Lunes 06 de Mayo de 2024

Los payadores y el cultivo de un arte ancestral


  • Domingo 30 de Julio de 2017
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“Santos Vega, el payador / aquel de la larga fama / murió cantando su amor / como el pájaro en la rama” ¿Se acuerda de estos versos? Copla popular, anónima, andaría de boca en boca cuando Rafael Obligado la escuchó, se la repitió a sí mismo y finalmente la puso encabezando el bello poema en el que evoca a “Santos Vega”. Decimos evocar, recordar como si estuviéramos hablando de un personaje real, de un hombre de carne y hueso, que alguna vez anduvo por estas tierras. Y sí, muchos dicen que existió realmente y que habría muerto allá por 1825. Realidad o fantasía es el nombre de una leyenda que hasta el momento ha generado más de cincuenta obras de la literatura culta y popular en los más diversos géneros. En esta leyenda aparecen asuntos y tradiciones que vienen de muy lejos en el tiempo y en el espacio y que compartimos con otros pueblos, por ejemplo el enfrentamiento con el diablo en una payada en la que es vencido. Santos Vega no puede sobrevivir a su derrota y su cuerpo es enterrado en los pagos del Tuyú. Hay quienes opinan que estos bellos versos de Rafael Obligado simbolizan la desaparición del gaucho y su mundo; aunque el poema también habla de la perduración de ese mito ya sea como alma, sombra o fantástico espejismo. Testimonio de esa perdurabilidad es seguramente la persistencia del arte payadoril y de sus cultores que constituyen actualmente un grupo, pequeño si se quiere, pero vigoroso  de payadores que siguen andando de pago en pago hechizando con su arte milenario a un público de fieles seguidores. Payador, repentista, trovador son todas denominaciones posibles para un arte antiquísimo que se funda en la capacidad de improvisar versos que canta acompañado por un instrumento musical, en nuestro país, por la guitarra en la que interpreta melodías populares a modo de acompañamiento. En nuestro país los payadores suelen improvisar en octosílabos, la estrofa más usada es la décima y la música que acompaña estas improvisaciones es la milonga sureña. En otros países americanos, como Brasil esta práctica contrapuntística se llama “embolada", los que las llevan a cabo son llamados coquistas y se acompañan con el ritmo de los pandeiros. Cuando hablamos de payadores pensamos en el campo que parece haber sido su escenario durante mucho tiempo. Sin embargo, como el gaucho o con él un día llegó a la ciudad y nació así el payador urbano. En la ciudad compartió el escenario o  la pista del circo con otros artistas populares, como los primeros cantores de tango con quienes mantuvieron una relación ambivalente pero siempre fructífera, no olvidemos que Carlos Gardel se inicia en ese territorio de las canciones criollas y que su encuentro con Razzano –con quien formaría un famoso dúo– se produjo en una famosa ‘tenida’ entre El Morocho  y el Oriental, nombres con los que eran conocidos por entonces. A la tradición payadoresca se sumarían hombres de aspecto agringado, cuya presencia remitía al inmigrante que así se iba aquerenciando a una tierra elegida desde la esperanza. Los historiadores de este género popular recuerdan muchos nombres que aún perduran, a otros “los fue borrando el olvido” como decía Don Atahualpa, pero su huella quedó en el anonimato de versos que se repiten y a veces se transforman sin culpa pues son propiedad del pueblo, esto es de todos y de nadie. Pero recordemos algunos nombres: Un tal Simón Méndez, apodado “Guasquita” acompañó a Belgrano y a San Martín en sus campañas. “Ansina” llamaban los uruguayos a ese negro cantor que acompañaba permanentemente a Artigas quien lo había liberado de su condición de esclavo. Por gratitud, por afecto, por lealtad siguió al jefe oriental por todos los caminos, también en el exilio paraguayo lo alegró con sus canciones y su compañía. Su nombre era Joaquín Lenzina. Pasados casi dos siglos nos alegra el corazón hablar de estos humildes cantores populares a los que no pudo vencer definitivamente el olvido. Bartolomé Hidalgo, considerado el fundador de la literatura gauchesca, también se refiere a sí mismo alguna vez como payador. Casi todos los poetas gauchescos tuvieron sus puntas de payadores y José Hernández pone el acento en algo que después  estaría muy presente en muchos  de estos artistas, eso de “cantar opinando”. Muchos de ellos se hicieron caja de resonancia de las inquietudes y dolores de un pueblo no siempre tenido en cuenta. Estoy pensando en Gabino Ezeiza, en don Luis Acosta García, en Martín Castro  y en muchos otros. En la ciudad o en el campo, en boliches de campo, en algún club de pueblo, en el escenario de un teatro, en fin en distintos lugares se daban cita estos artistas errantes que competían entre sí. Estas competencias se prolongaban a veces durante una, dos, o más noches. Se dice que el período que va desde 1890 hasta 1915 fue la edad de oro de los payadores. Grandes figuras atraían la atención de los sectores populares: El ya mencionado Gabino Ezeiza. Nemesio Trejo, también autor de teatro, José Betinotti y el mismo Ángel Villoldo a quien ahora recordamos como autor de tangos, fue entre otras cosas un buen payador. Estos son sólo algunos pocos de los nombres recordables. Hacia el año 30 la crisis  económica, los cambios culturales y la transformación de la ciudad hicieron que estos  artistas se fueran yendo hacia otros lugares: pueblos y ciudades del interior donde persistió el interés por el género. En esta época estamos asistiendo a una revitalización del género. Payadores y tangueros Entre los payadores y los tangueros ocurrieron muchas cosas. En algunos casos, hubo rechazo claro por el tango. En otros, hubo amores compartidos, Villoldo autor del famosísimo “Choclo” fue un cultor del género payadoresco. José Betinotti es considerado por muchos un precursor del  tango y su vida llevada al cine  fue interpretada por Hugo del Carril. Y el mismísimo Gardel como ya dijimos se inició  como cantante dentro del ámbito de la música criolla donde se destacaban estos particulares artistas de un género popular tan antiguo que sus orígenes se pierden en el tiempo. Día del payador A pesar de la magnitud de los cambios culturales comunicativos y tecnológicos acaecidos en el siglo  XX, y a pesar de ciertos pronósticos estas  formas de arte popular sobreviven   casi milagrosamente y de cuando en cuando se revitalizan  y nos sorprenden. El día 23 de julio se celebra todos los años el Día del Payador, pues se recuerda que un 23 de julio de 1884 se llevó a cabo la primera payada profesional entre Gabino Ezeiza y Juan de Nava, en el Uruguay. Este es nuestro sencillo reconocimiento para esos artistas populares. E.R.   El alma del payador (fragmento) Cuando la tarde se inclina sollozando al occidente, corre una sombra doliente sobre la pampa argentina. Y cuando el sol ilumina con luz brillante y serena del ancho campo la escena, la melancólica sombra huye besando su alfombra con el afán de la pena.   Cuentan los criollos del suelo que en tibia noche de luna, en solitaria laguna para la sombra su vuelo; que allí se ensancha y un velo va sobre el agua formando, mientras se goza escuchando, por singular beneficio el incesante bullicio que hacen las olas rodando   Dicen que en noche nublada, si su guitarra algún mozo en el crucero de un pozo deja de intento colgada, llega la sombra callada, y, al envolverla en su manto, suena el preludio de un canto entre las cuerdas dormidas, cuerdas que vibran heridas como por gotas de llanto Rafael Obligado Extraído de Santos Vega y otras leyendas argentinas. Buenos Aires, Kapelusz, 1955.
Obligado, Rafael. Argentino (1851-1920) “Poesías” es el título del único libro que publicó. El más famoso de sus poemas es “Santos Vega”, extenso poema en el que retoma el tema de un payador legendario, Santos Vega, que ya había sido tratado por Bartolomé Mitre, Hilario Ascasubi y Eduardo Gutierrez y que posteriormente fue retomado por muchos otros autores. En muchos de sus poemas se ocupa de diversas leyendas argentinas.

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