En el sur de Corrientes, cerca de la triple frontera más austral del mundo (Uruguay, Brasil y Argentina), un grupo de nadadores se lanzaron a conquistar por primera vez las aguas del río Miriñay.
Sin cronómetros ni podios, nadaron más de 20 kilómetros por un cauce dorado que les enseñó mucho más que a resistir: les mostró el coraje y la templanza necesarios para superar sus propios límites. Porque competir puede ser hermoso, pero compartir transforma.
Siete nadadores de la escuela Acuasport de Pilar, Lisandro Dolera, María Eugenia Benardis, Santiago Montero, Gabriel Policaro, Milagros Lagomarsino, Cristian Burria y Leonardo Boechi, a los que se sumaron deportistas de Corrientes y Entre Ríos, cumplieron el sueño de nadar el Miriñay
La expedición tuvo como objetivo darle visibilidad a un río cargado de historia, cultura y biodiversidad y al mismo tiempo impulsar la integración de las áreas protegidas de Argentina, Brasil y Uruguay para que sean reconocidas como Reserva de Biosfera por la Unesco
El deporte, cuando se vive como un estilo de vida, no es solo entrenar el cuerpo. Es recordar que estamos hechos para movernos, adaptarnos y sentir. En el agua, cada músculo aprende a dosificar la fuerza, a deslizarse con armonía, a avanzar sin prisa. A abrirse paso entre la resistencia suave que ofrece el agua. Y en esa fluidez renace algo profundamente humano: el arte de fluir con lo que somos. Por eso, dejarse abrazar por un río, sentir la corriente empujando suave y flotar a nuestro propio ritmo puede ser el acto más liberador que exista.
A diferencia de lo que los nadadores experimentan en los natatorios de las grandes ciudades, el Miriñay ofrece agua viva: dulce, limpia, nacida de esteros y bañados que respiran libertad. Su corriente tiene un tono cobrizo y dorado, como si el sol se disolviera en su cauce. No hay paredes ni ruido urbano: solo el canto de las aves, el roce del viento y el bosque nativo mirando en silencio.
Cada respiración en el río es un recordatorio de lo esencial: la grandeza de la naturaleza y de quienes la habitan.
Los participantes de la travesía se quedaron en Monte Caseros. Llegaron el viernes y por la noche, el teatro de la ciudad albergó una charla del nadador de aguas frías, Rubén González, mientras que el doctor del equipo Gabriel Policaro disertó sobre RCP.
La partida fue desde Cambá y la llegada en Paso La Barca. Fueron 4 horas de exigencia al límite y de una experiencia inigualable. Cuatro lanchas, a cargo de José Fasio, Javier Zambon, Carlos Gustavo Roteta y Ricardo Holzweissig, acompañaron el trayecto, cuidando a los nadadores.
El regreso a Puerto Rufino fue en silencio, con el cuerpo cansado y el alma encendida. Carlos Gustavo Roteta y Silvia Marchese, anfitriones del lugar, fueron los grandes impulsores de esta aventura. Ellos no solo abrieron su casa y su río, sino también la posibilidad de soñar con un Miriñay que una deporte y naturaleza.
Y como corresponde en Corrientes, no podían faltar dos corderos a la estaca, de la mano de Don Eduardo Balbi.
“El suplicio más grande, escribió Máximo Gorki, consiste en no saber defender dignamente aquello que se ama”. Esta travesía fue eso: un acto de defensa. Del agua, del movimiento, del encuentro humano. Porque cuidar el río es cuidar la vida, y nadarlo es también una forma de resistencia.
Esta travesía recién comienza. Y la invitación queda abierta: sumate a la Travesía Miriñay 2026. ¡Nademos juntos!
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