Por Guillermo Pellegrini es Maestro Normal y Lic. en Ciencia Política
“Cada uno es como Dios lo hizo y aun peor muchas veces” (Don Quijote de la Mancha)
Ostentar es exhibir algo, hacer alarde, jactancia, una forma de exagerar con pompa y boato, algunas personas en la corriente del fuerte consumismo tratan de presumir ante los demás para sobresalir, destacarse, es una manera de existir, mostrarse, acá estoy tengo una identidad social, valgo por lo que tengo no por lo que soy… “abran cancha”.
Es la faceta más negativa de la sociedad mercantilista actual. Donde la globalización alimenta diariamente con fenómenos sociológicos de fuertes desafíos, lo gané en tiempo récord, es lo más, ni te cuento el precio; alimenta un egocentrismo, siente que lo hace vivir.
En otras épocas como en los años 20, 30, 40 y 60, las clases sociales altas, las de mayor protagonismo, venían actuando desde mucho tiempo atrás, con fortunas amasadas a través de la producción agrícola ganadera, muchos con trayectoria política, en servicio exterior, en el sector gremial patronal, fuertes comerciantes, importadores, exportadores, banqueros. Se movían en clubes hípicos, de golf, de regatas, conocidos lugares de veraneo con playas y hoteles exclusivos. Esta gente que fueron los primeros en mandar a sus hijos a estudiar a Europa y USA, tenían un canal fluido y permanente sobre sus actividades sociales, nacimientos, casamientos, viajes al exterior, premios y menciones por su actuación científica, literaria o artística, en los conocidos diarios y revistas, donde en forma privilegiada y alegre tenían su paginas para mostrar su éxito social. Más allá de la vanidad había un legítimo derecho en su actuación fecundado por muchos años de usos y costumbres aceptados ya que había un orden social.
Esta apariencia como condición del reconocimiento social, es una antigua cultura, un estilo de vida.
Sin lugar a dudas hay una herencia hispánica, los modos y condiciones de cualquier pretendiente eran primero los servicios al poder, a la corona ya sean militares o financieros o de singular gestión comercial en colonias o virreinatos. Son realizados como requisitos, después hay que mantenerlo, había que pagar entre otras cosas un “derecho de lanzas” que se cobra por sucesiones o título nobiliario; la falta de pago era motivo de desprestigio y decadencia del linaje conseguido. El poder de esta burguesía posibilitó el desarrollo urbano, los clásicos estilos arquitectónicos europeos, el arte, la cultura y la filantropía. Como dejó la generación del 80 y sus décadas siguientes.
En la nueva sociedad de la apariencia con sus distintos códigos y costumbres se produce una ruptura cultural, es más hasta sus inversiones y bienes están afuera, en el exterior, Miami, el Caribe, paraísos fiscales, sociedades off shore, son ciudadanos del mundo, da lo mismo aquí que allá, cambian sus hábitos en comidas, música y formas de vivir, son pirotécnicos.
Ahora más que una necesidad social hay un interés social individual, una ostentación que salta y brinca en las redes sociales, se matan por una cámara de televisión o tapa de revista, importante necesidad de figurar; “más que el trabajo de hacer fortuna, lo que más vale es poder mostrarla”.
Desde el punto de vista social la ostentación no sería políticamente conveniente (grieta) en un lugar con gran desigualdad económica y social, la ostentación puede ser un disparador y provocar violencia y confrontación entre las personas. “A veces no molesta tanto la ostentación como la desigualdad con miseria”.
Esta nueva sociedad actual ante todo egoísta y materialista no tiene la gallardía y grandeza de la anterior, no hay patriotismo cultural, poca generosidad, poco sentido solidario y poca filosofía de servicio hacia la comunidad, no cultivan las artes, las ciencias, ni la cultura universal, no realizan, como la sociedad anterior, donaciones en colegios, hospitales y templos, viven el momento sin alegría, pero con ostentación.
“La falta de ostentación es fundamental en todo hombre que quiere ejercitar una acción docente, de austero, desinteresado y modesto”, Arturo Illia.
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