Viernes 29 de Marzo de 2024

Un 23 de febrero de hace doscientos años


  • Domingo 23 de Febrero de 2020
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  Por la Dra. María Inés Montserrat Profesora de Historia Argentina y Latinoamericana de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral Conflicto. Enfrentamiento entre distintos proyectos de país. Líderes que se oponen y facciones que parecen irreconciliables. Una lucha con un alto costo de vidas humanas, pérdidas económicas y el triste saldo de una sociedad agrietada. Breve descripción del escenario de nuestro país hace exactamente 200 años. El mapa político se presentaba entonces dividido en tres campos. Por una parte, Buenos Aires, donde residía el gobierno nacional que intentaba imponer una política centralista. Una provincia con recursos económicos obtenidos del único puerto habilitado para el comercio exterior y dispuesta a defender este privilegio. En segundo lugar, el litoral del país, fortalecido al integrase a la Liga liderada por Artigas. Estanislao López y Francisco Ramírez -caudillos de Santa Fe y de Entre Ríos- enarbolaron la bandera del federalismo frente a los intereses porteños e intentaron promover la apertura de sus propios puertos. No estaban dispuestos a sujetarse a los designios de Buenos Aires, aunque en el pasado esa provincia hubiera asumido un rol conductor. Como señaló Carlos A. Segreti, compartían un federalismo “a la defensiva”, así entendido como reacción frente a la actitud porteña. Finalmente, el resto del país observaba el conflicto, no sin cierto disgusto ante las pretensiones del Directorio. En octubre de 1819, el gobierno nacional –en manos del general Rondeau– reanudó la guerra contra la provincia de Santa Fe. Convocó al Ejército de los Andes y al Ejército del Norte. La negativa del primero y la sublevación del segundo en Arequito no solo restó fuerzas al gobierno nacional, sino que facilitó los planes de los caudillos del litoral. Los ejércitos de Santa Fe y Entre Ríos marcharon sobre Buenos Aires, donde sus armas chocaron con las porteñas en la batalla de Cepeda. Así se comprende que, al despuntar 1820, las Provincias Unidas del Rio de la Plata se encontraran sumidas en una crisis política. La agonía del gobierno directorial se prolongó en días de anarquía que acabarían con la designación de Manuel de Sarratea como gobernador porteño. Comprender este contexto permite valorar mejor el aniversario del Tratado del Pilar aquel 23 de febrero de 1820, en el que los gobernadores de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos acordaron la paz y se pronunciaron “en favor de la federación”. El escenario del Tratado: una capilla a la vera del camino El tratado se firmó en la Capilla del Pilar, que para entonces –aunque en cierto estado de deterioro– se encontraba en lo que hoy se conoce como el “Pilar viejo” y aún no se había trasladado a su emplazamiento actual. La capilla original se habría levantado cerca del camino viejo o antiguo, que en parte coincidía con el trazado de la actual ruta 8. Su presencia dio origen al poblado que llevaría su nombre. Una población que fue descripta a mediados del siglo XVIII por fray Pedro José Parras como “un pueblecito que llaman el Pilar, por ser la Santísima Virgen del Pilar titular de su iglesia”. La población creció, pero el emplazamiento en una zona inundable forzó su traslado a donde actualmente se encuentra el centro de Pilar. Si bien a partir de 1818 se inició su movimiento hacia un nuevo sitio, la vieja capilla seguía en pie al momento de la firma del tratado, convirtiendo a estas tierras en “cuna del federalismo”. Aunque el tratado fue “fechado en la capilla”, ignoramos si los gobernadores se protegieron del abrasador sol de febrero bajo su techo o debido al mal estado de conservación –como plantea Silvia Villamagna- prefirieron hacerlo bajo un árbol cercano. Aún así, sus muros fueron testigos de un tratado que Bartolomé Mitre consideró “piedra fundamental de la reestructuración argentina”. El día después La opinión pública porteña reaccionó negativamente ante lo que consideraba una rendición incondicional. La crisis se agudizó hasta llegar al día de “los tres gobernadores”, donde ninguno de ellos tenía el mando efectivo ni el control de la situación. Buenos Aires y Santa Fe continuaron en guerra hasta la firma del tratado de Benegas. Jurisdicciones menores se separaron de sus cabeceras: San Luis y San Juan se separaron de Mendoza; La Rioja, de Córdoba y Santiago del Estero del Tucumán. Se abrió un período de nuestra historia donde solamente subsistía un vínculo nacional que se expresaba en la aspiración compartida de reorganizar el Estado nacional en un futuro. El federalismo enunciado en Pilar constituía una novedad importada de Estados Unidos, ya que la organización tradicional heredada del sistema colonial era centralista. Una idea de poca raigambre local, pero adecuada a los antagonismos regionales tan vigentes entonces y aún hoy. Una idea que por décadas sería combatida por unos y defendida por otros en guerras fratricidas. Una idea que logró plasmarse en la Constitución, aunque doscientos años después permanezca el desafío de construir un país verdaderamente federal.

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