Don Jacinto Ponce de León inicio la actividad en julio de 1943, luego de comprar la Cochería “La Hispano Argentina”. Comenzó en Lorenzo López al 500 y años más tarde, en Pedro Lagrave 843 se instalan las salas velatorias.
Un día como hoy del año 1943, don Jacinto Ponce de León comienza con una nueva actividad comercial. Hasta entonces, se había relacionado con la sociedad pilarense conduciendo un colectivo de su propiedad con el que llevaba pasajeros de Pilar a Capilla del Señor.
Precisamente ese micro se entregó como parte de pago de la transacción comercial. Ya casado con Ester Varela, hija de Secundino Varela y de Carmen Gaona, da un giro de 180 grados a su vida laboral, que no cambiaría hasta el día en que falleció. Casi sin proponérselo, había comenzado con una nueva actividad comercial: nacía la Casa de Sepelios “Ponce de León”.
Hoy, Rodrigo de 39 años, hijo de Beto, uno de los tres vástagos de don Jacinto, representa la tercera generación de una familia que decidió dedicarse a un rubro tan especial y sensible para la comunidad. Sus hijos –aun pequeños- lo acompañaron en la actividad: Daniel Alberto (Beto), nacido el 24 de marzo de 1944; Jacinto Raúl (Pato), del 13 de septiembre de 1945 y Julio Oscar (Yuli), del 30 de diciembre de 1946.
Los tres se incorporaron a la actividad comercial–familiar que Don Jacinto supo cimentar con calor humano y mucha humildad. “El desafío se correspondía con la necesidad de progresar por el esfuerzo propio –cuenta con nostalgia Beto Ponce a Resumen-. Como muchas familias, supimos asumir responsablemente la idea de solidaridad, buena disposición, sacrificio sin lamentos, integración social. En fin, abrir surcos para una siembra de responsabilidad, amor, seriedad confiabilidad y muchos otros valores que fueron inculcados por nuestros mayores”, relató.
Momentos después, agregó: “hoy se ve el fruto de todo eso, pasaron 75 años de aquel inicio y con la suerte de nuestro lado supimos conquistar voluntades solidarias que llevaron a crecer la empresa hasta alcanzar niveles impensados de inserción en la sociedad pilarense, que reconoce día a día nuestra labor”.
La cochería, arrancó con tres Ford A. Pronto hubo que incorporar otros medios de traslado y se incorpora un carrozado tirado por caballos. “Fuimos la ultima cochería en tener carrozas fúnebres tirada por caballos -recuerda Beto-. Nuestro primer fúnebre carrozado sobre un vehículo fue una camioneta Dodge Fargo. El trabajo lo hizo la reconocida casa de carrozados Vivian. También alquilábamos hasta fines de los ’60 Cadillacs en Capital Federal para determinados servicios”.
De Lorenzo López a Lagrave
Durante muchas décadas la funeraria se mantuvo en Lorenzo López 553, hasta que se decide construir y de esa manera mudar las salas velatorias a otra propiedad de la familia ubicada en Pedro Lagrave 843. “Seguimos con la atención administrativa en Lorenzo López hasta que en 2012 decidimos centralizar todo en Pedro Lagrave”, cuenta a Resumen Ponce de León.
Este movimiento genera una recomposición de la sociedad. “Pato y yo decidimos quedarnos con la actividad comercial que veníamos desarrollando, mientras que Yuli se dedicó a pleno a la empresa de ambulancias que había creado, al servicio de “Emernort”, ocupando la propiedad de Lorenzo López”, detalló el empresario.
En 2008 fallece Jacinto (Pato) y tiempo después se integra a la empresa Rodrigo, el hijo de Beto, dando de esta manera al ingreso de la tercera generación de la familia en el tradicional negocio de pompas fúnebres.
20 años antes, en una pequeña oficina en Avenida de Mayo, surge la sucursal de la empresa en Presidente Derqui. “Siempre estuvo a cargo de Jorge Urtasun –confía Ponce de León- primero en ese local, para luego mudarse a una propiedad de su familia, hasta que a fines de los ’80, compramos una casa en Antonio Toro y Mitre, donde tenemos en funcionamiento desde entonces dos de las tres salas velatorias programadas para el lugar”.
Aunque todavía es muy prematuro predecir cuál será el futuro de la empresa, Beto Ponce por ahora descarta que alguno de sus dos nietos, puedan continuar con el legado laboral de sus ancestros. “Tomás tiene 18 años y comenzó a estudiar Periodismo Deportivo –cuenta- y Facundo con 13 recién cumplidos, recién empezó el secundario, así que es muy pronto todavía pensar a que se va a dedicar en el futuro”.
En cuanto a cuál es el sentimiento en este aniversario tan especial, Beto no duda en agradecer a quienes han confiado durante más de siete décadas en los servicios que presta la casa de sepelios: “Agradezco a quienes confiaron y respaldaron ese empeño, lealtad y seriedad impuestos desde el mismo principio de poner nuestro nombre al servicio de la comunidad y que perduran hoy, a pesar de las circunstancias que nos rodean a nivel de convivencia social –reflexiona el empresario-. Seguimos procurando ser lo más parecido a esa semilla que germinó con valiosos nutrientes y merecer los frutos obtenidos hasta hoy. Gracias también a nuestras familias amigas por la confianza y reconocimiento. Sin ellas hubiéramos sido una semilla perdida”.
La anécdota
Aunque son muchas las historias dignas de contar en 75 años de trabajo en un rubro tan particular, alguna vez Beto Ponce me contó una que siempre suelo comentar. Una vez se presentó en la cochería un señor mayor con ropa andrajosa. Había dejado su carrito tirado por un flaco caballo en la puerta de la casa funeraria.
Era un cartonero que vivía si no me equivoco en una humilde casilla en el barrio San Alejo. El hombre pidió hablar con el encargado de la funeraria y lo atendió Beto en persona. “El hombre estaba muy triste –me contó Beto- había fallecido su esposa y quería el mejor servicio para ella. ‘Me muestra los féretros’ –le dijo el viejito-. Amablemente el empresario lo acompañó a la sala donde estaban los ataúdes y comenzó a mostrarle los más sencillos.
“Cuál es el más caro, el mejor que tiene” -lo interrumpió el cartonero-. Beto, incómodo le mostró el de mayor calidad, diciéndole que de todas maneras era muy caro. “No importa -dijo el anciano- quiero ese y también el servicio más caro, con la mejor carroza fúnebre que tenga”.
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Para poner fin a los requerimientos del viudo, Beto lo invitó a ir a su oficina, para charlar sobre los costos del servicio. “Le repito, quiero el mejor servicio para mi finada esposa – repitió el cartonero- y le pidió a Ponce de León que lo esperara.
Fue hasta el carrito estacionado en la puerta y trajo una bolsa de residuos. La vació sobre la mesa y una pila desordenada de billetes se desparramó ante la atónita mirada del responsable de la cochería. “Era mucha plata -me contó Beto- tanta que decidí llamar a mi papá, para que me aconseje qué hacer. “Si tiene la plata, dale el gusto al señor, ofrécele el mejor servicio”.
Beto comenzó a ordenar los billetes, apartó lo correspondiente al servicio y le devolvió el resto al cartonero. Al rato, empleados de la funeraria armaron la capilla ardiente en la modesta casucha del viejito, tendiendo una alfombra roja desde la vereda hasta la entrada de la casilla.
A la hora convenida, el mejor auto carrozado de la casa velatoria vino a buscar el ataúd con la difunta y lo trasladó hasta el cementerio de Pilar. Se había cumplido con el deseo del viejo cartonero de San Alejo. “Ahí entendí, lo que es el verdadero amor” –me confió Ponce de León y también otra cosa… Tiempo después de lo narrado fallece también el viejo cartonero. “Y tal cual me había sugerido mi padre –me contó Beto- le hicimos el servicio sin cargo, al señor. Su gesto de amor para su difunta esposa, lo merecía”.
Oscar Orlando Mascareño
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