Juan Draghi Lucero es un valioso y original autor nacional que abrevó en las inagotables fuentes del folklore, del cual fue un permanente indagador. Decimos indagador y no investigador porque sus búsquedas permanentes en la materia no nacieron en el silencio de un gabinete sino al compás de una existencia inmersa en el vivir de su pueblo. Tempranamente se sintió fascinado por ese rico mundo de historias, personajes, mitos y creencias que viene fluyendo y enriqueciéndose desde tiempos inmemoriales.
Al leer los textos de Juan Draghi Lucero tenemos la impresión de estar en contacto con una realidad cultural rica y potente que se ve sin embargo velada por el innegable predominio del cosmopolitismo metropolitano.
Hablar de Cuyo es hablar de un mundo cultural con perfiles claramente identificables, no puede reducirse a un capricho administrativo. No es sólo un lugar en el mapa. Evidentemente es una manera de hablar, de nombrar, una música, una historia, una cultura en fin, que también nos pertenece. Porque ese es el milagro de nuestra condición pluricultural. Poder gozar de las semejanzas y las diferencias que nos entrelazan.
Draghi Lucero como folklorólogo recibió reconocimientos provinciales, nacionales e internacionales, fue consciente de la importancia de su tarea que fructificó en numerosos trabajos. No vamos a enumerar todas las diferentes tareas, actividades y profesiones por las que transitó, siempre aportando su enorme inteligencia y creatividad, baste recordar la ya mencionada de folklorólogo, docente, historiador y escritor, porque, y es bueno destacarlo, Draghi Lucero no se limitó a recopilar sino que recreó literariamente el material tradicional insuflándole indudable vitalidad.
Al respecto dice Jorge B. Rivera que “la profunda inmersión de Draghi en la rica materia del folk cuyano no se limita a la comprometida labor de recopilación, selección y sistematización que denuncia su obra” y agrega “más ambiciosa y más sensible, su labor de recopilación encontrará una vía en la que pocos folkloristas se internaron con idéntica fortuna. Nos referimos, concretamente, a la reelaboración literaria de temas, motivos y formas expresivas de auténtica raíz folk”.
Queremos destacar que lo que hace particularmente tan gozable la lectura de los cuentos de Draghi Lucero es el rescate de la oralidad. Sus cuentos, con criterio riguroso, son literarios, en el sentido de que están plasmados en la escritura y tienen el sello de un autor absolutamente reconocible, sin embargo persiste en ellos esa voz inconfundible del acervo popular.
Dichoso entramado, afortunado mestizaje de tradición y creatividad individual su obra puede ser leída y disfrutada. Sus libros están, seguramente, en los estantes generosos de muchas bibliotecas populares. Como adelanto y anzuelo para el curioso lector que imaginamos desde esta sección semanal transcribimos un fragmento del cuento “Y los ríos se secaron” que dio nombre a un volumen de cuentos editado por el Centro de Estudios Históricos, Antropológicos y Sociales Sudamericanos en 1989.
“Y los ríos se secaron” (Fragmento)
Todo comenzó con la novedosa llegada de un Viento de los Nortes. Cierto que se estaba acostumbrado a las rachas calurosas del viento Zonda, pero siempre fue pasajero. Este intruso viento norteño, con aparente mansedumbre, pero con insufrible insistencia, comenzó a descalabrar la vida. Su presencia amenazaba acabar con los inviernos, primaveras y veranos: todo lo unificaba tiránicamente el viento novedoso, por momentos con resoplidos de ventarrones. Lo peor es que el porfiadísimo resoplar, hasta hace poco desconocido, seguía y seguía con las porfías del nunca acabar. (...)
Nada. Nada contenía al castigo del Norte caldeado. Porfiados y crueles se anudaban días y noches en el sin cesar de los soplos quemantes, venidos de ignotos secadales.
No pocos decían, y se plantaban a porfiar, que eran bocanadas del desierto de Atacama: el terrible secadal de América. Ese extenso lugar sin vida, hostil a todo doblamiento humano, invadía con aridez enemistosa, mortecina, a los verdes campos cultivados... No habían de faltar otros que sostuvieran, y con la tozudez de los sabihondos, que tales lengüetazos quemantes eran del viento Zonda tradicional.
Pero más calientes y porfiados que de costumbre. Sí, que en semanas más acabaría su porfía ventosa. Lo decían y sostenían que este conocido ventarrón arrastrado que sólo era de aguantarlo un tiempo más. Luego, cansado de soplar, retornarían los deseados días de brisas placenteras. Al fin de malas cuentas, no era la primera vez que el Zonda causara disgustos. Sí, pero no tantos y tan sin treguas como ahora, argumentaban los de la disconformidad”.
Lo cierto, lo que forzó la conformidad, con duro pesar, es que tal viento y sus clorazos, en vez de calmarse, cada día arreciaba más. Y fue de confesar que se sumaban cuatro y ocho meses con el sostenido azotar. Tal vez -pensaron algunos religiosos- sea un castigo a nuestros pecados. (...)
El pobrerío, curtido por aguantar todos los fieros encontronazos de la vida, iba acomodándose a un castigo que amenazaba, con látigo restallante, someter a pobres y a ricos.
¡Era el azote de los tiempos...! Estaría de Dios que así fuera. (...)
Juan Draghi Lucero (1895-1994
De “Y los ríos se secaron”, Ed. CEHASS, 1989
Noticia bibliográfica
Draghi Lucero, Juan: nació el 5 de diciembre de 1895 y falleció el 17 de mayo de 1994.
Investigador, recopilador, escritor mendocino, autor de numerosas obras, entre las que destacamos entre muchas otras: “El Cancionero Popular Cuyano” de 1938; “La mil una noches argentinas” de 1942, “El loro adivino” de 1963, “Cuentos mendocinos” de 1964“; El hachador de Altos Limpios” de 1966; “Sueños” de 1986; y “...Y los ríos se secaron” de 1989.
Juan Draghi Lucero fue fundador de la Escuela de Apicultura de Mendoza en 1929 y participó en la creación de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza. Su formación autodidacta no le impidió ejercer la docencia en la Universidad Nacional de Cuyo donde fue titular de varias cátedras.
Entre los premios y distinciones que recibió a lo largo de su vida recordemos el premio Konex de Platino en Letras en la disciplina Regional en 1984 y el título de Doctor Honoris Causa otorgado por la Universidad Nacional de Cuyo en 1986. En 1987 el Centro de Estudios Históricos, Antropológicos y Sociales Sudamericanos le concede el premio “Sudamérica en Artes y Letras”, distinción que compartió con el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro.
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