Así la califica Félix Luna, y agrega que “fue una especie de gran compadrada en el peor momento de la emancipación americana”. El proceso emancipatorio tenía ciertamente carácter continental y esto constituye de alguna manera el fondo común que nos une al resto de las naciones latinoamericanas, más allá de las lógicas diferencias. Esa epopeya compartida es entonces la base que nos permite imaginarnos implicados en un proyecto común que con sus más y sus menos aún persiste.
Para tener una perspectiva más clara de los sucesos que evocamos, es interesante repasar algunos de los hechos que constituían nuestra circunstancia a la sazón: en el norte del continente Bolívar había sido vencido. Chile, después de la derrota de Rancagua estaba nuevamente en manos de los realistas. Las sucesivos fracasos de las fuerzas criollas en la zona del Alto Perú hacían que Salta y Jujuy vivieran en permanente zozobra, temiendo caer de un momento a otro en manos de los españoles a no ser por la tenaz y eficaz resistencia de las guerrillas de Güemes.
Además, los portugueses habían ocupado virtualmente La Banda Oriental y todo esto sucedía habiendo recuperado el trono Fernando VII, quien alentado por la corriente de restauración de las monarquías absolutas que dominaba el panorama político europeo de la época había instaurado un gobierno fuertemente autoritario y reprimido violentamente los grupos liberales españoles.
La recuperación de las colonias emancipadas por parte de las tropas realistas se iba cumpliendo de tal manera, que llegó el momento en que el Río de la Plata era la única región libre del dominio español. Podríamos decir que en 1816 la lucha por la independencia de las ex colonias españolas entraba en su peor momento. La crisis se agudizaba, el panorama era incierto.
Así estaban las cosas cuando el Congreso reunido en Tucumán resolvió declarar nuestra independencia. Parece que en este caso ocurrió como suele suceder en las crisis de orden personal, se sacó fuerzas de flaqueza y la crisis mostró su costado favorable al provocar la toma de una decisión que se venía postergando desde el comienzo del proceso revolucionario que se iniciara en mayo de 1810.
Entendemos que la idea de independizarnos de España estuvo presente desde los primeros momentos. Sin embargo, por prudencia, por no generar resistencia, tal vez, se hablaba de gobernar en nombre de Fernando VII, por entonces prisionero de Napoleón. Muchos pasos se irían dando en la consecución de una real independencia, por ejemplo todo lo establecido por la Asamblea del año XIII quien si bien evitó las declaraciones explícitas, afirmó la independencia y la soberanía de la nueva nación: pues la mayoría de las medidas que adoptó estaban encaminados a fortalecer la soberanía, ya que suprimió todos los signos de la dependencia política en los documentos y en las monedas, y consagró como canción nacional la que compuso Vicente López y Planes anunciando el advenimiento de una ‘nueva y gloriosa nación’.
Sin embargo la efectiva declaración de la Independencia se venía postergando. Podemos pensar que la gravedad del momento por el que se atravesaba en 1816 obligó finalmente a los miembros del Congreso reunido en Tucumán en marzo de 1816, a tomar una decisión. La situación era crucial, había que elegir, optar por la independencia significaba una suerte de quema de las naves.
El año anterior, 1815, había estado pleno de acontecimientos decisivos. Reiterando lo dicho en cuanto a la situación europea: la caída de Napoleón por segunda y definitiva vez, la presencia de la Santa Alianza, coalición político militar -en ese momento considerada invencible- que estaba conformada por las monarquías europeas más reaccionarias tales como Rusia y Austria, alentaba y apoyaba plenamente los esfuerzos de Fernando VII por recuperar las colonias emancipadas. El clima como puede deducirse era adverso para las ideas republicanas y para los proyectos emancipatorios.
En esas condiciones habían realizado diversas gestiones diplomáticas Belgrano, Rivadavia y Sarratea. Gestiones que culminaron en previsibles fracasos dolorosos y muchas veces bochornosos. Belgrano volvió convencido de que adoptar algún tipo de forma monárquica de gobierno facilitaría el reconocimiento de la independencia de las ex colonias españolas. Si consideramos el esfuerzo desmesurado, la entrega total con que Belgrano se ofreció para hacer posible la causa de la libertad americana comprenderemos hasta qué punto debía forzar sus propios principios e ideales al hacerse cargo de una realidad que sentía como insoslayable.
Estas consideraciones nos llevan a entender por qué uno de los temas que se debatió conjuntamente con el de la Declaración de la Independencia fue el de la forma de gobierno.
Las actas de la Independencia
Decimos actas en plural, porque en rigor de verdad, además del acta del 9 de Julio de 1816 hubo una segunda acta, o rectificación de la primera resultado de una sesión secreta en la que se agrega a la fórmula de juramento original el siguiente texto: “de toda otra dominación extranjera”, con lo que se buscaba anular ciertos proyectos que hablaban de traer a estas tierras algún príncipe o princesa de alguna casa real europea.
El acta habla de Provincias Unidas de Sud América, esto evidencia que los congresales reunidos en Tucumán en 1816 decidieron asumir, por así decirlo, una suerte de representatividad de los pueblos de América del Sud. En realidad no debe extrañarnos esto, pues el proceso emancipatorio fue continental. El surgimiento posterior de las distintas naciones americanas respondió a otras causas y circunstancias.
Una opinión decisiva
Nos interesa destacar el rasgo de coraje y decisión que significó la Declaración de la Independencia en circunstancias aparentemente tan desfavorables. Como suele observarse muy atinadamente, mucho tuvo que ver en esta decisión la opinión y la actitud del General San Martín quien preparaba por aquel entonces el ejército con el que finalmente cruzaría la cordillera y liberaría a Chile. Hacía falta una enorme convicción y un gran coraje para llevar adelante proyectos que eran sumamente atrevidos y para muchos de resultado incierto.
Aunque nos parezca extraño, ese grupo de hombres estaban creando una nación. Hoy nos resulta absolutamente natural, un dato casi obvio, este de “ser argentinos”, nombre que tampoco estaba presente para la generalidad y que tenía una existencia más bien poética –como en la letra del Himno Nacional-. Era casi una cuestión de poetas, con el tiempo sin embargo, un poco porque algunos lo quisieron y otro poco por el peso mismo de los acontecimientos el país, este país nuestro, nacido como proyecto, embriagado de futuro, se iría constituyendo, no sin dolor, no sin sangre.
Deberíamos pensar en qué momento de la construcción de un país estamos, si hoy como ayer, a pesar de ciertos hechos que podrían desalentarnos, no estaremos también necesitados de coraje para llevar adelante ese proyecto de libertad y aspiración de un mundo mejor que empezó un 9 de julio de 1816.
Los cielitos de Bartolomé Hidalgo
Por aquellos años que evocamos en estas páginas, hubo muchos días difíciles, de incertidumbre, pero también hubo otros de fervoroso entusiasmo. Algunos poetas celebraban a la patria naciente con pulidos versos neoclásicos. Hubo uno, sin embargo, o tal vez varios, quién lo sabe, que transitaba por una poesía nueva por su contenido y antigua por el añejo sabor de sus octosílabos que se desgranaban en extendidas tiradas o en agudas coplas. Estamos hablando de un fundador, estamos nombrando a un oriental aquerenciado en los pagos de Morón, a Bartolomé Hidalgo, mozo talentoso y amante de la libertad, por la que batalló muchas veces, según cuentan.
Con él nació la poesía gauchesca, sus cielitos, sus relaciones aún suelen escucharse acompañados, por supuesto, por la guitarra. Es curioso y significativo este nacer a dúo de un país y una de las formas más honda de su poesía popular, la poesía gauchesca. Como siempre le cedemos el lugar al poeta para que nos cuente, nos refiera, los pensamientos de un gaucho allá por 1818.
Un gaucho de la guardia del monte
Ya que encerré la tropilla,
Y que recogí el rodeo,
Voi a templar la guitarra
Para esplicar mi deseo.
Cielito, cielo que sí,
Mi asunto es un poco largo;
Para algunos será alegre,
Y para otros será amargo.
El otro día un amigo,
Hombre de letras por cierto,
Del rey Fernando a nosotros
Me leyó un gran Manifiesto.
Cielito y cielo que sí,
Este rey es medio zonzo
Y en lugar de D. Fernando
Debiera llamarse Alonso. (...)
Cielito y cielo que sí,
Guarde amigo el papelón,
Y por nuestra Yndependencia
Ponga una iluminación.
Dice que él es nuestro padre
Y que lo reconozcamos,
Que nos mantendrá en su gracia
Siempre que nos sometamos. (...)
Los que el yugo sacudieron
Y libertad proclamaron,
De un rey que vive tan lejos
Lueguito ya se olvidaron.
Allá va cielo y más cielo,
Libertad, muera el tirano,
O reconocernos libres,
O adiosito y sable en mano.
¿y qué esperanzas tendremos
en un rey que es tan ingrato
que tiene en el corazón
uñas lo mismo que el gato? (...)
En política es el diablo
Vivo sin comparación,
Y el reino que le confiaron
Se lo largó a Napoleón.
(...) para la guerra es terrible
balas nunca oyó sonar,
ni sabe qué es entrevero,
ni sangre vio coloriar
Cielito, cielo que sí,
Cielito de la herradura,
Para candil semejante
Mejor es dormir a oscuras
Lo lindo es que al fin nos grita
Y nos ronca con enojo,
Si fuese algún guapo...vaya!
¡Pero que nos grite un flojo!
(...) Eso que los reyes son
imagen del Ser Divino
Es (con perdón de la gente)
El más grande desatino.
(...) cielito, cielo que sí,
no se necesitan Reyes
para gobernar los hombres
sino benéficas leyes
Libre y muy libre ha de ser
Nuestro jefe, y no tirano;
Este es el sagrado voto
De todo buen ciudadano.
(...) Cielito, cielo que sí,
guardensé su chocolate,
aquí somos puros Yndios
y sólo tomamos mate.
(...) En fin, cuide amigo Rey
de su vacilante trono,
y de su tierra si puede
haga cesar el encono. (...)
Hidalgo Bartolomé (1788-1822)
Nació en Montevideo el 14 de agosto de 1788. En su juventud recorrió los campos de lo que hoy es Uruguay, donde se compenetró de la sabiduría, del canto y la poesía gaucha. En 1811 se incorporó al ejército patriota en el que sirvió hasta 1815. Buscando alivio para su salud residió en Morón, donde finalmente falleció el 23 de noviembre de 1922.
Entre sus obras podemos recordar además del cielito que reproducimos fragmentariamente el cielito dedicado al triunfo de Maipú y los Diálogos Patrióticos entre los que se destaca la Relación de las Fiesta Mayas de 1822 hechas por Ramón Contreras a su amigo Jacinto Chano. Se lo considera el fundador de la poesía gauchesca.
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