“Nací el 16 de diciembre de 1902 en el Puerto de Santa María (Cádiz) de familia burguesa y católica, cursé hasta tercer año en el Colegio de los jesuitas del mismo Puerto”. Con estas palabras se presentaba el poeta en una ya famosa Antología que le hiciera Gerardo Diego en 1934. En 1917 cuando Alberti no tenía aún 15 años, la familia se trasladó a Madrid. Allí se encontraría con lo que sería su primera vocación: la pintura, reemplazada luego por la poesía, pero nunca abandonada del todo.
Recorrer los salones de El Prado lo deslumbró ¡El museo del Prado! ¡Dios mío! Yo tenía / pinares en los ojos y alta mar todavía / con un dolor de playas de amor en un costado, / cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado”. (...) la sorprendente, agónica, desvelada alegría / de buscar la Pintura y hallar la Poesía, / con la pena enterrada de enterrar el dolor / de nacer un poeta por morirse un pintor. Y es así que ese, que él llama su “amor interrumpido” lo llevará a la poesía.
Durante el obligado reposo que le impuso una enfermedad pulmonar comenzaría a escribir “Mar y Tierra” que finalmente con el título de “Marinero en Tierra” obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1925, Alberti tenía por entonces tan sólo 22 años y el jurado que valoraba las obras estaba integrado nada menos que por Antonio Machado y Ramón Menéndez Pidal. Así espléndido fue el comienzo. Pero la vida le reservaba aún dolores y duras pruebas.
Tiempo de poetas
Juan Ramón Jiménez que era por entonces un poeta reverenciado por los jóvenes que luego serían identificados como la Generación de 1927 le dedicó los mayores elogios y lo llamó en una conocida carta “amigo y triple paisano: por tierra, mar y cielo del oeste andaluz”.
Rafael Alberti admiraba al poeta de Moguer como sus compañeros de generación (la de 1927) quienes en esta búsqueda de lo nuevo (que caracteriza a toda vanguardia) no desdeñaron, sin embargo, mirar hacia el pasado y rescatar a un poeta que durante mucho tiempo había sido acusado de oscuro e ilegible, me refiero a Góngora. Fue precisamente el hecho de haberse reunido para rendir un homenaje al citado poeta andaluz en 1927 (en ocasión de cumplirse 300 años de su muerte), lo que hizo que fueran denominados así: Generación de 1927.
Basta nombrar algunos de sus integrantes (García Lorca, Aleixandre, Altolaguirre, Guillén, Cernuda) para concluir que aquel fue un “tiempo de poetas” y que la coincidencia de tantos talentos en un momento y lugar determinado tuvo algo de milagroso. Como suele suceder con el tiempo cada uno recorrió su propio camino y elaboró su estilo personal, en ese momento compartían ciertas ideas acerca del quehacer poético, por eso podemos hablar de grupo de 1927, más que de generación. Otros hechos, de trágica significación: la guerra civil, el asesinato de García Lorca y el destierro de muchos de ellos dejaría marcas indelebles en estos poetas.
En el caso particular de Rafael Alberti un tinte doloroso opacaría la clara paleta de su poesía juvenil. La nostalgia, la empecinada esperanza de regresar al país amado surge permanentemente en su poesía, pero no logra acallar su fe en un mundo mejor, ni apagar esa carcajada homérica de la que muchos han hablado. Nuestro país tuvo la dicha de contar con su presencia durante muchos años, pero aquí también la intolerancia lo llevó a marcharse. Roma sería, por fin su último refugio, en ella instalaría su hogar hasta el ansiado regreso.
En 1977 Rafael Alberti, un hombre ya entrado en años, corpulento, vital todavía, retorna emocionado a su tierra. Fueron casi cuarenta años de destierro. Una extraordinaria longevidad le permitiría gozar largos años de vida plena y creativa. Cuando murió en 1999 se había convertido en el último sobreviviente de su generación.
E.R.
¿Por qué me miras tan serio...?
(Peñaranda de Duero)
¿Por qué me miras tan serio,
carretero?
Tienes cuatro mulas tordas,
Un caballo delantero,
Un carro de ruedas verdes
Y la carretera toda
Para ti,
Carretero.
¿Qué más quieres?
De La Amante (1925)
Ya no sé, mi dulce amiga
(Sierra de Pancorbo)
Ya no sé, mi dulce amiga,
Mi amante, mi dulce amante,
Ni cuales son las encinas,
Ni cuáles son ya los chopos,
Ni cuáles son los nogales,
Que el viento se ha vuelto loco,
Juntando todas las hojas,
Tirando todos los árboles
de La Amante (1925)
Anda serio ese hombre...
Anda serio ese hombre,
Anda por dentro.
Entra callado.
Sale.
Si remueve las hojas de la tierra,
Si equivoca los troncos de los árboles,
Si no responde ni al calor ni al frío
Y se le ve pararse
Como olvidado de que está en la vida,
Dejadle.
Está en la vida de sus muertos, lejos
Y los oye en el aire.
de Entre el clavel y la espada (1939-1940)
Neruda habla de Rafael Alberti
“Antes de llegar a España conocí a Rafael Alberti. En Ceilán recibí su primera carta, hace más de diez años. Quería editar mi libro “Residencia en la tierra”, lo llevó de viaje en viaje (...) y, sobre todo, lo paseó por Madrid. Del original de Rafael, Gerardo Diego hizo tres copias. Rafael fue incansable. Todos los poetas de Madrid oyeron mis versos leídos por él, en su terraza de la calle Urquijo. (...) Tenía gracias a Rafael Alberti, amigos inseparables, antes de conocerlos.
Después con Rafael hemos sido simplemente hermanos. La vida ha intrincado mucho nuestras vidas, revolviendo nuestra poesía y nuestro destino. (...)
Es Rafael Alberti el poeta más apasionado de la poesía que me ha tocado conocer. Como Paul Eluard no se separa de ella. Puede decir de memoria la Primera Soledad de Góngora y además largos fragmentos de Garcilazo y Rubén Darío y Apollinaire y Maiakovski. (...)”.
De amistades y enemistades literarias, artículo publicado en la revista Qué Hubo, en Santiago de Chile en abril de 1940
Rafael Alberti: Poeta español (1902-1999)
Uno de los más destacados miembros de la Generación de 1927. Obras: Marinero en tierra, 1924; La amante, 1925; El alba de alhelí, 1927; Cal y Canto, 1928; Sobre los ángeles, 1928; Sermones y moradas, 1929; El poeta en la calle, 1936; Capital de la gloria, 1937; Entre el clavel y la espada, Pleamar, Baladas y canciones del Paraná, 1954; Roma, peligro para caminantes, 1968; Canciones del Alto Valle del Anienne, 1972; poemas del destierro y de la espera,1978; Signos del día, 1978; Abierto a todas horas, 1979; Golfo de sombras, 1988; Canciones para Altair, 1988.
Entre los premios recibidos podemos recordar en 1982 el Premio Nacional de Teatro. Las medallas de oro de Madrid y de la Universidad Complutense en el mismo año. En 1983 recibió el premio Cervantes de literatura.
Dejar un comentario