesto. “Íbamos como a una aventura, pensábamos que los ingleses nunca iban a venir y que íbamos a conocer Malvinas”, recuerda en una charla cargada de emociones.


  • Domingo 03 de Abril de 2022
Carlos Felizzola

Hoy, 2 de abril, se conmemoran los 40 años de la Guerra de Malvinas. Este constituye uno de los episodios más controvertidos y difíciles de abordar de nuestra historia reciente, el único conflicto bélico que el país libró durante el siglo XX. La guerra fue producto de la decisión de un gobierno de facto con el apoyo de buena parte de la sociedad. Los soldados que fueron a las islas eran jóvenes que estaban terminando el Servicio Militar Obligatorio; ellos dieron -con tan sólo 19 años- la vida por la patria. Los relatos de quienes volvieron al continente son estremecedores, sólo ellos saben lo que les tocó atravesar.

Nuestra ciudad rinde homenaje permanente a los héroes de esta guerra en el Cenotafio de Malvinas (donación del Padre Fernández), réplica exacta del Cementerio de Darwin en el cual descansan nuestros caídos. Y es el Cenotafio el lugar que cobija a los veteranos, que permite que los familiares recen junto a las cruces con los nombres de sus seres queridos, que los argentinos recordemos nuestra historia reciente y tengamos memoria con acciones de paz. Es en el Cenotafio donde se encuentra el Hércules, un avión en el cual los veteranos quieren crear un cine temático. Uno de ellos es Carlos Felizzola con quien tuvimos la posibilidad de conversar y traer al presente sus recuerdos más profundos.

¿Cuándo y cómo te enteraste que te tocaba ir a Malvinas?

Primero tendría que contarte que yo creí que no iba a hacer el servicio militar porque me tocó en el sorteo un número bajo. En aquella época se sorteaban los números y si tenías menos de cierta cantidad no hacías el servicio militar, pero si te tocaba otro número ibas a la Marina, a la Fuerza Aérea, o al Ejército. Yo saqué el 320; el año anterior se habían salvado hasta el 357. El mío era un número relativamente bajo pero esto tenía que ver con la cantidad de aspirantes que había para hacer el servicio. Recuerdo que me presenté en el cuartel, vino un sargento y me preguntó qué número tenía. Le respondí 320 y me dijo póngase en esa fila porque le vamos a firmar el documento y usted se va, el 320 es número bajo. Yo estaba feliz, te imaginas, haciendo planes para lo que iba a hacer el resto del año. A los 45 minutos aproximadamente vuelve este mismo sargento y me dice: ¿qué número tenía usted?... A no, 320 la hace, 319 se salva. Vale decir que no solo por un número hice el servicio militar obligatorio, sino también que fui a la guerra. Cumplí con mi deber por casi un año, me fui del servicio en la anteúltima baja, y regresé a mi casa para disfrutar la vida nuevamente de civil. Y a los 15 días me llega un telegrama que decía presentarse urgente en el cuartel. Entonces yo les dije a mis padres: voy a ver que quieren y vuelvo; y no volví más. De ahí al sur.

¿Ese día te avisaron que ibas a Malvinas?

La realidad es que había mucha desinformación. Se corría el rumor de que nos íbamos para el sur, pero todo era muy vertiginoso. Mis padres fueron al cuartel debido a que yo no volvía, pero no les daban información. El clima estaba muy revuelto. Y a los dos días, después de ponernos todo el equipamiento y cortarnos el pelo peor que la primera vez, armamos los bolsos enormes que teníamos que llevar con nuestras pertenencias que pesaban más de 20 kilos y nos fuimos al sur, a Comodoro Rivadavia en un avión de Aerolíneas Argentinas. Recuerdo que cuando lo vi dije: por fin voy a viajar en un avión, voy a cumplir mi sueño. Y cuando subí observé que no tenía asientos y estábamos todos en el piso; mis rodillas hacían de respaldo del que estaba adelante. De ahí nos fuimos a Malvinas, llegamos como a las 3 de la mañana, bien de madrugada y con un viento enorme.

Antes de describir tu llegada a las islas quisiera saber qué llevabas en tu bolso y si te pudiste despedir de tus padres.

En el bolso tenía otra muda de ropa, otros borcegos, otras botas, raciones de comida, los elementos de higiene que duraron muy poco, medio paño de carpa porque te juntabas con otro compañero y entre los dos armabas la carpa, y la bolsa de dormir.

Y con respecto si me pude despedir; no. No. Mis padres directamente vieron un micro salir hacia El Palomar, y yo ni siquiera los divisé donde estaban porque era una multitud de gente en la puerta del cuartel. De ahí al avión y luego a Malvinas.

¿Con qué te encontraste cuando llegaste a las islas?

Cuando llegamos a las 3 de la mañana había un movimiento enorme de aviones y de personal, gente, soldados. Y tratamos de descansar; dormimos al costado de la pista improvisando con el medio paño de la carpa una especie de frazada. El primer impacto fue el frío. Allá el promedio en esa época es de 20 grados bajo cero, entonces el cambio fue muy notorio. Descansamos lo que pudimos y nos fuimos hacia las posiciones donde finalmente nosotros íbamos a estar, que era cerca del monte Dos Hermanas.

¿Qué fue lo primero que les tocó hacer?

Lo primero que nos tocó hacer fue el pozo de zorra o la trinchera. Esos primeros días, hasta que hicimos nuestros pozos, dormíamos en la carpita; pero para tener el pozo teníamos que cavar con una palita chiquita como de camping en un suelo que es turba, absolutamente duro porque son como raíces compactas mezclado con arcilla. Esto nos costaba un esfuerzo enorme. La posición es de uno solo, entonces tenes que cavar como 1,50 metros, y lo logrado pasa a ser tu vivienda después, no sólo tu protección porque se hacen los pozos para estar a nivel del suelo por los bombardeos, las esquirlas, las balas.

Al principio íbamos como a una aventura; nosotros teníamos 19 años, pensábamos que los ingleses nunca iban a venir, y que íbamos a conocer Malvinas. Pero cuando pasaban los días nos pusimos de acuerdo con un compañero y comenzamos a hacer un pozo más grande, porque no quería estar solo si comenzaban los bombardeos. Y, efectivamente, el día 1º de mayo comienzan los bombardeos y terminamos cinco compañeros, todos abrazados, con mucho miedo, en el pozo. Así nos enteramos, efectivamente, que había comenzado la guerra y que nosotros éramos parte de esa película.

¿Contaban con la cantidad necesaria de raciones de comida, de ropa?

Nada fue suficiente. El clima en las islas es muy hostil y cuando hacías el pozo el agua brotaba de las raíces; no estaba húmedo, era agua literal. Entonces las botas de cuero reforzadas se mojaban, los pies se enfriaban y esa mojadura no te la podías sacar con nada.

Igualmente, todo ese tipo de cosas, aunque a la gente le cueste creerlo, pasaban a un segundo plano porque había otras prioridades como salvar la vida. Pasábamos frío, teníamos hambre, las comidas eran una vez al día porque era difícil que llegaran los alimentos a donde estábamos nosotros. Al principio veníamos bien, pero después la cosa se complicó. Yo bajé 20 kilos en esos 70 días; ese fue el promedio de peso perdido por todos. Volvimos desnutridos, con un hambre bárbaro. Yo soñaba con la comida. Me acuerdo que le escribía a mi mamá y le decía vieja quiero comer milanesas, quiero comer asado. Allá comíamos un guiso, que ni se lo que tenía, con la carne de las ovejas que había por ahí en medio de ese campo, de esa inmensidad de la zona.

¿Cuánta gente conformaba tu escuadrón?

En total éramos 150. Cada uno con tareas puntuales.

¿Dentro de ese número estaban quienes se encargaban de la comida también?

Había cocineros que se encargaban de la cocina de campaña, que era un pequeño tráiler con una olla enorme donde se hacía el guiso. Nosotros decíamos: que la bomba caiga en cualquiera lado menos en la olla.

Qué difícil debe haber sido…

Yo ahora te lo cuento con total naturalidad, pero estuve 20 años sin decir ni una palabra. Y como nací un 2 de abril estuve muchos años sin querer festejar mi cumpleaños porque las emociones se me mezclaban (su voz se corta, y una inhalación profunda permite que el aire nuevo ayude a que las palabras fluyan); por un lado, creía que no tenía nada que festejar, pero, por el otro, mi familia me explicaba los motivos por los cuales sí. Y me llevó 20 años empezar a hablar, empezar a acomodar los pensamientos y las emociones hasta que le encontré un sentido a esto de poder brindar mi relato en las escuelas desde otro lugar. Yo hablo de Malvinas desde el amor por lo nuestro, de los valores, la honra, lo que han hecho nuestros héroes. Yo hablo así porque mucha gente nos dice héroes a nosotros, pero los verdaderos héroes son los que murieron por nuestro país. Todos dimos algo, pero ellos lo dieron todo. Ellos dieron un ejemplo de amor por nuestra patria, entregaron sus vidas a cambio de nada, por amor genuino, sin segundas intenciones o dobleces. Ese tipo de amor vale la pena ser difundido.

¿Quién o quiénes quedaron en Malvinas? Amigos, compañeros…

Claro que sí, y siempre me gusta nombrarlos. Seis compañeros perdí. Voy a decir sus apellidos: Ron (un nuevo silencio largo y profundo gana la charla), Cabrera, Chávez, Gabrielli, Torres y García Cañete. Cada vez que los nombro, esté donde esté, es imposible que no me emocione porque son mis compañeros, sin desmerecer al resto, pero ellos estaban conmigo. Yo siempre imagino que hay un gran balcón en el cielo, desde donde ellos se asoman y al mirar para abajo dicen: mirá que bueno allá en Pilar están hablando de nosotros. Y esto me gusta, me ayudó a encontrarle la vuelta a lo vivido.

¿Cuál fue tu momento más difícil en la isla?

Hay varios. Siempre el más difícil era cuando nos enterábamos que faltaba uno. Pero recuerdo un día que lloré mucho… (su voz se corta nuevamente y después de un ay Dios continúa su relato), fue durante un bombardeo que fue sin avisar -muchas veces se hacía correr la alerta roja de bombardeo, pero para éste no- y pasó un harrier mientras estábamos nosotros comiendo el único plato del día y tiró una bomba de media tonelada que pegó en la cima de la montaña y nosotros estábamos al pie, si el piloto hubiera apretado el botón 10 milésimas de segundos más tarde nos mata a todos. Recuerdo que volaron pedazos de piedras y turba por todos lados y que la tierra tembló de una manera que no puedo describir. Esas bombas al caer dejan un cráter en el que pueden caber 50 personas paradas adentro. En ese momento, al querer salir de la situación, se me cae mi único plato de comida… (Carlos pide perdón porque un nudo en la garganta le impide continuar), eso me dolió porque sabía que hasta el otro día no iba a comer. Y también está la frustración de saber que no alcanzó, que se hizo todo lo que se pudo y no fue suficiente.

¿Cómo fue volver?

El regreso fue con un buen trato, yo volví prisionero en el Camberra (barco inglés). Nos trajeron hasta Puerto Madryn sin entender cómo íbamos a pelear gratis, porque ellos eran militares de carrera. Es más, había un inglés que hablaba español y nos contaba que para él había sido muy beneficiosa la guerra porque iba a cobrar una buena pensión a su regreso. A nosotros en el barco nos trataban muy bien, nos alimentaba, y si había oficiales y demás los hacían limpiar la cubierta del barco.

Cuando llegamos a Madryn y bajamos del barco, el pueblo de Madryn nos recibió muy bien y tanto nos atendieron que ese día la ciudad se quedó sin pan; la gente nos daba lo que tenían porque sabían del esfuerzo que habíamos hecho. Al llegar al Palomar no pude ver a mis padres inmediatamente porque nos guardaron, no querían que hablemos nada, nos cambiaron de ropa, nos pusieron un poco en condiciones, nos dieron de comer y algunos de los compañeros se descomponían debido a lo cerrado de sus estómagos por tanto tiempo.

Y el reencuentro con mis padres fue increíble. Al llegar había desinformación, dolor, compañeros ausentes, no se sabía nada, era una locura, mis viejos me buscaban y les decían que estaba en tal o cual hospital. Finalmente me encuentro con ellos y el abrazo fue eterno.

Tanto a Carlos como a mí, pantalla de por medio, se nos llenan los ojos de lágrimas. Sólo él sabe lo que le tocó atravesar allá en las islas, sólo él sabe la batalla que libró después. El amor y la fe fueron sus bastiones en las largas y frías jornadas defendiendo el suelo argentino; el amor de su esposa e hijos lo impulsan cada día a seguir adelante; el amor y el respeto por quienes dieron la vida por la patria lo motivan a dar testimonio de lo acontecido. 40 años después hacemos memoria desde la paz y con la palabra.

 

FICHA PERSONAL

Fecha de nacimiento: 2 de abril.

Lugar donde naciste: Capital Federal, Flores.

Tu familia está conformada por: mi esposa Alejandra y tres hijos, Nicolás el mayor, Carla la del medio y Romina la más chica. Nicolás y Carla están en Australia; Romina volvió al país antes de la pandemia.

Actividad laboral: Jubilado. Yo trabajaba en el cenotafio dando las charlas para las escuelas, con algunos desafíos como traer el Hércules para el cine temático que queremos armar, el Mirage, la renovación de las cruces, mucho trabajo que se ha realizado en ese lugar.

¿Algún hobby en particular?

A mí me gusta todo lo audiovisual. Hice la carrera de producción de cine y televisión. Eso es lo que me apasiona, aunque también me gusta mucho la música. Si ves allá arriba tengo unas guitarras (invita a observar los instrumentos que cuelgan de una de las paredes del espacio en el cual se encuentra, la imagen también descubre una silla de director de cine y varios elementos vinculados a sus pasiones).

¿Qué actividad o acción tuviste puntualmente en Malvinas?

Era parte del escuadrón de exploración blindado 10 y mi función era tener un fusil, era un soldado raso, y debía defender la patria.


Clarisa Bartolacci

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