Martes 30 de Abril de 2024

Los inolvidables aguafuertes de Roberto Arlt


  • Domingo 28 de Abril de 2019
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Periodista, narrador, dramaturgo y personaje él mismo en virtud de su irrefrenable vocación de novelar. Habiéndosele pedido en varias oportunidades que contara su vida  nos entregó datos contradictorios (por ejemplo circulan  por lo menos tres fechas distintas de su nacimiento, entre muchos otros datos no demasiado creíbles de su biografía). Había en eso sin duda un cierto espíritu bromista, un tomarse con ánimo lúdico esa tarea tan solemne de hacer una autobiografía. Una manera tal vez, de tomar distancia de una vida que estuvo en buena medida marcada por la angustia. Angustia entendible en un muchacho de origen humilde que un buen día decidió que quería ser escritor y famoso. El mundo se le aparecía así como un campo de batalla o un ring de boxeo en el que estaba decidido a ganar por knock out. Incansable, produjo en 20 años (pues murió muy joven a los 42  años) una obra hoy considerada fundamental en la literatura argentina. Sin embargo lo que lo hizo principalmente famoso en vida, fueron sus Aguafuertes. Crónicas periodísticas que si bien continúan un género costumbrista que ya había sido practicado por otros autores, tales como Fray Mocho y por Félix Lima, lo trascienden, sus crónicas le dieron fama y la oportunidad de ejercitar un talento especial para reflejar lo insólito, para descubrir lo distinto, para profundizar en el mundo aparentemente rutinario de la cotidianeidad. Los contemporáneos de Arlt tuvieron la fortuna de disfrutar cada día de esos textos tan originales que llamamos ‘aguafuertes’. Era cuestión de abrir el diario El Mundo en la página seis, allí en la famosa página seis se sabía que se podría echar una mirada, siempre sorprendente a la ciudad y a su gente a través de los ojos de Roberto Arlt. Hubo quienes compraban el diario sólo por leer aquellas aguafuertes que tenían el sello inconfundible de su autor, su irreverencia, su curiosidad, su perspicacia y una rara mezcla de amarga ironía no exenta de ternura. Fruto de la exigente premura del trabajo periodístico tienen sin embargo la marca de su talento. Los lectores lo siguieron con fidelidad durante los quince años, poco más o menos que duró su carrera periodística interrumpida por una muerte repentina y precoz. Su obra como periodista consiste precisamente en esas geniales crónicas muchas de las cuales llevan el nombre genérico de Aguafuertes. Su producción en ese terreno fue continua, prolífica y abarcó diversidad de temas, entre otros el del trabajo en sus diversos aspectos. Precisamente hemos elegido hoy un aguafuerte “Tragedia del hombre que busca empleo” aparecida en la famosa página 6 de El Mundo el 5 de agosto de 1928, cuando la caída del empleo que estaría presente en los años siguientes comenzaba a ser una tragedia para muchos. Arlt enfoca el tema con el humor irónico que lo caracteriza, con un tono que podríamos tildar de casi discepoliano. La tragedia del hombre que busca empleo La persona que tenga la saludable costumbre de levantarse temprano, y salir en tranvía a trabajar o a tomar fresco habrá a veces observado el siguiente fenómeno: una puerta de casa comercial con la cortina metálica medio corrida. Frente a la cortina metálica, y ocupando la vereda y parte de la calle, hay un racimo de gente. La muchedumbre es variada en aspecto. Hay pequeños y grandes, sanos y lisiados. Todos tienen un diario en la mano y conversan animadamente entre sí. Lo primero que se le ocurre al viajante inexperto es de que allí ha ocurrido un crimen trascendental, y siente tentaciones de ir a engrosar el número de aparentes curiosos que hacen cola frente a la cortina metálica, más a poco de reflexionarlo se da cuenta de que el grupo está constituido por gente que busca empleo, y que ha acudido al llamado de un aviso. Y si es observador y se detiene en la esquina podrá apreciar este conmovedor espectáculo. Del interior de la casa semiblindada salen cada diez minutos individuos que tienen el aspecto de haber sufrido una decepción, pues irónicamente miran a todos los que les rodean, y contestando rabiosa y sintéticamente a las preguntas que les hacen, se alejan rumiando desconsuelo. Esto no hace desmayar a los que quedan, pues, como si lo ocurrido fuera un aliciente, comienzan a empujarse contra la cortina metálica y a darse puñetazos y pisotones para ver quién entra primero. De pronto el más ágil o el más fuerte se escurren adentro y el resto queda mirando la cortina, hasta que aparece en escena un viejo empleado de la casa que dice: -Pueden irse, ya hemos tomado empleado. Esta incitación no convence a los presentes que estirando el cogote sobre el hombro de su compañero comienzan a desaforar desvergüenzas, y a amenazar con romper los vidrios del comercio. Entonces, para enfriar los ánimos, por lo general un robusto portero sale con su cubo de agua o armado de una escoba y empieza a dispersar a los amotinados. Esto no es exageración. Ya muchas veces se han hecho denuncias semejantes en las seccionales, sobre este procedimiento expeditivo de los patrones que buscan empleados. (...) Lo trágico es la búsqueda de empleo en casas comerciales- La oferta ha llegado a ser tan extraordinaria que un comerciante de nuestra amistad nos decía: -uno no sabe con qué empleado quedarse. Vienen con certificados. Son inmejorables. Comienza entonces el interrogatorio: - ¿Sabe usted escribir a máquina? - Sí, ciento cincuenta palabras por minuto. - ¿Sabe usted taquigrafía? - Sí, hace diez años. - ¿Sabe usted contabilidad? - Soy contador público. - ¿sabe usted inglés? - Y también francés. - ¿puede usted ofrecer una garantía? - Hasta diez mil pesos de las siguientes firmas. - ¿Cuánto quisiera ganar? - Lo que se acostumbra pagar - y el sueldo que se le paga a esta gente- nos decía el aludido comerciante- no es nunca superior a ciento cincuenta pesos. Doscientos pesos los gana un empleado con antigüedad... y trescientos... trescientos es lo mítico. Y ello se debe a la oferta. Hay farmacéuticos que ganan ciento ochenta pesos y trabajan ocho horas diarias, hay abogados que son escribientes de procuradores, procuradores que les pagan doscientos pesos mensuales. Ingenieros que no saben qué cosa hacer con el título, doctores en química que envasan muestras de importantes droguerías. Parece mentira y es cierto. - La interminable lista de “empleados ofrecidos” que se lee por las mañanas en los diarios es la mejor prueba de la trágica situación por la que pasan millares y millares de personas en nuestra ciudad. Y se pasan estas los años buscando trabajo, gastan casi capitales en tranvías y estampillas ofreciéndose y nada... La ciudad está congestionada de empleados. Y sin embargo, afuera está la llanura, están los campos, pero la gente no quiere salir afuera. Y es claro, terminan tanto por acostumbrarse a la falta de empleo que viene a constituir un gremio, el gremio de los desocupados. Sólo les falta personería jurídica para llegar a constituir una de las tantas sociedades originales y exóticas de las que hablará la historia del futuro. Roberto Arlt
Roberto Arlt: escritor argentino nacido en Buenos Aires el 26 de abril de 1900. Desde muy joven descubre en la literatura su vocación. Con empecinamiento, con esfuerzo, con talento logra hacerse un lugar tempranamente entre los escritores de su tiempo. En noviembre de 1926 Editorial Latina publica su primera novela “El juguete rabioso”. La siguiente novela, “Los siete locos” que fue publicada en 1930 obtuvo el Premio Municipal de narrativa. Escribió luego dos novelas más. “Los lanzallamas” y “El amor brujo”. Sus cuentos se agrupan fundamentalmente en dos libros “El jorobadito” y “El criador de gorilas”. Los últimos años de su vida los dedicó al teatro género en el cual había encontrado enormes posibilidades expresivas. Sus obras fueron representadas  casi en su totalidad en el Teatro del Pueblo que dirigía su amigo L. Barletta. Entre otras podemos recordar “Trescientos millones”, “Saverio, el cruel” y “La Isla desierta”.

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