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Oliverio Girondo: poesía y vanguardia


  • Domingo 01 de Marzo de 2020
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  A comienzos del siglo XX cuando el joven Oliverio Girondo repartía su vida entre Buenos Aires, París y Londres como era frecuente en la rica burguesía argentina de aquellos años, existía un clima de cambios en el ámbito del arte y en especial en la literatura. Esa ola de cuestionamiento de reglas, de rebeldía, arrasó con valores estéticos hasta entonces inamovibles. Es razonable pensar que ese afán de renovación radical acompañaba las turbulencias políticas y sociales que se estaban gestando e iban a desencadenar hechos tales como revoluciones, guerras, caídas de viejos imperios amén del drástico cambio de las costumbres. Los poetas de Florida Aquellos eran tiempos de cambio, sin duda, también para la literatura y el arte en general. En nuestro país en la década del 20 dicha tendencia vanguardista se manifestó entre otras cosas en la formación de un grupo que ha sido identificado  muchas veces como el de “Los poetas de Florida”, expresión que aludía a la calle porteña, sede simbólica de estos escritores, pero también se los ha llamado “martinfierristas”, esta es una denominación que hace referencia a la revista “Martín Fierro”, órgano de expresión de los mismos. Hemos hablado de “vanguardismo” y con ello aludimos a propuestas artísticas que se caracterizaban por la búsqueda constante de propuestas experimentales, y por la ruptura con todo lo consagrado. Esto último se reflejaba sobre todo en la crítica  muchas veces despiadada a quienes eran los poetas indiscutidos de aquellos años y que en especial iba dirigida a L. Lugones. El principal instrumento de esa desacralización era el humor, un humor siempre irreverente y muchas veces cáustico. Sin embargo, no toda la generación anterior fue objeto de los dardos de estos jóvenes poetas, algunos como Güiraldes o  como Macedonio Fernández fueron respetados por el grupo, y participaron en sus publicaciones. Estos poetas tenían afinidad con el ultraísmo español. De hecho Jorge Luis Borges había participado intensamente en España en dicho movimiento y adherido a consignas tales como “la rehabilitación genuina del poema (...)”, “la captura de sus más puros e imperecederos elementos, la imagen y la metáfora, y la supresión de sus cualidades ajenas o parasitarias, la anécdota, el tema narrativo y la efusión retórica”. J. L. Borges que había regresado a Buenos Aires en 1921 fue uno de los promotores de este grupo, cuyo primer acto desafiante en el campo de la poesía fue empapelar las calles céntricas de Buenos Aires con un periódico mural, “PRISMA”, que al decir de Borges fue un “cartelón que ni las paredes leyeron (...)  y una disconformidad hermosa y chambona”. A pesar de esta beligerancia inicial podría decirse que en el caso de Borges, el ultraísta quedó en España y que a su regreso fue descubriendo deslumbrado  un Buenos Aires, el de Palermo, el de San Telmo al que solo había entrevisto a través de las rejas de su casa, en su niñez o escuchado a través de los recitados de Carriego. Su poesía encontraría un rumbo absolutamente personal que se plasmará en esta época en poemarios tales como “Fervor de Buenos Aires”. Martín Fierro congregó en sus páginas a una multitud de jóvenes, talentosos en su mayoría, que mostraban con su irreverencia una poderosa voluntad de ser y de diferenciarse. Estos movimientos que proponían una radical voluntad de cambio, no fueron un fenómeno aislado, sino que aparecieron en Europa y en América más o menos para el mismo tiempo. Si recorremos  un listado de los poetas martinfierristas nos sorprendemos con  nombres como los de Eduardo González Lanuza, Conrado Nalé Roxlo, Carlos Mastronardi, Leopoldo Marechal, F. L. Bernárdez, R. Scalabrini Ortiz, Norah Lange, Evar Méndez, Raúl y Enrique González Tuñón, Brandan Caraffa, Ricardo L. Molinari y  por supuesto el de Oliverio Girondo, quien en 1922 publica un libro  de poemas de notable originalidad: “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”. Esta promoción de poetas agrupados en torno a “Martín Fierro” no tenían un credo poético en común salvo la voluntad de renovación y la necesidad de luchar contra la  acrítica admiración que rodeaba a los consagrados, con el tiempo cada uno de ellos fue perfilando su  personalidad literaria y diferenciándose de los demás hasta límites  impensables en esos años de fraternidad grupal. Oliverio y el espíritu de la vanguardia La genuina originalidad y el indudable talento poético dieron muy pronto a Oliverio Girondo un lugar destacado en esta vanguardia porteña de los años 20, y como dice Adolfo Prieto “fue el más consecuente y tal vez el único que convirtió la ‘vanguardia’ en bandera fundamental de su quehacer poético”. A los “Veinte poemas” ya mencionados siguieron “Calcomanías” de 1925 y “Espantapájaros” de 1932. Estas tres obras son “las más ricamente ejemplares de aquel período”. A partir de 1932 se produce un período de silencio en su producción que dura unos diez años y se reanuda en 1942 con “Persuasión de los días”, y se continúa con “Campo nuestro” de 1946  y culmina con “En la más médula”, todas estas obras tienen la huella de las metamorfosis espirituales que generalmente  produce el vivir, pero hay una continuidad que nos remite al vanguardista de los años 20: es la insistente voluntad de experimentación verbal, de adentrarse hasta la médula   en las posibilidades expresivas del lenguaje. Podemos decir que “En la más médula” de 1956 es uno de los libros más importantes de la lírica argentina contemporánea. Las generaciones poéticas posteriores han considerado y consideran a Girondo como un autor único y una suerte de maestro en eso de experimentar la creación como un desafío que invita constantemente a ir un poco más allá. E.R.
Nocturno Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón. ¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos? Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes. A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón. Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme. ¡Silencio! -grillo afónico que se nos mete en el oído- ¡Cantar de las canillas mal cerradas! -único grillo que le conviene a la ciudad. Oliverio Girondo Este poema pertenece al poemario “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía” - 1922
Girondo, Oliverio: Nació en Buenos Aires el 17 de agosto de 1891 y falleció en la misma ciudad el 24 de enero de 1967. Fundador y principal representante del grupo de poetas vanguardistas nucleados en torno a la revista Martín Fierro a mediados de la década del 20. Mantuvo vivos a lo largo de su vida los ideales estéticos de ese grupo. Ha tenido gran influencia en las generaciones poéticas posteriores. Obra poética: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), Calcomanías (1925), Espantapájaros (1930), Interlunio (1937), Persuasión de los días (1942), Campo nuestro (1946), En la más médula (1954).

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