El miércoles 13 de noviembre de 2019 se debatieron en el Congreso de la Nación los términos en que había de redactarse una declaración en repudio a un hecho ominoso, uno de los tantos que marcan la historia de nuestra América Latina, un “golpe de estado” que acababa de destituir a Evo Morales, presidente legítimo de la hermana República de Bolivia. El tema más ríspido parece haber sido obviar una palabra que adquiría así el carácter de un tabú, (algo prohibido) me refiero a “golpe”.
¿Qué razones entendibles o conjeturales llevaban a los legisladores a discutir tan duramente esta cuestión? ¿Cuáles eran los temores? ¿Cuáles las ideas ocultas, los propósitos inconfesables? No lo sabemos, aunque lo podemos sospechar, tal vez quitarle gravedad a un hecho que ha ensombrecido la historia americana durante toda su vida independiente y poder recurrir a ese arbitrio cuando fuera la ocasión. Finalmente las palabras que se querían evitar están en el documento y ponen las cosas en su lugar. Bolivia ha padecido un “Golpe de Estado” dicho así con todas sus letras no admite que nos hagamos los distraídos.
La irrupción de unos personajes que blanden la Biblia como una suerte de arma peligrosa, una amenaza inconcebible en pleno siglo XXI, enciende luces de alarma. Si unimos a este dato la ruptura de toda regla democrática, la violación del pacto de convivencia entre sectores diferentes de la sociedad que supone la salvaguarda de las instituciones, (una legisladora, Jeanine Añez, sin respetar ninguna regla se autoproclamó, presidenta de Bolivia) hace que nuestro asombro crezca y nos obligue a pensar acerca de cuál es el mejor camino para enfrentar estos brotes de autoritarismo, de racismo, de fanatismo, de intolerancia que nos retrotraen a tiempos que creíamos superados.
Cuando el Papa Francisco en su visita a Bolivia con elogiable humildad pidió perdón por los errores de una Iglesia que había ayudado a someter y esclavizar a los pueblos originarios de América nos alegramos porque entendimos que los seres humanos somos capaces no sólo de equivocarnos y aún de perseverar en los errores sino de arrepentirnos, reparar lo dañado y cosechar los buenos frutos de una historia difícil. Por otra parte, no puede dejar de señalarse que estos personajes alucinados y fanáticos esconden, con mucho cuidado cuáles son los verdaderos intereses que los mueven, están defendiendo empresas que manejaban negocios como el de la explotación monopólica del gas, perjudicando a una inmensa mayoría, por nombrar sólo a uno de estos “negocios”.
No me propongo analizar los logros de un gobierno como el del MAS, encabezado por Evo Morales, pero podría señalarse como ejemplo válido: la disminución drástica de la pobreza y la eliminación del analfabetismo reconocido por las Naciones Unidas y algo más: el respeto en un sentido amplio de las reglas democráticas. Pero aunque no compartiéramos las medidas de un gobierno democrático nuestras disidencias deben ser zanjadas dentro del marco democrático. Lo que debe estar claro es que los defectos de la democracia deben resolverse con más democracia y no por caminos alternativos, que generalmente son ilusorios y peligrosos.
Retornando a nuestro primer párrafo , señalo que la decisión de redactar la ahora famosa declaración de rechazo al “golpe” que se estaba llevando a cabo en Bolivia se enfrentaba con una dificultad que no era al parecer meramente discursiva, sino que reflejaba diferencias de fondo importantes. Afortunadamente nuestros legisladores lograron expresar en dicho documento avalado por una significativa mayoría el “REPUDIO AL GOLPE DE ESTADO” derrotando posturas hipócritas e interesadas que evitaban nombrarlo.
La Democracia a la que adherimos sin ningún tipo de excusas, iluminó el recinto parlamentario y nos reconfortó. Pero también es cierto que una apropiada inteligencia de los sucesos nos vuelve cautos y nos avisa que este es un camino con dificultades que exige paciencia y sólidas convicciones.
El destino de Latinoamérica no nos es ajeno, nos incumbe. Estos hechos no deben atribuirse a una especie de fatalidad, sino que tienen causas, efectos y remedios que debemos analizar, no es algo misterioso. Conocer nuestra historia, sus avatares, sus estériles repeticiones nos ayudarán en esto de comprender quiénes somos, y quiénes queremos y podemos ser.
Recordar para no repetir
Recordar para no repetir no es una fórmula mágica, pero sí, un objetivo apropiado, diríamos, que imprescindible para nuestras naciones. Tampoco podemos pensarlo como un objetivo general, casi abstracto, despersonalizado, sino una actitud, una práctica en tanto miembros de una sociedad.
Cuando pensamos en un hecho, que parece sencillo, como es el de votar, vemos que la responsabilidad que nos cabe al emitir el sufragio es enorme y en estos tiempos en que los benditos medios, pretenden convertirse en directores de nuestra conciencia debemos tener los ojos bien abiertos y la inteligencia despierta.
También a ser ciudadano se aprende. No deleguemos en otros esa enorme responsabilidad.
El Tata Belzú o esto no es un cuento…
Aunque pueda parecerlo por los componente de su trama, este no es un cuento romántico del siglo XIX sino hechos históricos que pesaron en la vida de los bolivianos y que tuvo como protagonista al Tata Belzú, como llamaba a Manuel Isidoro Belzú el pueblo boliviano, que en su inmensa mayoría reconocía en este general volcado a la política una suerte de hermano mayor o como decían a un “tata”, el Tata Belzú. Bolivia se había constituido como nación independiente en 1825, después de la batalla de Ayacucho con la que concluyó la guerra de la independencia americana. Intervino en su fundación el Libertador Simón Bolívar y su primer presidente fue el Mariscal Antonio José de Sucre, el héroe de Ayacucho que había de morir cinco años después víctima de un atentado.
La historia de Bolivia ha sido especialmente turbulenta: inestabilidad institucional, guerras y una población sometida a siglos de explotación feroz. Un símbolo de la expoliación permanente de Bolivia es de algún modo el famoso cerro de Potosí. Interminables ríos de plata alimentaron la riqueza escandalosa de las metrópolis imperiales. Incontables flotas de galeones cargados de metales preciosos cruzaban los océanos. A modo de acotación, el famoso tesoro que desvelaba a Sobremonte en la Primera Invasión Inglesa era producto de las minas del Alto Perú. Los ingleses lo sabían y uno de sus objetivos era hacerse del fabuloso tesoro. Después fueron otras las riquezas, guano, salitre, estaño. Hoy es petróleo, gas, litio. Enormes riquezas pero el pueblo siempre pobre.
Las guerras emancipatorias traían promesas de un mundo mejor, aunque cambiar algo parecía imposible, el Tata Belzú, presidente entre 1848 y 1855 creyó que el destino de su tierra podía ser otro y durante los siete años de su gobierno intentó mudar el destino de los sectores populares. En algo debe de haber influido su historia personal, pues era hijo de una familia de mestizos pobres. Siendo muy joven se incorporó al ejercito libertador donde alcanzó los más altos grados, gracias entre otras cosas a su valentía y arrojo. Su preocupación por el pueblo pobre se extendió por todos los rincones de una Bolivia que recorría permanentemente.
Se lo considera el precursor del mal llamado populismo y así como fue amado por los humildes, fue detestado por los sectores más poderosos de la sociedad. Belzú estuvo casado con Juana Manuela Gorriti con quien tuvo tres hijas y una complicada historia de amor. En 1865 había regresado a su país después de diez años de ausencia. Melgarejo, por entonces, brutal dictador había sido destituido, los bolivianos depositaron sus esperanzas en el recién retornado a la patria. Belzú aceptó y el mismo día en que se festejaba su asunción, Melgarejo logró asesinarlo. Esperanza y espanto se sucedieron sin solución de continuidad. Su esposa Juana Manuela Gorriti, una de las pocas escritoras del siglo XIX, escribió tiempo después su biografía, la historia oficial no siempre valoró su gestión, pero al margen de ella ha quedado en el pueblo el recuerdo del Tata Belzú como un gran gobernante.
Lo mató Melgarejo dicen, podríamos agregar no lo mató el azar, ni la fatalidad sino una historia inacabable de violencia e injusticia que todavía no ha terminado. Aunque esto suene a pura conjetura, cuán distinta hubiera sido la vida para los bolivianos, si el destino o vaya uno a saber qué hubieran escrito otro final. Hoy el mundo en algo ha cambiado, el pueblo boliviano tiene más claro cuáles son sus derechos y parece estar dispuesto a defenderlos frente al descabellado golpe de estado que busca volver el tiempo atrás pues hay un grupo importante que no registra el paso del tiempo, su lengua política, parece hablar un dialecto arcaico. El mundo está expectante, hondamente preocupado pero esperanzado.
Elsa Robin
1865 - La Paz
Transcribo un texto de Eduardo Galeano en el que habla así del Tata Belzú vivo en la memoria de su pueblo.
Una marea de indios sublevados ha devuelto el poder a Belzú. Manuel Isidoro Belzú, el Tata Belzú, vengador del pobrerío, verdugo de doctores, regresa a la Paz en oleaje de multitudes.
Mientras gobernó, hace unos años, la capital de Bolivia estuvo donde él estaba, en el anca de su caballo, y los dueños del país que desataron contra él más de cuarenta golpes militares, no consiguieron voltearlo. Lo odiaban los mercaderes extranjeros, porque Belzú, les prohibía la entrada y amparó a los artesanos de Cochabamba ante la invasión de ponchos fabricados en Inglaterra.
Le tuvieron terror los leguleyos de Chuquisaca, por cuyas venas corre tinta o agua; y también conspiraron contra él, los señores de las minas, que jamás pudieron dictarle un decreto…
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