Jueves 21 de Noviembre de 2024

“Martín Fierro”, tradición y rebeldía


  • Domingo 10 de Noviembre de 2019
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  El haberse elegido el 10 de noviembre día del nacimiento de José Hernández como Día de la Tradición, exige algunas consideraciones en torno a algo que percibo como un  peligroso malentendido. Por una parte aclarar que lo que se suele llamar “tradición” es un concepto complejo y no necesariamente debe adscribirse a un pensamiento  conservador, anclado en el pasado, pues mal podría haber transformación de una  sociedad si no se opera sobre un legado ancestral que le da carnadura a cualquier cambio. Y en ese sentido una obra como el Martín Fierro es un ejemplo muy interesante acerca de cómo el presente se nutre del pasado al tiempo que lo resignifica y construye un puente hacia el futuro. Existía en buena parte de los siglos XVIII y XIX en una extensa zona de América del Sur un arte payadoril popular anónimo que nutrió la que habría de ser llamada literatura gauchesca. La perdurabilidad de esas tradiciones populares se enriqueció enormemente por el trabajo de los que llamaremos autores cultos  fundadores de la llamada Literatura gauchesca (lo fueron Hidalgo, Ascasubi, Estanislao del Campo y por supuesto José Hernández -me limito a la zona del Río de la Plata-) y aseguraron la perdurabilidad de ese legado. Entendemos que ese pasado se resignifica a la luz de los nuevos aportes, de manera tal que no se trata de una mera acumulación, y tampoco de una conservación congelada. Es algo mucho más rico y Hernández, que no se ocupaba del pasado, sino del presente y del futuro como surge de su labor como legislador y sobre todo por sus aportes en el campo de la educación, lo sabía porque Hernández, fue principalmente un político, y como tal alguien preocupado por transformar una realidad a la que denunciaba. En relación a esta cuestión invito a leer con atención los textos periodísticos de José Hernández que reproducimos aparte y que  ayudan a entender estas reflexiones que comparto con quienes nos lean. Hernández evocaba con respeto y amor ciertos aspectos de una vida que se iba yendo aceleradamente, pero nunca dejó de tener una mirada crítica respecto de ese mismo  pasado en el que no se había refugiado. Entiendo que es interesante y esclarecedor internarse en las circunstancias que rodearon la gestación de la obra literaria más emblemática de  nuestra literatura. Me refiero al Martín Fierro de José Hernández. En primer lugar insisto en que según mi entender el Martín Fierro no hace un culto del pasado, salvo en algunos pasajes referidos a cierta mítica “edad de oro” sino que habla del presente, de un presente que con singular dramatismo condenaba a la exclusión y a la miseria a miles de compatriotas. En esos años la ocupación de las fértiles llanuras pampeanas por hacendados que alambraban sus posesiones ignoraba, o fingía ignorar la preexistencia de una población que algún derecho debería haber tenido por el solo hecho de habitar esas tierras desde tiempos inmemoriales. Sin embargo desde la comodidad de una oficina porteña se otorgaban títulos con pasmosa facilidad. En 1869, Hernández, joven periodista, denunciaba abusos y polemizaba sobre estas cuestiones (sobre la que no muchos querían hablar) desde las páginas del periódico El Río de la Plata. Fueron artículos memorables y de indudable valor histórico los suyos que anticipaban muchos de los temas que estarían presentes en el poema escrito poco tiempo después. El Martín Fierro nace como una obra combativa, comprometida políticamente. Hernández no escribe por el mero placer de escribir. Sin embargo, ese poema, el único importante que escribiera, por razones casi milagrosas fue una obra de arte excepcional. Y habría de ser nuestro primer clásico, no por antiguo ni valorado académicamente sino por su condición de ser una inagotable fuente de sentido: un libro para leer y releer, que ha alcanzado un grado de universalidad notable, reflejado en las interminables traducciones de que ha sido objeto. Queremos pues detenernos en esa experiencia periodística que precede a la creación del Martín Fierro pues arroja luz sobre por qué y cómo nació dicho poema. La primera parte de “El Martín Fierro” fue editada a fines de 1872 y llegó a los lectores a principios de 1873. Su autor era por entonces un hombre en la plenitud de su vida, ya que tenía 38 años. Apasionado por las ideas que abrazaba había peleado por ellas arriesgando no sólo su tranquilidad sino también la vida en el campo de batalla, había participado en Pavón y en Cepeda. Otro de los espacios en los que volcaba toda su energía espiritual era el periodismo, al que dedicó gran parte de su vida. Hacia 1869 lo encontramos dirigiendo junto con Guido Spano un periódico, “El Río de la Plata”, en el cual anticiparía, en combativos artículos, las ideas y preocupaciones que están presentes en “El Martín Fierro”, esto es señalar la ancestral injusticia con que se trataba al habitante de nuestras pampas, al gaucho. Hernández había vivido buena parte de su niñez y adolescencia en una estancia que administraba su padre, allí había conocido de cerca y profundamente ese mundo rural. En uno de los artículos a los que hemos hecho referencia, en el titulado “Hijos y entenados” denuncia la arbitrariedad que instauraba la ley que establecía para el habitante de la campaña que no fuera propietario o que no pudiera demostrar que trabajaba bajo patrón la obligación de prestar servicio en los Contingentes de  Frontera. Esta ley imponía esa dura carga a los sectores más humildes y desprotegidos de la campaña. Expone allí con claridad las funestas consecuencias de esta disposición que arrancaba de su hogar a miles de hombres y dejaba cicatrices imborrables en el tejido social. Con lograda síntesis ofrece una descripción de los males que denuncia. “Empieza por introducirse –afirma- una perturbación profunda en el hogar del habitante de la campaña. Arrebatado a sus labores, a su familia, quitáis un miembro útil a la sociedad que lo reclama, para convertirlo en un elemento de desquicio e inmoralidad”. Se refiere así a la situación que se crea cuando un campesino es obligado compulsivamente a prestar servicios en la frontera, abandonando a su familia que queda desprotegida y a merced de cualquier atropello. Y agrega más adelante: “(...) ¿Qué tributo espantoso es ese que se obliga a pagar al poblador del desierto? (...)  Parece que lo que no se quisiera es fomentar la población laboriosa de la campaña o que nuestros gobiernos quisieran hacer purgar como un delito oprobioso el hecho de nacer en el territorio argentino y de levantar en la campaña la humilde choza de un gaucho”. “¿Qué privilegio monstruoso es el que así se quiere acordar a las capitales?”. (...) “Contraste singular es el que ofrece la capital con el resto de la provincia. Aquí hay garantías para la libertad del ciudadano, seguridad para su persona y bienes y el sufragio electoral es una verdad. En la campaña el ciudadano está expuesto a los caprichos de ensoberbecidos caudillejos, que abusan de la debilidad y del aislamiento. Su seguridad depende de sus medios de defensa, y en cuanto al sufragio electoral, tiene grandes directores de conciencia.” (...). Continúa así el artículo con la denuncia de ésta, en los hechos doble legalidad, que deja indefenso al habitante de la campaña. El político que hay en Hernández, en el sentido del ciudadano preocupado por el bien social, denuncia estos hechos y bregará en toda circunstancia, ya como periodista, ya como legislador o simple ciudadano por cambiar estos hechos inicuos. El encuentro con la literatura José Hernández fue, pues, durante toda su vida un hombre político, también lo era sin duda cuando escribía su poema gauchesco. De ahí que no podamos soslayar ni minimizar este dato cuando consideramos su obra literaria. Si bien es cierto que ésta  perdura y ha conquistado el destacadísimo lugar que tiene en nuestra cultura por diferentes razones, muchas de ellas, independientes de las motivaciones que le dieron origen. Podríamos preguntarnos cuál habrá sido el motivo que llevó a Hernández a incursionar en la literatura. La respuesta probable nos llevaría seguramente a una zona de preferencias personales, de inclinaciones profundas, de necesidades expresivas no necesariamente explicables racionalmente. Lo cierto es que el poeta que aparece de pronto en la obligada soledad de un hotel, donde permanecía oculto y donde escribió la primera parte de su poema se va imponiendo al periodista hasta alcanzar una importancia que él nunca se hubiera atrevido a imaginar. Parece así, tal como lo venimos describiendo, un suceso casi milagroso. Sin embargo no lo es. Pues habían sido muchos años en contacto con el mundo de los gauchos, su prodigiosa memoria, le había permitido atesorar un vasto material de poesía tradicional y de obras de estilo gauchesco (al modo de los gauchos) que circulaban  escritas en humildes pliegos o repetidas oralmente por memoriosos payadores, amén de una particular sensibilidad y un indudable talento. Se suele hablar de su gusto y su habilidad por las payadas en las cuales a veces intervenía. Podemos imaginarlo  confraternizando con los gauchos en alguna pulpería, asombrando a todos con su vozarrón, con ese don no aprendido de la improvisación y la respuesta rápida. Los lectores que imaginaba Hernández Pero una cosa es improvisar en una payada circunstancial y otra ‘escribir’, tarea que  exige un esfuerzo sostenido y una cuidadosa atención. Bien sabía esto José Hernández que se tomó su tiempo para redactar la primera parte del poema. El estudio que se ha hecho a partir de un manuscrito que se conserva entre otra documentación y en las diferentes ediciones que precedieron a la Segunda parte, conocida como “La Vuelta”, nos señalan que la elaboración fue minuciosa, que Hernández pensó y repensó muchas veces qué variante léxica emplear. Influía en eso probablemente la necesidad de ser claro, o consideraciones expresivas diversas. Lo cierto es que esas vacilaciones al tiempo de elegir un vocablo nos remiten al lector o lectores que Hernández imaginaba para su texto. Martín Fierro estaba pensado para llegar tanto al lector culto –que no ahorraría críticas- y al mismo tiempo al pueblo, muchas veces analfabeto, que lo escucharía de boca de otro. Lo que podemos conjeturar es que Hernández escritor no podía imaginar la extraordinaria recepción que tendría su poema, sobre todo entre los gauchos. Esto, y otras circunstancias de su vida personal (la incorporación a la política activa y la reconciliación con antiguos adversarios) habían de generar en él un enorme sentido de la responsabilidad y a condicionar de alguna manera el tono y la intención de la Segunda Parte. Sin embargo, y esto hay que subrayarlo, Hernández no dejó nunca de luchar por mejorar la condición y el destino del habitante  de la campaña. La elección de un género Cuando Hernández escribe su poema ya había pasado más de medio siglo desde que un joven oriental, “Bartolomé Hidalgo”, convirtiera la lengua del gaucho en uno de los rasgos fundamentales de un género, el gauchesco, que en lo sucesivo se fue codificando a través de la obra de diferentes cultores del género. Voces, personajes, comparaciones, situaciones, una cadencia, un ritmo, un modo de decir irían configurando este género gauchesco, que con Hernández, cosa que seguramente no sospechaba, alcanzaría su mayor desarrollo. Al elegir el modo gauchesco para su obra había buscado, como antes lo hiciera  Hidalgo, comunicarse con una parte fundamental del público al que se dirigía, con los ‘gauchos’ que se sintieron interpretados y probablemente identificados con los protagonistas. La extraordinaria difusión que alcanzó  el libro representó un fenómeno inédito. En las pulperías, en los galpones de estancias y en las maletas de los payadores casi siempre  había un ejemplar de este humilde folleto listo para ser leído, para ser escuchado y  guardado en la memoria de innumerables paisanos. Pero la historia de la repercusión de este libro tan particular no termina aquí. Hay mucho para decir y mucho para pensar en torno a este libro fundamental de nuestra cultura, cuya mayor virtud quizá consista en ese carácter de ser una inagotable fuente de reflexión para aquellos a quienes el destino humano sigue conmoviendo. Los premios y las consagraciones académicas suelen pretender congelar la significación de un autor o de un fenómeno cultural, separándola de la viva corriente de las discusiones y polémicas que suscita, por eso entiendo que José Hernández merece ser recordado más allá del ámbito de ciertas supuestas tradiciones para  revivir la potencia de un discurso cuestionador e inconformista respecto de ciertas realidades. El Martín Fierro no es un reservorio  de arcaísmos sino la historia viva y dramática de los seres humanos que padecen injusticias. Tema este de la injusticia y de la rebelión del hombre ante ella, que registra la literatura de todos los tiempos, por eso habría que pensar, tal vez, que si de tradición se trata, la más viva y poderosa en este texto es la de “la rebeldía”. E.R.
Textos periodísticos de José Hernández   Crítica a la llamada ley de frontera Es necesario crear una nueva vida en nuestras campañas, para dar dirección a una población exuberante, aglomerada en la capital, en que ha venido a buscar el refugio  y el amparo de la ley, y una parte de la cual recoge las migajas de nuestros festines. ¿ Acaso se llena esta necesidad premiosa, vital de nuestra existencia social y política condenando al ciudadano a la suerte del paria, del ilota, arrancado violentamente del hogar, de los brazos de su familia y sumiéndole en la vagancia y en la corrupción de los campamentos? (....)   Hernández se pronuncia en contra de la guerra de exterminio contra el indio Nosotros no tenemos el derecho de expulsar a los indios del territorio y menos de exterminarlos. La civilización sólo puede dar derechos que se deriven de ella misma. Al no reconocerlo así, nosotros los que nos emancipamos del yugo despótico del coloniaje, vendríamos a caer en los excesos que señalan perdurablemente a la execración del mundo las bárbaras hecatombes de la conquista de América. Tenemos el derecho de introducir en el desierto nuestra civilización, nuestra legislación, nuestras prácticas humanitarias (...) ¿Pero qué civilización es esa que se anuncia con el ruido de los combates y viene precedida del estruendo de las matanzas? (...) Extraído de “¿Qué civilización es la de los matanzas” (1869)   (...) ningún pueblo es rico si no se preocupa de la suerte de sus pobres. (...) cada propietario encierra bajo el alambrado un extenso número de leguas de campo; arrojando de allí a cuantos no son empleados en las faenas de su establecimiento (...) ¿Qué hace el hijo de la campaña, que no tiene campo, que no tiene dónde hacer su rancho, que no tiene trabajo durante muchos meses al año, y que se ve frente a frente con una familia sumida en la miseria? No es un principio admisible, pero es una verdad  práctica y reconocida, que donde hay hambre no hay honradez. (...) (...) creemos, que por sí sola, es insuficiente la acción de la policía, que por su naturaleza, se dirige más a reprimir, que a prevenir los males. (...) Es necesario como único, como mejor y más eficaz remedio a todos los males, fundar colonias agrícolas con hijos del país. Al colono extranjero le ofrece la ley Nacional, tierra semillas, implantes, herramientas, animales de labranza y mantención por un año para él y su familia. (...) No se crea por esto, que miramos con prevención al elemento extranjero; no, muy lejos de eso, conocemos su influencia en el progreso social (...) Bienvenidos sean esos obreros del progreso. (...) Pero si el país necesita la introducción del elemento europeo, necesita también y con urgencia, la fundación de colonias agrícolas, con elementos nacionales. (...) Cuatro o seis colonias de hijos del país, harían más beneficios, producirían mejores resultados que el mejor régimen policial, y que las más severas disposiciones contra lo que se ha dado en llamar vagancia”. (...) En toda la América Latina (...) domina la costumbre secular de mantener en el más completo abandono las clases proletarias, que son sin embargo, la base nacional de su población, su fuerza en la guerra y su garantía en la paz. El ‘lepero‘ de México, el ‘llanero’ de Venezuela, el ‘montuvio’ del Ecuador, el ‘cholo’ del Perú, el ‘coya’ de Bolivia y el ‘gaucho’ argentino, no han saboreado todavía los beneficios de la independencia, no han participado de las ventajas del progreso, ni cosechado ninguno de los favores de la libertad y de la civilización.(...) Extraído de “Formación de colonias con hijos del país”, capítulo perteneciente a Instrucción del Estanciero
Bibliografía  consultada: Hernández, José: Vida del chacho y otros escritos en prosa (Selección de Noe Jitrik)  Buenos Aires – Centro Editor de América Latina (1967) Hernández José, Martín Fierro, Ediciones Carballeira Garrido,  Buenos Aires (1973) Pages Larraya, Antonio: Prosas del Martín Fierro, La Pléyade, Buenos Aires (1972)

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