Sábado 23 de Noviembre de 2024

Ernesto Loraschi, el peluquero de Pilar que sigue haciendo historia


  • Viernes 20 de Febrero de 2015
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En la esquina de Chacabuco y Lorenzo López, una vidriera llama la atención. Pintado en letras blancas y cuadradas, el local que lleva 50 años en Pilar reza: “Corte a caballeros, niños y bebés. Peluquería Ernesto Loraschi”. Ernesto Loraschi vive en Pilar desde que el lechero recorría el pueblo y vendía el vaso de leche fresco a 5 centavos para tomarlo “al pie de la vaca”. Es de esos pilarenses que vivieron los caminos de tierra, los vendedores de pavos y los reseros arreando ganados en pleno Tomás Márquez y Fermín Gamboa. Es de esos pilarenses que a sus 84 años resumen su historia de vida en cinco palabras: “Lo mío todo ocurre acá”. La vida del peluquero más viejo de Pilar empezó una tarde de octubre de 1926, cuando su padre, Pedro Bautista Loraschi, desembarcó del Julio César en la histórica Buenos Aires. Por razones de salud, debió mudarse a Pilar, en busca de aire más puro. Empezó trabajando con el padre del ex intendente Luis Lagomarsino, peluquero como él. No pasaron muchos años hasta que se independizó, contrajo matrimonio en 1929 y tuvo al primero de sus cuatro hijos. El segundo sería Ernesto, nacido el 28 de marzo de 1931 en la calle Ituizangó. El peluquero de 84 años recuerda su infancia como si no hubiesen pasado siete décadas. Desde muy chiquito, le alcanzaba las herramientas a su papá, le pasaba el cepillo a la ropa de los clientes y recibía alguna que otra propina. Eran esos tiempos en los que la gente todavía usaba sombrero. A los 12 años cuando terminó la primaria, su padre le preguntó si seguiría estudiando o empezaría a trabajar. La respuesta fue corta y fácil: “Voy a trabajar”. Fue su padre quien lo entusiasmó: “Me dijo algo que guardé para toda la vida, rico no te vas a volver, pero un pesito en el bolsillo no te va a faltar nunca. Y cuando te toque el servicio militar, te la vas a pasar bien porque el peluquero es muy buscado”. Y fue así, todo sucedió como él le había dicho. Ya llevaba trabajando ocho años cuando le tocó el servicio militar. En su primer día como peluquero, la décima persona a la que le tocaba pelar, le ofreció 30 pesos si le dejaba el pelo un poco más largo. En ese momento los cortes valían dos. Al principio le dio un poco de miedo, pero después se terminó convenciendo. Accedió, y el siguiente cliente le ofreció 20 pesos. “¡Volví con la cartera llena de plata, 15 cortes en un día no lo ganaba ni en mi casa!”, bromea y ríe con las picardías de la juventud. Después no le pasó nunca más. Y entre anécdotas, recuerda con cariño el desenlace de toda la historia: “¡Llegó el comandante y le levantó el birrete a uno y la cabeza era un plumero!”. Esa vuelta le tocó quedarse toda la noche pelando soldados. A los 26 años Ernesto Loraschi entró a trabajar como peluquero en la policía. Tampoco le quedó mucha opción, recuerda. En un día como cualquier otro en la peluquería de su padre, entró un colega y le comentó que en la policía buscaban gente de hasta 32 años. Fue su padre el que escuchó la conversación y, enseguida lo convenció. El 1 de mayo de 1957 fue su primer día de trabajo. Fueron tres años de pocos gastos y mucho ahorro, que le permitieron comprarse el lote actual, construir la casa y abrir la peluquería. “Estuve 20 años con mi papá y hace más de 50 que estoy acá, batiendo todos los récords”, afirma desde la esquina de Chacabuco y Lorenzo López. “Ah, esa historia es muy linda”, responde al contar cómo se conoció con su mujer. Pero antes de empezar, afirma convencido que si él hiciera un programa de televisión, haría uno sobre cómo se conoció cada uno con su esposa. Su historia de amor inició cuando otra acababa de terminar. Pareció juego del destino, en el que en un baile de aquel Pilar tan joven, faltaran las parejas respectivas de Ernesto y Ana Sofía Szyliwsky, quien se convertiría en su esposa. Él la vio bailando desde lejos, y en la mitad de la pieza, se acercó a ella. “Yo no sé qué pasó. Empezamos a bailar y éramos desconocidos, terminamos y estábamos enamorados”, y sonríe. Un año después se casaron y tuvieron seis hijos. Mientras le corta el pelo con suma atención a sus clientes, les pregunta por sus hijos, por sus nietos, por sus esposas. “Siempre conocer las historias es lindo, ¿no? Cada uno tiene su historia de vida”, afirma.  Y vaya qué historia de vida le queda por tener a Ernesto. El pasado agosto viajó a Italia con su hijo Matías y su familia, donde conoció a una hermana mayor italiana, a la que nunca había visto en sus 84 años. Fue en 1926 cuando Pedro Bautista Loraschi dejó atrás a una novia, Zoraida, quien esperaba un hijo suyo. Aunque le pidió que se viniera a la Argentina, ambos acordaron seguir con sus vidas y crear sus propias familias. “Nosotros siempre la tuvimos en consideración como hermana propia. Nunca la hicimos a un lado, al contrario”, recuerda hoy Ernesto. Después de conocer Venecia, Lago Di Como y la Torre de Pisa, viajaron a Gussola. Gussola es mucho más que un pueblo para Ernesto. Es el pueblo donde nació y murió su padre. Es el pueblo donde conoció a su hermana después de ocho décadas. Cuando llegaron, ella ya los estaba esperando en la puerta de su casa. “Fue muy emotivo, nunca nos habíamos visto con mi hermana. Era una cosa muy especial. Uno lo cuenta y no alcanza con palabras a contar la emoción y los sentimientos que afloraban en ese momento”, dice. Y es así. Ernesto se emociona solo al mencionarlo. Y se emociona aún más cuando recuerda que ella tiene guardadas las cartas que habían intercambiado entre hermanos cuando tenían tan solo 20 años. Estaban nuevitas, recuerda. Él viajará de nuevo en agosto. “Ella tiene 88 años, yo tengo 84. No tenemos mucho para comentar, tenemos que apurarnos porque en cualquier momento viene aquel que te dije y nos lleva” y las últimas palabras se pierden por sus risas. Pocos pueden decir que tienen tanta energía como Ernesto, tantas ganas de vivir la vida. Se describe a sí mismo y dice: “Qué italiano que parezco”. Pero él afirma que se queda acá, que para él no hay otro lugar. Entre tijeras, navajas y mucho esfuerzo y honestidad, Ernesto Loraschi es un ícono para todos los pilarenses. Es Loraschi, el peluquero de Pilar. El familiero, el padre y abuelo. Es de esos pocos que quedan de la Argentina joven, que hizo del trabajo, la perseverancia, el amor incondicional y las ganas de progresar, sus valores centrales de vida. Es de esos que todavía sigue haciendo historia en un pueblo tan suyo. “Y acá estamos, peleándole a la vida”, concluye con una sonrisa. Azul Rizzi

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