Sábado 23 de Noviembre de 2024

Algunas reflexiones necesarias en torno a el “Día del Niño”


  • Lunes 21 de Agosto de 2017
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No puedo hablar de “Día del Niño” sin sentir una profunda consternación al constatar la inocultable diferencia que hay entre lo que sucede y lo que se pretende instalar como verdad. En realidad, este es un clásico de la mayoría de los gobiernos: hacernos creer que las cosas están mejor de lo que creemos, y que somos víctimas de una suerte de síndrome alucinatorio, condicionado seguramente por nuestra ideología. Sí, señores ,ya sé ,todo está muy bien, pero… tenemos la manía de quejarnos. Cuando de pensar en los niños se trata, o en la niñez tal vez para hacerlo un tanto más abarcartivo se nos presentan determinadas cuestiones por ejemplo: cómo siendo la niñez una etapa pletórica de posibilidades maravillosas haya tanto fracaso entre los adultos, tantos vidas desperdiciadas por distintos motivos, entre otros probablemente, porque no tuvieron oportunidades en el momento justo. El de la niñez, ya que su cuidado, su atención no admite dilaciones, ni pretextos en una sociedad viva, que tiene sueños y proyectos. Los asuntos de la niñez (incluyo en ello la adolescencia) son de absoluta perentoriedad. No hay excusas que valgan. Es en esta instancia cuando se advierte con toda crudeza cuál es el papel de los que gobiernan, del Estado en general. Me atrevería a decir que es en estos temas donde el fracaso o el éxito de un gobierno se hace más palpable. Parto de la idea de que estamos en una sociedad democrática donde el principio de igualdad es indiscutible. Siendo así, basta mirar alrededor para darse cuenta de que la nuestra (y no es el peor caso) dista mucho de serlo. Justamente, he ahí el rol fundamental del Estado, asegurar la igualdad del punto de partida. Pienso en los miles de niños que están padeciendo, no sé si hambre, pero si  desnutrición, atención médica nula o insuficiente, dificultad para acceder a una educación adecuada a estos tiempos, y tantas otras cosas. De qué igualdad estamos hablando en un mundo tan salvajemente fragmentado. Cómo podemos estar hablando de premiar el mérito, concepto vago e impreciso, porque cómo decía Lázaro de Tormes, el famoso Lazarillo “saber el hombre subir", así lo decía (podría decirse trepar) ahí está el verdadero mérito . Muchos émulos tiene hoy el viejo personaje, ya que la picardía se festeja como un buen recurso para lograr lo que se quiere. Alguien dijo que lo sucedido en las pasadas elecciones, por lo menos en el recuento de votos había sido una “picardía”. Muchos adultos y algunos bastante veteranos festejan sin pudor las chicanas, las avivadas o más claramente las trampas en la disputa por el poder. ¿Ese es el mensaje? ¿Esa es la enseñanza? No salgo de mi asombro. Pues es bueno recordar ese apotegma de que “los chicos aprenden lo que viven”, incorporan los ejemplos, quien puede hablar de infancia, de niñez y de futuro y ni que hablar de democracia con semejantes ejemplos. Afortunadamente hay una maravillosa capacidad de regeneración en los niños y en los jóvenes que sostiene nuestra esperanza en un mundo mejor. Esa juventud de la que hablaba José Ingenieros cuando dijo aquello de “Jóvenes son los que no tienen complicidad con el pasado”. Aunque pueda parecer demasiado lapidario siento que un país que no piensa en sus niños, que no se preocupa y ocupa de ellos se está suicidando. Yo me acuerdo cuando Alfonsín, en el retorno a la democracia, con la más noble de las intenciones ideó lo de las cajas  PAN estaba dando un paso importante, desafortunadamente hubo muchos pícaros, que se ocuparon de que ese plan fracasara y por supuesto de hacer negocios con ello. Todo eso duele porque a lo largo de la historia  hay muchas generaciones de chicos, que van creciendo ninguneados, maltratados de mil maneras, que se convierten en ese adulto escéptico, decepcionado, que no cree en la política, ni en la solidaridad y que entienden que el quid de la cuestión está en “acomodarse” ,buscar el mejor lugar para medrar, porque adhieren a ese filósofo cínico de nuestra literatura popular, el Viejo Vizcacha que decía, más o menos así: “dejá que caliente el horno / el dueño del amasijo / lo qu’es yo nunca me aflijo /y a todito me hago el sordo”. Probablemente haya muchos que se hacen los sordos y hasta los ciegos para no reconocer una realidad incómoda. Usted dirá qué tiene que ver todo esto con el  “día del Niño”, y sí, tiene que ver y mucho porque todo lo que hagamos constituye (y esa sí va ser una pesada o liviana herencia) el patrimonio que le estamos dejando a las nuevas generaciones. Muchos hablan de pobreza con dignidad, no tengo muy claro que quieren decir, seguramente, una especie de alabanza al pobre manso, resignado, sin sueños: el que entiende cuál es su lugar en una sociedad de castas. Pero el “niño pobre” cómo puede mirar el mundo, arrojado a los márgenes más indignos de la sociedad, mientras ve como el resto disfruta de bienes inalcanzables para él. Las estadísticas (aunque no siempre creíbles) nos están dando cifras alarmantes respecto de la pobreza. La Universidad Católica Argentina según datos del Observatorio de Datos de la Deuda Social ha dado una cifra de alrededor del 33% de pobres, aproximadamente unos 13 millones de pobres, gran parte de esos pobres son niños. Si no nos ocupamos de ellos tendremos después que lamentarnos. Y esto no se arregla con cárceles, ni reformatorios. Da miedo la ceguera de los que gobiernan y de una parte importante de la población también, que parece no haberse dado cuenta de que el mundo no termina en el ámbito de la familia o de los amigos y que del otro lado, en la puerta, en la calle, en una plaza, donde sea, hay miles de niños esperando ser tenidos en cuenta. Lo cierto es que la pobreza en la Argentina de hoy alcanza niveles preocupantes, y no hay spot publicitario que pueda taparlo. No hay posverdad que pueda con esa realidad lacerante que nos interpela. Muchos niños esperan este fin de semana su regalo, su juguete, a veces les basta que se los escuche, con seriedad, que se les preste atención, que se los respete como sujetos plenos de derecho que lo son y no como un objeto adorable o descartable según las circunstancias. E.R.

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