Al leer las últimas noticias, me sorprendió la del suicidio del ex presidente peruano Alan García e inmediatamente recordé aquello que más de un argentino pregonaba en oposición al entonces colega argentino, Raúl Alfonsín, que decía: “Ay Patria mía, quiero un presidente como Alan García…!”.
Esto me hizo acordar también a la publicidad del niño que prefería el baño de su amiguito o vecinito, antes que el suyo, por tener aquel un mejor olor. Y si, sin duda los argentinos siempre envidiamos a los demás y no vemos que precisamente, en el baño de Carlitos, muchas veces hay más olor que en nuestro propio baño.
En la mañana del martes, aquel presidente que fuera “modelo” de muchos compatriotas, tomó una determinación drástica que sin duda quedará en la historia de Latinoamérica. De un disparo terminó con su vida que bajo la sospecha de hechos de corrupción, se había complicado.
Con la frase previa del mismo ex mandatario: “Con especulaciones no se priva a personas de la libertad, ni siquiera de manera preliminar. A mí me parece que eso sería una gran injusticia”, expuso su parecer García y, ante la presencia de autoridades judiciales que procederían a su detención, se encerró en su cuarto y de un tiro en la sien, acabó con su vida y “cerró” un capítulo de su historia que lo tenía en el tapete de la política mundial, como sospechoso de un acto de corrupción.
Según las noticias, García estaba siendo investigado por presuntos sobornos en la construcción de un tren para Lima, proyecto en el que estaba involucrada Odebrecht. La Policía también detuvo a Luis Nava, ex secretario general de Presidencia, y Miguel Atala, ex vicepresidente. En 2018, la sombra de la Justicia volvió a acecharlo ante el estallido del escándalo de corrupción de Odebrecht, que reconoció que tanto su matriz brasileña como sus filiales en los distintos países de la región, incluido Perú, pagaron sobornos a cambio de contratos públicos. La Fiscalía comenzó a indagar a García por los presuntos retornos en la construcción de dos tramos de la Línea 1 del Metro de Lima, proyecto en el que estaba involucrada dicha empresa. En noviembre del año pasado, un juez le impidió salir de Perú durante 18 meses y, aunque en un principio aseguró que colaboraría con la Justicia, se refugió en la Embajada de Uruguay en Lima para pedir asilo, alegando que sufría una persecución política, si bien en esta ocasión le fue denegado. También lo intentó con Colombia y Costa Rica, sin éxito.
Haciendo comparaciones con nuestros lares, qué distintas pueden ser las historias de los políticos que pasaron y pasan por nuestros despachos, quienes por obra y gracia de nuestros constituyentes, se amparan en fueros parlamentarios para refugiarse de las causas en que la justicia, “la siempre mala de la película”, los persigue.
Cuánta valentía y a la vez, cuánta cobardía tuvo este político contemporáneo peruano para tomar semejante decisión. Cuanta vergüenza ha sentido al ser juzgado por sus malos actos y, a la vez, cuanta dignidad que muchos deberían tener o, por lo menos, demostrar.
Hasta que los hombres de la democracia no asuman sus errores y dejen de enrostrar sus pocos aciertos, la Argentina y, porque no decirlo, el mundo no cambiará el rumbo. Finalmente como para atemperar esta nota o comentario, es menester recordar dos frases de dos destacados políticos, el legendario Churchill cuando dijo que “de los malos sistemas que conozco, (la democracia), es el mejor que he visto, o la del contemporáneo Raúl Alfonsín, que “los argentinos necesitamos cien años de democracia…”.
A.Z.
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