Lunes 25 de Noviembre de 2024

Día de la madre, la nombradora…


  • Domingo 21 de Octubre de 2018
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El domingo se celebra en nuestro país el día de la madre. Se suele decir, el día de la familia. Y está bien que así se haya establecido, pero también lo es subrayar, cuestión que a nadie escapa, el lugar trascendente que le cabe a la madre en especial (o a quien cumpla la función materna) como precoz introductora del infante en el ámbito de la cultura. Ese privilegio y delicada responsabilidad de la madre o de quien cumple su papel es un buen motivo para la reflexión. Es la madre la que le pone palabras a las cosas, la que posibilita la constitución de un universo simbólico que portará el niño desde entonces como una segunda piel. Esa experiencia casi inefable que resulta por lo menos difícil de traducir en términos lógicos es abordada con singular lucidez por algunos poetas, tal el caso de un poema de Fryda Schultz de Mantovani que transcribimos en nuestra pequeña antología semanal.   La lengua materna   Nos interesa destacar precisamente el papel que cumple la madre en la adquisición del lenguaje. Pensemos que cuando se trata de hablantes políglotas se habla de “lengua materna” para referirse a esa primera, que nos liga indisolublemente a una cultura determinada. Junto con la lengua, la madre trasmite hábitos, reglas, costumbres, valores. Esto es, el conjunto de pautas culturales que constituyen básicamente nuestra identidad. ¡Menuda responsabilidad la de las mujeres! en cuyas manos está depositado una parte no insignificante del acervo cultural de los pueblos. Es cierto que con los años los factores que intervienen en la formación de los seres humanos se ha diversificado hasta límites inimaginables hasta no hace mucho tiempo. Sin embargo, esa experiencia primordial, no tiene sustituto, es irremplazable. Ciertas expresiones de tanto decirse y repetirse desaparecen en la opacidad de la costumbre. Por eso cuando decimos “lengua materna”, se convierte en una frase hecha, no nos detenemos a pensar en lo que significa esa expresión. La lengua que nos permite descubrir un mundo, que abre puertas y también las cierra, que instaura un horizonte, un arriba y un abajo, un hoy, un ayer y un mañana, que nos azota con un helado nunca, que nos consuela con un tierno todavía, o un complaciente quizás, nos ha sido dada originariamente por nuestras madres. Esa lengua primigenia, tesoro, enigma, acertijo, muralla, abrigo, es el principal don que recibimos de ellas. Como los poetas están especialmente dotados para descubrir y revelarnos sentidos que las palabras ambiguamente velan y revelan, recurrimos a ellos, una vez más para  capturar la peculiaridad de esa vivencia que acontece entre la madre y un hijo desde el nacimiento (o mejor aún desde antes) y que siendo algo  tan íntimamente sabido  por todos no deja, sin embargo, nunca de sorprendernos y de mentar algo que se acerca al milagro. ¿Cuáles son los secretos de esa comunión? ¡Qué maravilla sensitiva! ¡Qué necesario puente! ¡Qué modo de nacer a la luz, al color, a la palabra! Experiencia casi intransferible esa que une a la madre con su criatura y decimos ‘casi’ porque hay (cuando no) poetas que han buscado, buscan y buscarán poner en palabras  esa radical experiencia, radical, sí, porque en ella está la raíz dulce amarga del vivir, el paisaje entrevisto, la nube soñada que se disipa en duende. Vivencia fugaz, instantánea mariposa atrapada en los sutiles lazos de un poema.   Las canciones de cuna   Y sí, las canciones de cuna son poemas unidos a deliciosas melodías que reciben diferentes nombres: arrorró, nana, arrullo. En relación a estas remotas creaciones anónimas con que las mujeres de cualquier lugar y de todos los tiempos continúan arrullando a sus hijos, podemos preguntarnos cómo es que persisten con asombrosa fidelidad al margen de los cambios, a veces dramáticos que ha experimentado la sociedad humana. En el vasto material poético-musical-folklórico ocupan un lugar vivo, permanente y universal. No hay pueblo, cultura, etnia que no conserve ese tesoro ancestral que viene desde siempre circulando en las voces de las madres. No han necesitado de investigaciones eruditas, ni de minuciosas antologías para llegar hasta estos tiempos en los que la tecnología parece señorear en el mundo de las comunicaciones. El secreto e indestructible lazo que establece la madre con su criatura y que le debe seguramente tanto a lo biológico como a lo cultural y que mucho tiene que ver con ese juego amoroso del que participan ambos, suele nutrirse de ese misterioso hallazgo poético que son las canciones de cuna. El material folklórico que constituyen dichas canciones ha sido recopilado por estudiosos y divulgadores pero también han resultado fuente de inspiración para poetas que escribieron canciones de cuna de su autoría, inspirados en los modelos tradicionales. Nuestra América tiene un repertorio muy rico pues en él se conjugan lo europeo, en especial lo español, con lo africano y por supuesto con  lo autóctono americano. Te ofrecemos en nuestra breve antología un repertorio diverso: fruto de la tradición y de la recreación de valiosos poetas.   Nanas tradicionales   Todo lo chiquitito Me hace a mi gracia; Hasta los pucheritos De media cuarta   A la puerta del cielo Venden zapatos Para los angelitos Que están descalzos   Señora Santa Ana Señor San Joaquín, Arrullad al niño, Que quiere dormir   Pertenecen a Genio e Ingenio del pueblo andaluz, Caballero Fernán, ediciones de A.A. Gómez Yebra, Madrid 1995, Castalia   Duerme, mi niño, duerme, Kororí, niño del alma, tu eres bueno Duerme, mi niño, duerme. -¿Adónde fue tu niñera? -Traspasó la montaña Y fue a su pueblo -¿qué te trajo de regalo? -Me trajo un tambor y una flauta. Duerme, mi niño, duerme, Kororí, niño del alma, tú eres bueno. Duerme mi niño, duerme   Canción de cuna japonesa extraída de la Reseña de Eduardo Tejero Robledo en Didáctica, Lengua y Literatura, Vol.14 (2002   Nanas de autor conocido   Apegado a mí Velloncito de mi carne Que en mi entraña yo tejí, Velloncito friolento, ¡duérmete, apegado a mí!   La perdiz duerme en el trébol Escuchándome latir: No te turben mis alientos, ¡duérmete apegado a mí!   Hierbecita temblorosa Asombrada de vivir, No te sueltes de mi pecho: ¡duérmete apegado a mí!   Yo que todo lo he perdido Ahora tiemblo de dormir. No resbales de mi brazo: ¡duérmete apegado a mí!   Gabriela Mistral (1890-1957) Poema perteneciente al poemario Ternura   La voz y la mirada   La madre tiene una voz desmenuzada en palabras. Pero la niña se queda mirándola, cuando habla... Que la voz es transparente como el aire por la cara y deslíe, como el sueño, su ternura en gota cálida. Si de lejos se la oye lo que dice es cosa clara, pero cerca, aquella voz tiene musgo de mirada y sedoso entendimiento que no pueden ser palabras. Ve la niña en esa voz, desde el mundo que habitara, una imagen, que la une con su madre de alma a alma.   Por eso la mira tanto, Como si no la escuchara.   Fryda Schultz de Mantovani Poema extraído de la Antología “A  LA MADRE” de M. E. Walsh.     Indiecito dormido (Arrullo montañés)   Poncho de cuatro colores cubre su cuerpo cansado. Y un alto sueño de cobre está el changuito soñando.   Sueña que es tibia la nieve. Que son blandos los guijarros. Que el viento le cuenta cuentos de pastores y rebaños. ¡Indiecito dormido! P’acompañarte Se duerme el río. Indiecito dormido! Junto a tu puerta Pasa el camino Pasa el camino, sí Pasa el camino. ¡Cuando por el te vayas, Chui, chui, qué frío!...   Atahualpa Yupanqui Poema extraído del poemario  “Aires Indios”       Gabriela Mistral y las canciones de cuna   “La Canción de Cuna sería un coloquio diurno y nocturno de la madre con su alma, con su hijo, y con la Gea visible de día y audible de noche.”.(...) La mujer no sólo oye respirar al chiquito, siente también a la tierra matriarca que hierve de prole. Entonces se pone a dormir a su niño de carne, a los de la matriarca y a sí misma, pues el arrorró  tumba al fin a la propia cantadora (...) Y la canción de cuna es nada más la segunda leche de la madre criadora. A la leche se asemeja en la hebra larga, en el sabor dulzón y en la tibieza de entraña (...)   Fragmento perteneciente a “Colofón con cara de excusa” con que cierra Gabriela Mistral su poemario “TERNURA”, Madrid, 1924.

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