Lunes 06 de Mayo de 2024

La historia del edificio de la Casa de la Independencia: casualidad y pericia en su reconstrucción


  • Domingo 09 de Julio de 2017
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Su construcción era de mediados del siglo XVIII y se la recuerda como la más grande de la ciudad. Una propuesta para refaccionarla en 1875 fue aceptada por decreto del presidente Avellaneda, aunque nada se hizo. En 1903, Roca ordenó la demolición. En 1941 se dispuso la reconstrucción que concluyó en 1943.  Por Mario Tesler* El menosprecio hacia todas las manifestaciones de los tiempos de la dominación y el trasplante hispánico incluyó los testimonios de la arquitectura colonial. En lo que fue el Virreinato del Río de la Plata, de los edificios para uso público, no se valoraron aquellas construcciones de los alarifes donde la característica sobresaliente fue su sencillez. Fue el correlato del recrudecimiento de manifestaciones europeas que en nuestro país conceptuó a los siglos de la presencia hispánica sólo de crueldad, despojo y oscurantismo, sin mérito para ser conservados sus testimonios como herencia; a tal punto se llegó que algunos de los cabildos, cuna de nuestra democracia, se los demolió, con el pretexto de tener que reemplazarlos por construcciones de edificios públicos destinados a otras funciones, en otros casos sufrieron alteraciones y mutilaciones. Durante el siglo XX fueron demolidos los cabildos de Corrientes en 1905, los de Catamarca y Santa Fe, ambos en 1908, y el de Humahuaca en 1934; al de Córdoba se le demolió la torre y al de Buenos Aires en varias oportunidades se le alteró la fachada, se le quitó la torre original como también algunos arcos de cada lado, y en el interior se demolieron unos tabiques y se levantaron nuevos; sus techos y paredes originales se escondieron tras todo tipo de molduraciones. En esto de no valorar y descuidar los edificios históricos, aunque más no sea por los hechos que en ellos se protagonizaron, Tucumán lejos de quedar a la zaga de las mencionadas provincias las superó: el edificio del Cabildo, otrora centro de su actividad cívica, fue demolió en mayo de 1908 y antes, en 1903, ocurrió lo mismo con la Casa de la Independencia, guardando de ella tan solo un resto. De la bien llamada por los tucumanos Casa de la Independencia, de su abandono, demolición y de la casualidad y pericia en su reconstrucción van los párrafos siguientes. Sí, de la Casa de la Independencia, por ser la única entre todas las casas tucumanas y del resto del actual territorio argentino donde en uno de sus recintos el 9 de Julio de 1916 se declaró la Independencia de las Provincias Unidas en Sud América. Esta casona, donde el Congreso General de las Provincias Unidas celebró la mayor parte de sus sesiones, está ubicada sobre la calle denominada Congreso (antes La Matriz, Rey y después Independencia), en el número 151, entre Crisóstomo Álvarez y San Lorenzo y dando sus fondos hacia la calle 9 de Julio. Su elección como asiento del Congreso se debió a poder en ella efectuar las reuniones y también dar hospedaje a algunos de los diputados, por entonces no había en la ciudad más que algún albergue para los viajeros, y buena parte de ella ya la alquilaba el gobierno local para asiento de la Caja General y Aduana Provincial. Su construcción era de mediados del siglo XVIII y se la recuerda como la más grande de la ciudad, fue la vivienda particular del alcalde Diego Bazán y Figueroa, su familia y algunos de sus descendientes; un siglo después sus choznos Carmen López, Pedro y Gertrudis Zavalía se la vendieron al gobierno nacional. Era de una sola planta, por aquella época en Tucumán no había casas de alto, con una superficie de 29,26 metros de frente y 69,37 de fondo, incluyendo la huerta. A principios del año 1816 el frente de la casona estaba presidido por el portal barroco con sus columnas salomónicas, a cada lado una ventana de reja volada y en cada uno de los extremos una pequeña puerta. Cruzando el zaguán se entraba al amplio patio rodeado de habitaciones; antes del 24 de marzo de ese año a dos de ellas, paralelas a la fachada, se les quitó el tabique divisorio para convertirlas en una sala, de 15 metros de largo por 5 de ancho, donde habría de reunirse el Congreso. Estas dos habitaciones eran las únicas que contaban con galerías, dando una de ellas al primer patio y la otra al segundo. En el segundo patio estaba el pozo con su brocal, en uno de los lados la despensa, la cocina y las letrinas; el resto del terreno estaba destinado al huerto familiar. De abandonos y refacciones En el diario La Nación del 4 de enero de 1903 apareció una pastilla dando cuenta de un telegrama del ministro de Obras Públicas a Alfredo Guzmán de que se firmó el decreto mandando refaccionar y reconstruir la Casa de la Independencia. Esta noticia guardaba una inexactitud: esa casa no sería refaccionada ni reconstruida. El año anterior, la Inspección General de Arquitectura elevó un informe sobre el estado de la casona, afectada por la acción destructiva de los agentes atmosféricos, recomendando las obras que convenía llevar a cabo solo para la conservación de la sala histórica de Tucumán, donde se juró la independencia nacional; en el terreno de la ficción podría decirse que los agentes atmosféricos exceptuaron de realizar su acción destructiva sobre aquella sala por conceptuarla una reliquia de la civilidad. Por decreto del 3 de enero de 1903, el presidente Julio A. Roca se guardó de ordenar la demolición de la casona, pero dispuso un equivalente: la construcción de un edificio destinado a encerrar la Sala histórica de Tucumán. Si el mal estado de la casona fue consecuencia de los agentes atmosféricos no menos incidió la falta de mantenimiento y su uso posterior a la última sesión del Congreso, celebrada en ella el 17 de enero de 1817, muy a pesar de las voces que reclamaron por su preservación. Con el fallecimiento en la misma casona de Nicolás Valerio Laguna Bazán en 1838, tres veces gobernador de Tucumán y nieto del primer dueño de la casona, la otra rama familiar que quedó con toda la propiedad comenzó a declinar física y económicamente y poco o nada pudieron ocuparse de su conservación. Una de las herederas, Gertrudis de Zavalía, en 1861 pidió a las autoridades provinciales se las exima del Impuesto por Contribución Directa sobre esa morada -carga fiscal de la cual estaban exonerados los templos- por cuanto se trataba de una familia decaída de su antigua fortuna dedicada a mantener ese Santuario que –son sus palabras de testigo presencial– yace olvidado por la Nación. Tiburcio Padilla, legislador nacional, presentó un proyecto de compra de la casona para que en ella se instalen las oficinas nacionales del Correos, Telégrafos y del Juzgado Federal. Esta iniciativa que data del año 1868 fue tratada al año siguiente por ambas cámaras del Congreso Nacional, donde el senador Bartolomé Mitre preguntó si la materia daría motivo de haber formulado un proyecto distinto ya que la casona merece conservarse como un monumento. La iniciativa de Padilla se materializó unos años después, en 1872, el propósito era adquirir edificios en distintas provincias para emplearlos como oficinas. Durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento se sancionó la ley que dispuso su adquisición y el 25 de abril de 1874 se firmó en Tucumán la respectiva escritura por un monto de 25.000 pesos fuertes. En el documento no aparecen las firmas de las dos herederas por estar ciegas desde décadas, designándose a una tercera persona. Una propuesta para refaccionar la casona de 1875 fue aceptada por decreto del presidente Nicolás Avellaneda, aunque nada se hizo. Años después se puso manos a la obra, pero para utilidad de las nuevas funciones destinadas a la repartición de Correos y Telégrafos, con lo cual se destruyeron las partes más importantes de la construcción primigenia: se quitó el portal colonial para reemplazarlo por una fachada neoclásica, al arranque del frontis lo adornaron con un par de leones acostados, le adosaron columnas dóricas y le hicieron seis ventanales; en el interior se demolieron galerías y se edificaron nuevos cuartos. La casona ya era otra, pero aún debería afrontar una adversidad mayor. De lo que había quedado en pie de la Casa de la Independencia, es decir de la sala de las sesiones, Estanislao Zeballos supo por otras personas de su abandono y, siendo en ese entonces director general de Correos y Telégrafos, en 1891 se dirigió al ministro de Interior haciéndole ver al gobierno nacional la necesidad de restaurar la sala principal y dotarla del mobiliario original, u otro lo más parecido posible al que tuvo en la época de la jura de la Independencia. En uno de sus párrafos denuncia Zeballos que La Sala de las históricas de sesiones permanece cerrada y vacía y cuando los viajeros llegan a visitarla con reverencia el guardián de sus llaves, ciudadano Borja Espejo, muestra una habitación blanqueada, húmeda y cubierta de polvo. El entonces presidente Carlos Pellegrini tomó el tema y designo a Ángel Justiniano Carranza, Tiburcio Padilla y Pedro Alurralde para que se ocuparan de estudiar las necesarias mejoras a la casona histórica. ¿Se deberá a ello que en 1896 fueran retiradas de ahí las oficinas de Correos y Telégrafos? Después la parte antigua del edificio en estado lamentable quedó abandonada a la buena voluntad de unos cuidadores. Cuando Julio A. Roca se hizo cargo de su segundo mandato presidencial no se pensó en la restauración y se optó por demoler toda la casona, los restos de la construcción original y las partes reemplazadas de reciente data, a excepción de la Sala de la Jura, que quedó encapsulada y humillada dentro de un pabellón. En enero de 1903 comenzó la demolición y la obra concluyó al año siguiente. Roca presidió el acto de inauguración realizado el 24 de septiembre. La nueva fachada y las salas que daban a ella, más la mitad del primer patio, quedaron convertidas en un atrio con palmeras, al que se le antepuso portón y rejas de metal y lo limitaron con dos paredes laterales en las cuales se colocaron relieves evocativos, bronces de 4 metros por 12, realizados por Lola Mora. En uno de estos murales aparece la figura de un diputado militar presente en el Congreso con su rostro cambiado por el del presidente Roca. Después de un trecho al descubierto se construyó el vistoso pabellón, gran estructura de mampostería con rejas y techo de vidrio, similar a los usados para las exposiciones internacionales, de estilo afrancesado, rodeado por 76 cabezas leoninas, y dentro de él una suerte de gran púlpito para cuando las autoridades realizaran algún acto. Bajo ese suntuoso empaque quedó la austera Sala de la Jura. La reconstrucción Algunos lustros después cobró fuerza la corriente defensora de nuestro patrimonio arquitectónico hispano colonial, que se expresó en políticas de preservación y reconstrucción de los edificios de aquellas épocas. En esta tarea de recuperación le cupo un rol de importancia a la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, la cual solicitó el 9 de noviembre de 1938 sea puesta bajo su dependencia la Casa Histórica de Tucumán. La iniciación de los estudios relativos a su reconstrucción fue acordada por Ley 12.640 del 21 de octubre de 1940. Siendo la Casa de la Independencia el edificio de mayor significación histórica, no sólo para nuestro país sino para los comprendidos en aquellas Provincias Unidas en Sud América, todavía en 1941 no había sido declarado monumento histórico. Esto se le recordó y reclamó por nota del 21 de julio firmada por Ricardo Levene y José Luis Busaniche al ministro de Justicia e Instrucción Pública, en representación de la Comisión Nacional de Museos. En 1941, por la ley 12724 del 9 de octubre, se dispuso la realización de la reconstrucción, de acuerdo con el dictamen elaborado por los miembros designados por la Comisión Nacional de Museos, en la cual participaron Levene y los arquitectos Alejandro Figueroa, Martín Noel, Ángel Guido y Mario José Buschiazzo. Las tareas de reconstrucción de la Casa de la Independencia quedaron bajo la dirección del arquitecto Buschiazzo, para lo cual contó inicialmente con documentación que obraba en poder de la Comisión Nacional de Museos, investigó también en otros archivos públicos y tomó algunas referencias publicadas por Paul Groussac, que vivió en Tucumán y conoció el edificio en su estado original. De la conducción y supervisión de los trabajos se ocupó Amilcar Zanetta López y todas las tareas, sin recurrir a subcontrataciones, fueron realizadas por obreros y artesanos de la Dirección Nacional de Arquitectura. Con no pocas resistencias y críticas reprobatorias, la demolición del pabellón, apodado por los tucumanos la quesera, se inició el 17 de abril de 1942. En base a lo indicado en los antiguos planos, se iniciaron excavaciones con el propósito de encontrar los primitivos cimientos de la casona y aparecieron en el lugar donde estos lo indicaban. Para la obra de reconstrucción Buschiazzo procuró, mediante canjes y donaciones, tejas, pilares de quebracho con sus zapatas, rejas y puertas, todos provenientes de demoliciones de casas construidas en el siglo XVIII. En su tarea, Buschiazzo se encontró con un serio vacío documental: no halló plano alguno de la fachada primitiva y esto no era posible suplirlo con inferencias epocales. Pero una copia de la fotografía (de 15,5 por 11 centímetros y usada también como modelo por el pintor Genaro Pérez para un óleo donado al Museo Histórico Nacional en 1895) que mostraba aquella fachada tomada antes de su demolición por Ángel Paganelli, le sirvió para ese fin. Esa toma es una de las dos únicas que se conocen de la Casa de la Independencia, realizadas por el fotógrafo italiano Ángel Paganelli en 1868 o 1869. La otra muestra el interior del primer patio y el frente de la Sala de la Jura, donde aparecen sentadas a la sombra dos mujeres, probablemente las dueñas ciegas. Los negativos de vidrio de estas fotografías se han perdido y las copias en papel a la albúmina han sobrevivido en algunos ejemplares de un libro de raro hallazgo. A pedido del gobernador de Tucumán, y con destino a ser presentado en la Exposición Nacional que debía realizarse en Córdoba en octubre de 1871, le encomendó a Arsenio Granillo, hombre de prestigio local, preparar un libro que reflejara en un todo a esa provincia. Granillo cumplimentó el encargo con una serie de artículos descriptivos y noticiosos que fueron editados en 1872, cuando la exposición había concluido. De la única tirada que se efectuó de ese libro, de 300 ejemplares, Granillo tomó algunas decenas de estos y, como ilustración en cada uno de ellos, hizo intercalar 21 copias fotográficas de tomas efectuadas por Paganelli, con su referencia impresa y montadas sobre hojas en blanco, sin paginación. Todas estas fotografías muestran exteriores e interiores tucumanos, entre las cuales aparece la toma de la Casa de la Independencia que permitió rehacer la fachada original y la que por los años se conserva en el imaginario colectivo de los argentinos. Las tareas de reconstrucción concluyeron en 1943. El 24 de septiembre, tras el acto oficial, la Casa de la Independencia quedó a la contemplación pública.
* Mario Tesler es autor de tres libros sobre la historia local: Camila y la Bemberg. Del Socorro a Pilar. Tragedia y ficción cinematográfica. 2010;  De Pilar partió doña María la carretera. 2000; Tres mujeres en Pilar. 2000. Historiador, licenciado en Bibliotecología y Documentación, fue docente en tres universidades. Perteneció al equipo de investigadores de la Biblioteca Nacional. Trabaja sobre diversas personalidades y temas del pasado argentino, habiendo editado sobre éstos libros y folletos. Es autor de varios diccionarios de seudónimos y bibliografías. En algunos libros y artículos se ocupó sobre temas de Buenos Aires. Colabora en publicaciones especializadas de Argentina, Uruguay, México, Italia, Inglaterra, Perú y Colombia. Es autor de estudios preliminares y trabajos bio-bibliográficos.

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