Por Carolina Sánchez Agostini
profesora de la Universidad Austral, psicóloga y magíster en Matrimonio y Familia
Soy mujer, tengo 29 años y, como tantas mujeres argentinas, me siento comprometida en la lucha por la igualdad de oportunidades y por la no violencia hacia la mujer.
Soy de las que firmarían un pedido de cese inmediato del acoso callejero y de la violencia hacia la mujer, de salario igualitario, de igualdad de oportunidades para acceder a un trabajo o un estudio, de políticas públicas reales en materia de educación sexual integral.
Soy de las que piensan que la opinión de una mujer vale exactamente lo mismo que la de un hombre y debe ser respetada, sea en una reunión de trabajo o simplemente en un contexto social.
Soy de las que estudian porque cree que la mujer tiene también que aportar a la ciencia.
Soy de las que no les gusta tener que caminar con miedo en la noche porque pueda pasarme algo, porque vivo en un país en el que las medidas de seguridad parecieran estar postergadas.
Soy de las que les duele ver las relaciones tóxicas que dejan a la mujer en un círculo vicioso de violencia.
Soy de las que participan en política porque no me parece que sea cosa de hombres: nosotras tenemos mucho que aportar.
Y también soy yo.
Y ahí, fuera de la masa de “soy de las que”, es donde puedo encontrarme conmigo misma –y busco hacerlo a menudo– y plantearme lo que creo, lo que lucho, lo que busco, lo que siento.
Es en esos momentos de encuentro conmigo en los que, escuchando mi conciencia, decido no sumarme a todos los reclamos.
Escuchando esa voz interior que me dice “esto es bueno y te da paz”, “esto no te conviene”, “esto puede dañarte” o “esto puede dañar a alguien” es donde decido no sumarme a la masa.
En ese momento que dejo de ser “anónima”, dejo de ser una mujer más y yo soy misma. Es en ese momento de intimidad conmigo misma, en el que me doy cuenta de que hay tres cosas que esencialmente valoro: la coherencia, la dignidad y la vida.
Por coherencia, por dignidad y por respeto a la vida, es que no apoyo el aborto.
Pienso en tantas mujeres que llegan sin saber qué hacer, desesperadas porque no saben qué decisión tomar y, sin mediar mucha explicación, les proponen una salida fácil: el aborto. Es un rato, y de repente “el problema queda resuelto”.
¿Y si algún día fuera yo esa mujer? ¿Y si en un momento de desasosiego y desamparo total, en el que no pueda ni siquiera pensar, de repente termino empujada a una decisión que me va a cambiar la vida para siempre?
Pienso en tantos niños y niñas que, sin ser los culpables de lo que pudiera haber ocurrido, nunca van a tener la posibilidad que tengo yo de vivir, de tener un proyecto de vida, de disfrutar de momentos hermosos con su familia (porque con tantas familias argentinas que quieren recibir hijos, seguro hubieran encontrado a una familia que los ame, de la misma manera en la que yo me siento amada por mi familia), de conocer al amor de su vida (como yo conocí al mío), de proyectarse y tener ilusiones. ¿Por qué yo sí tendría el derecho y ellos no?
Pienso en una sociedad entera que lucha por la inclusión y que, de repente, retrocede al escalón más bajo al que puede retroceder como sociedad, que es el de decidir quién tiene derecho a vivir y quién no. ¿Hacia dónde va una sociedad clasista que elige “a dedo” quiénes podemos vivir o quienes no?
Soy mujer, apoyo muchos reclamos incluidos en la igualdad de oportunidades que tiene que haber y en la que creo. Pero, también, soy yo misma, una mujer de 29 años que tiene su propia conciencia y su propia interioridad. Y es esa conciencia la que siempre me ayuda a encontrarme conmigo. Y tengo presente, como dice, Neruda, que “algún día, en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente, te encontrarás a ti mismo; y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”. Y quiero, como mujer, que por lo que yo haya luchado, haya sido justo, haya sido respetando los derechos de los demás y haya sido promoviendo de verdad un bienestar para la mujer y para toda la sociedad.
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