Viernes 26 de Abril de 2024

17 años de la Reserva Natural de Pilar


  • Domingo 06 de Septiembre de 2020
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El 17 de agosto pasado la Reserva Natural Municipal de Pilar cumplió 17 años de vida. La idea de su creación surgió del sueño de dos mujeres pilarenses, amantes y defensoras de la naturaleza y por ende, de la vida. Ellas son Graciela Capodoglio y Liliana Murga. Antes de esos años, en el mismo lugar, en una noche de celebración a la Pachamama, después de hacer sus ofrendas, las dos damas pidieron a la diosa andina que ese sueño se cumpliera. Querían que esa extensión de tierra olvidada del municipio de Pilar, se transformase en una reserva natural.

La Pachamama concedió, pero tuvo exigencias: debían luchar ferozmente para lograr que fuera reconocida legalmente, junto con  la no menos extenuante tarea de protegerla de la depredación humana y ayudarla a que fuese tan parecida a lo que era antes que el hombre la transformase.

Todo sucedió tal cual la Pacha exigió. Después de una larga batalla legal, estas damas, soñadoras y realistas a la vez, hace veinte años, un 20 de agosto lograron la jerarquía jurídica que la reconoció como una Reserva Natural Municipal. El arduo enfrentamiento para lograr su legalidad se llevó a cabo contra una mayoría de autoridades congeladas en un presente ambiental inamovible, sin futuro, que representaba a una población también congelada en la misma eternidad ambiental.  

Ambas mujeres, junto a otras pocas personas que se agregaron a la continuidad del sueño, se organizaron para devolverle su aspecto original. Y  le adjudicaron funciones. Parece absurdo que una Reserva Natural deba tener funciones, cuando solo debería estar protegida para que cumpla con sus objetivos, que son sencillamente, crear vida, con la biodiversidad correspondiente a cada espacio natural. Sin embargo, su utilidad es esencial no solo para la conservación ambiental, sino también como lugar educativo.   

El ser humano es complejo. Afirmando su naturaleza dual, destruyó directa e indirectamente a la mayor parte del planeta en el que vive a causa de su desenfrenada ambición material y su búsqueda obsesiva de poder, ignorando los derechos de las otras especies con las que comparte el planeta. Al mismo tiempo, y en contraposición a esa acción destructiva, es él mismo quien rescata a estos manchones verdes y azules de los pocos que quedan de los espacios verdes y azules originales.   

Este espacio es un tapiz en movimiento, reparado y cuidado por este grupo humano de voluntarios junto a sus fundadoras, un bordado realizado por la naturaleza, con colores cambiantes en cada estación del  año. Predominan los verdes y los marrones, pero aparecen los amarillos, los colorados y los rosados, incluso los anaranjados y todavía más escasos, los azules.

El movimiento lo da la vegetación por la caricia de la brisa y el soplido del viento, el vuelo de las aves, el caminar o el vuelo minúsculo de los insectos, la súbita aparición de un mamífero o de un batracio, o un reptil; y en la noche, por aire o por tierra, el movimiento lo realizan los insectos nocturnos, el vuelo de algún pájaro asustado o el desplazamiento aéreo de esos mamíferos voladores, los murciélagos, despreciados y temidos por la ignorancia y los prejuicios, aunque útiles para que el tapiz esté completo.  

En la actualidad, una de estas mujeres partió hacia otro lugar en el cual, según  su costumbre, fundó otra reserva natural, esta vez en un espacio propio, aunque con los mismos fines ambientales y educativos. No olvida a la primera, a la cual regresa de vez en cuando para mirar cómo crecen los árboles nativos del lugar y observar en compañía, con pericia de experta, a las aves locales, o a las que regresan o parten del lugar en su periplo anual migratorio.

La otra dama continúa con su labor y es el alma del lugar. Como buena educadora que es, entre otras tantas funciones, instruye a los visitantes curiosos o desconcertados ante la diversidad de la vida fluyente.

A un costado de este verdor corre el río Luján, que constituye el ecosistema ribereño, uno de los cuatro que posee la Reserva. Los otros tres son el pastizal,el humedal y el talar, los cuatro renacientes cuando llegan las lluvias y el río desborda. Este río, imponente en su trayectoria, es un río doliente que arrastra los contaminantes que derraman las  empresas inescrupulosas. Ciertos días, sus aguas turbias se transforman en un cortejo fúnebre con decenas de peces intoxicados.

¿Podrá prosperar este tapiz que representa a la tierra natural, para reproducirse dentro de la conciencia y el espíritu de los visitantes? Si así fuera, ¿podrá expresarse luego en sus realidades cotidianas y sensibilizar a alguno de ellos para que pueda replicarse en otro sitio? Ojalá que sea así.

Mientras, seguimos reparando, cuidando y disfrutando.

¡Felices 17 años, tierra y gente que la cuida!

José Luis Gómez

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