La resistencia a los antimicrobianos (RAM) se ha convertido en una de las principales amenazas sanitarias globales, con consecuencias directas en la salud humana, animal y ambiental. En este contexto, la empresa pilarense Bedson, dedicada al desarrollo de aditivos alimenticios y productos farmacéuticos para uso veterinario, trabaja junto al Instituto de Patobiología Veterinaria (IPVet) del INTA-Conicet en la búsqueda de alternativas que permitan sostener la productividad sin comprometer la eficacia de los tratamientos.
La investigación conjunta evaluó el potencial de los aceites esenciales de orégano (carvacrol) y canela (cinamaldehído) para determinar si podían inducir resistencia antimicrobiana, un factor clave al pensar en sustitutos naturales de los antibióticos. Los ensayos realizados en el Laboratorio de Bacteriología General del IPVet demostraron que los compuestos analizados no generaron clones resistentes ni alteraron la sensibilidad de las bacterias frente a los antimicrobianos de uso veterinario.
Según explicó Johana Domínguez, investigadora del Conicet en el IPVet, los resultados sugieren que “incluso tras una exposición prolongada, las bacterias no desarrollaron resistencia a los aceites esenciales”. Estos fitoquímicos, agregó, pueden mejorar la digestibilidad, estimular las defensas naturales y actuar como antioxidantes, mejorando la productividad y la inocuidad de los alimentos.
El estudio también evidenció beneficios productivos en pollos de engorde, donde la inclusión de carvacrol y cinamaldehído en la dieta incrementó la ganancia de peso corporal y favoreció sistemas productivos sostenibles. Para Natalia Casanova, investigadora del IPVet, “estos compuestos, junto con probióticos y bacteriófagos, ofrecen soluciones de bajo impacto ambiental que permiten mantener la salud animal sin comprometer la eficacia terapéutica futura”.
Desde Bedson, el gerente de Investigación y Desarrollo, Carlos Rodríguez, destacó que “los resultados confirmaron nuestras hipótesis y constituyen un hito que refuerza nuestra competitividad en un mercado internacional altamente exigente”. La empresa aportó la hipótesis inicial y colaboró en el diseño experimental, mientras que el INTA aplicó sus protocolos y metodologías de validación científica.
“Con INTA hemos trabajado en distintas líneas de investigación aplicadas a diversas especies animales. Contar con un instituto reconocido y con experiencia nos permitió validar nuestras fórmulas y seguir innovando”, señaló Rodríguez.
Este caso ejemplifica cómo la articulación entre la ciencia pública y la industria privada puede generar innovaciones concretas que fortalecen la sanidad animal, impulsan la sustentabilidad productiva y contribuyen a frenar uno de los desafíos más urgentes de la salud global.
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