Carlos y Daniela tuvieron una relación de ensueño en su país, pero lo que inició como un viaje vacacional derivó en la ruptura amorosa de esta pareja. Hoy están juntos nuevamente, pero el camino no fue fácil, ni corto.
El amor, ese sentimiento que engloba dentro de su inquebrantable espacio infinito, una fuerza que destina a permanecer unido todo lo que engrana. Es esa sensación que rebasa los obstáculos que la vida, caprichosamente opuesta a la felicidad, pone en el camino. La historia que contaré a continuación, da fe de la omnipotencia que emana un romance real, testimonio de lo que puede hacer –y hasta dónde puede llegar- una persona hechizada por este sentimiento.
Carlos y Daniela, mis dos mejores amigos (capricho del destino), tuvieron un romance en Venezuela. El noviazgo más pulcro y sincero que han visto mis ojos. Carlos daba la vida por ella, Daniela se sentía la mujer más feliz del universo con su complemento.
Carlos hubiese puesto la luna a los pies de Daniela, si ella se lo hubiese pedido. Daniela podía estallar de felicidad con las alegrías que le daba su novio. Él la hizo sentir la mujer más perfecta del mundo, pues ante los ojos de Carlos no había mejor sensación que mirar la sonrisa de su pareja. Fue un romance sanamente envidiado por unos y admirado por otros.
Esta relación, impresionantemente profunda, se vio interrumpida el 22 de julio del 2017. Por motivos familiares Daniela se fue del país, viajó a Brasil con destino a Uruguay, en lo que se planificó como dos semanas de vacaciones. Mi mejor amigo la esperó, los 15 días se cumplieron y su novia no regresó, aunque lo deseaba con su alma. Carlos no perdió las esperanzas. Pensó en una maniobra para recuperarla.
Daniela no se planeó dejar a su novio, pero así se comportó el destino de retador. Los meses pasaron y la distancia fue deteriorando la conexión de esta pareja, a tal punto que decidieron terminarla.
Una línea de acontecimientos la llevaron e ella a establecerse en Uruguay y meses después desplazarse a Argentina. Empezó en Buenos Aires lo que sería una restauración de sentimientos, en contra de su voluntad. Avanzaba junto a su mente, una imposición sobre su corazón. Carlos en Venezuela, con su esperanza intacta, le hizo frente al destino. Si perdía al amor de su vida, no sería sin haber luchado.
Fue así como después de un año de la separación, mi mejor amigo me planteó salir de Venezuela y venir a Argentina, en una misión romántica por recuperar a su amor. Me sumé a su plan. Contra viento y marea, y mucho –muchísimo- esfuerzo, llegamos a Buenos Aires. Cinco días de viaje en los que él solo pensaba en su reconquista.
La sorpresa fue inesperadamente grande cuando Daniela le expresó que una confusión se había apoderado de sus sentimientos y no estaba preparada para una reconciliación.
Vi caer a mi amigo a pedazos. Viví con él sus peores momentos, su desaliento; sintió que todo lo que hizo no sirvió de nada. Nos instalamos en Pilar, pasaron los meses pero no hubo un día en que el recuerdo de Daniela arrastrara a Carlos a un abismo amargo.
El tiempo pasó, el invierno le dio el condimento amargo a la desolación de mi compañero. Llegó la primavera y las decisiones se replantearon. También llegó desde Venezuela mi novia, a quien tuve conmigo después de cinco meses sin delirar con su sonrisa ni perderme en su mirada, pero esa es otra historia que merece un espacio aparte.
“El verdadero amor todo lo soporta”, reza la biblia. Un día, nueve meses después de nuestra llegada, Carlos recibió un mensaje del amor de su vida. “Soñé contigo”, le notificó mi amiga. Un torbellino de sentimientos lo inmolaron ante aquel texto, con el que soñaba de vez en cuando.
Él decidió ir a buscarla. Dichosos fueron los testigos del majestuoso abrazo que Daniela le dio a su otra mitad cuando lo miró. Las lágrimas de ella dejaron al descubierto la emoción del reencuentro. Nunca lo dejó de pensar, siempre lo recordó y lo susurró en voz baja.
Los puntos aclarados, el arrepentimiento y las disculpas dieron paso a un nuevo comienzo. Hoy Carlos y Daniela viven los mejores días de su noviazgo.
"Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, escribió el argentino Julio Cortázar en su novela Rayuela. Esta fue la historia de mis mejores amigos, dos personas que no se buscaron pero supieron siempre que se encontrarían y que vale la pena recordar hoy a propósito del Día de los Enamorados.
Richard J. Guerra
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