Cuando en 1808 Carlos IV y su hijo Fernando VII son despojados del trono por Napoleón Bonaparte y retenidos en calidad de prisioneros en territorio francés comienza una lucha denodada del pueblo español por arrojar de su territorio a los invasores franceses. Hacia 1810 la resistencia del pueblo español parecía destinada a fracasar. La Junta que gobernaba en nombre del monarca prisionero fue arrojada finalmente de Cádiz, último reducto, hasta ese momento libre de la presencia napoleónica.
La noticia de este acontecimiento fue finalmente la chispa que desencadenó el proceso emancipatorio de las colonias españolas en América. Esas luchas consumieron muchos años e incontables vidas. Hubo sacrificios, batallas ganadas y perdidas, avances y retrocesos. Sin embargo como lo afirmaban algunos de sus protagonistas la independencia de América era un hecho que inevitablemente había de suceder. Esa convicción tiene que haber pesado en la balanza cuando los hechos parecían desmentir esa posibilidad. Estas reflexiones vienen al caso para referirnos a la declaración de la Independencia de nuestro país ocurrida, como todos sabemos, el 9 de Julio de 1816 en la ciudad de Tucumán.
El propósito de constituirnos como una nación independiente estaba presente en muchos de los que participaron en las jornadas de mayo de 1810, aunque dadas las circunstancias se apeló a la idea de declarar que se estaba gobernando en nombre de Fernando VII.
Sin embargo la política llevada a cabo y una serie de actos significativos reforzaban ese objetivo independentista. La Asamblea del Año XIII corroboró en todas sus decisiones al objetivo emancipatorio, sólo faltaba darle estatuto jurídico a lo que era una realidad.
Un panorama crítico
La caída de Napoleón y el retorno al trono de Fernando VII, ocurrido en 1814 obligaba a tomar determinadas decisiones. Podría pensarse que era inevitable y necesario concretar la postergada declaración de la independencia. Sin embargo, mientras tanto, la situación en el mundo había cambiado radicalmente. Había por entonces una incontenible ola restauradora de los gobiernos monárquicos, Inglaterra otrora favorable a la emancipación de la América Española, y que se había aliado con España en las guerras napoleónicas tenía por entonces una actitud desfavorable hacia las naciones rebeldes. 1915 fue un año de intensas, pero malogradas al fin, tratativas diplomáticas en las que participaron Manuel Belgrano, Bernardino Rivadavia y otros.
Por otra parte en América las tropas realistas iban recuperando las colonias emancipadas. Bolívar había sido vencido en el norte del continente. Chile después de la derrota de Rancagua estaba nuevamente en poder de los realistas. A tal punto habían llegado las cosas que puede decirse que el Río de la Plata era la única región libre del dominio español.
La lucha por la independencia de las ex colonias españolas estaba en su peor momento. Sin embargo, un americano que había hecho una brillante carrera en el ejército español, me refiero a José de San Martín, estaba preparando en Mendoza un ejército con el que pensaba cruzar la cordillera y liberar a Chile. La magnitud de su propósito era mantenida en secreto. Este hecho que traemos a cuento tiene particular relevancia pues había de ser él y los diputados por Cuyo que llevaban sus instrucciones los más entusiastas partidarios de que se declarara la independencia. San Martín insistía y apremiaba a los diputados para que tomaran una decisión que era absolutamente indispensable. No se podía continuar con la impostura de gobernar en nombre de un rey contra el cual se estaba luchando.
Finalmente llegó el día
Reunidos en San Miguel de Tucumán desde el 24 de marzo de 1816, los miembros del Congreso que había sido convocado con atribuciones constituyentes votaron en forma unánime, el 9 de Julio, la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América. El nombre de Argentina, todavía no existía, o mejor sí, pero tenía sólo una existencia poética en algunos textos de nuestra incipiente literatura.
Es interesante detenerse en el hecho de que los congresales de Tucumán asumieron una suerte de representatividad de los pueblos de América del Sud. Esto no es extraño si se considera que el proceso emancipatorio fue continental y que la constitución de muchas de las naciones americanas respondió a otras causas y circunstancias. Lo acontecido en aquella memorable jornada quedó registrado en un acta que da testimonio de aquel 9 de julio de 1816, acta que fue completada por una segunda en la que se agrega a la fórmula del juramento original el siguiente texto: “y de toda otra dominación extranjera”, con lo que se buscaba desactivar ciertos proyectos que hablaban de traer a estas tierras algún príncipe o princesa de alguna casa real europea.
Otro de los temas que se discutió acaloradamente en el Congreso fue el de la forma de gobierno. Para entender por qué muchos de estos hombres que se habían entregado a la causa de la revolución consideraban, en ese momento, como factible y hasta deseable establecer alguna forma de monarquía en nuestro país, hay que trasladarse a la época y advertir de qué manera influía la situación mundial. Parecía que había llegado la hora de restaurar las monarquías que se atribuían la legitimidad del poder. La necesidad de integrarse al mundo, de ser aceptados y reconocidos llevó a muchos a pensar que adoptar una forma monárquica de gobierno haría más fáciles esos logros. Sin embargo, el espíritu republicano había calado hondo en nuestro pueblo y esos proyectos nunca se concretaron.
Es bueno recordar la intervención, solitaria pero firme de Fray Justo Santa María de Oro -diputado por San Juan- quien, cuando se insistía en aprobar la forma de gobierno de la nueva nación, pidió que este asunto tan grave no se resolviera sin consultar previamente a los pueblos, y se retiró del recinto alegando carecer de instrucciones. Su intervención fue decisiva en ese momento y puso un límite claro a la cuestión.
Respecto del desempeño posterior de este Congreso podemos recordar que en el año 1817 se trasladó a Buenos Aires. Que elaboró una Constitución, la de 1819, de espíritu autoritario, muy cercana a la concepción monárquica del poder. Que esta constitución fue rechazada. No obstante, no debemos olvidar que aquellos hombres, cuyos nombres muchas veces ni recordamos, llevaron a cabo el misterioso acto de fundarnos la patria.
E.R.
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