El padre Fernando Crevatín estuvo presente en el encuentro que glorificó al sacerdote - arzobispo de San Salvador, que fue asesinado hace 35 años por escuadrones de la muerte de ultraderecha.
El padre Fernando Crevatín, quien fuera párroco de Nuestra Señora de Las Gracias, la Parroquia ubicada en el barrio Peruzzotti de Pilar, estuvo presente en la beatificación de monseñor Romero, como parte de una inolvidable experiencia por Centroamérica.
“Tuve la gracia de vivir "la previa" de la beatificación del mártir Oscar Romero junto con los seminaristas de la arquidiócesis de San Salvador y venerando las reliquias que al día siguiente se iban a exponer en público", comentó el presbítero Crevatín en el programa “La Mañana de Resumen” de FM Del Sol.
La beatificación se concretó cuando la reliquia de Romero, consistente en la camisa ensangrentada que vestía el día de su asesinato, flores y una palma que significa “la victoria de los mártires”. La reliquia fue incensada por el cardenal Ángelo Amato, el enviado del Papa Francisco.
Asimismo, unas 300 mil personas concentradas en la plaza del Salvador del Mundo ovacionaron y dieron vivas a Romero tras la lectura de la carta de Francisco por Jesús Delgado, un obispo que fue secretario personal del nuevo beato.
Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado hace 35 años por escuadrones de la muerte de ultraderecha, fue declarado el 23 de mayo pasado oficialmente beato por el papa Francisco, quien en una carta suya leída en una multitudinaria ceremonia en la capital de El Salvador, calificó a Romero de “ejemplo de siervo de Dios” y “padre de los pobres”.
La realidad de tres países convulsionados
“Recorrí El Salvador, Guatemala y Honduras viviendo en parroquias de ciudad o en zonas rurales, celebrando misas en pequeñas o grandes comunidades, compartiendo momentos con sacerdotes o en casas de laicos y fortaleciendo la amistad con sacerdotes compañeros de estudios –relató el padre Fernando en la entrevista radial-. Conocí dos seminarios y a sus formadores. En Ilobasco, pequeña localidad de la diócesis de San Vicente, en El Salvador, estuve en dos parroquias junto con la comunidad sacerdotal de cada una de ellas y hasta tuve la gracia de presidir la misa y la procesión del Corpus Christi”.
A su vez, también estuvo en Honduras y Guatemala. “Visité aldeas (o cantones, como le dicen en El Salvador) celebrando la Eucaristía y la Reconciliación. El Señor me regaló que se fortaleciera la Fe en Cristo y en su Iglesia, en particular con el testimonio de esta Iglesia latinoamericana que ya produjo centenares de mártires y que, desde su pobreza, vive, sufre y celebra con alegría su fe a pesar de la violencia, el narcotráfico o la invasión de culturas extrañas a su idiosincrasia –expresó el sacerdote-. Es cierto que América sigue siendo el continente de la esperanza: la Fe en Jesucristo sigue siendo nuestro baluarte. Fueron 21 días que me parecieron como un año por la cantidad de vivencias y por la intensidad de cada momento”.
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