El 30 de mayo de 1995 moría Juan Carlos Onetti lejos de su país, del que había tenido que irse como tantos ilustres compatriotas expulsado de su patria por una de las dictaduras más extensas y absurdas que se recuerde. Su vida se extinguió en plena primavera madrileña. En España transcurrieron los últimos 19 años de una vida dedicada intensamente a la literatura, allí donde continuó su tarea recibió también reconocimiento y distinciones importantes como el Premio Cervantes que se otorga a los grandes creadores en lengua española.
Juan Carlos Onetti forma parte de un grupo de escritores talentosos y originales que le dieron a la literatura latinoamericana un lugar de trascendencia indiscutible a nivel mundial. Para citar algunos recordemos a Juan Rulfo (México), a Julio Cortázar (Argentina), a Gabriel García Márquez (Colombia), entre tantos y tantos otros que el lector seguramente conoce.
Hoy no queremos ocuparnos de la extensa y valiosa obra literaria de Onetti, ya lo haremos desde este mismo espacio en otra oportunidad. Sí, pretendemos traer a esta sección un artículo del periodista que fue, durante largos años, en el que con el humor crítico e irónico que lo caracterizaba no se priva de lanzar dardos hacia una profesión en la que también se destacó.
Marcha, un periodismo diferente
MARCHA, un semanario que los montevideanos y los porteños también leyeron durante casi 40 años tuvo la enorme virtud de reunir en sus páginas a escritores de la talla de Mario Benedetti, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, entre otros y por supuesto a Juan Carlos Onetti.
Resulta interesante destacar que Onetti publicó en dicho semanario, muchos artículos firmados con seudónimos tales como Periquito el Aguador, Groucho Marx, que operaban al modo de máscaras literarias que ofrecían miradas diferentes sobre la literatura, política y otras cuestiones. También en MARCHA se publicaron cuentos, algunos de ellos tales como Convalecencia, Mascarada o 9 de julio, formarían parte de publicaciones posteriores: otros en cambio quedaron en las páginas del periódico como testimonio de sus primeros textos literarios.
Con la idea de compartir con nuestros lectores un texto de “Onetti, periodista” transcribimos un texto titulado “AUTOBRULOTE” y que apareciera originariamente en el ya citado semanario, el 14 de febrero de 1941.
E.R.
Autobrulote
Sr. Director de MARCHA
Imagine mi sorpresa. Una persona amable y conversadora vino a pedir mi firma para un manifiesto en que se llamaría la atención del Superior Gobierno sobre la necesidad de que se apruebe con urgencia un proyecto que fija en 70 pesos el sueldo mínimo de las personas que escriben en los diarios. Estas personas son llamadas “periodistas”, tal vez porque trabajan en los periódicos, acaso porque cobran de manera periódica.
No por razones de justicia, sino pensando en la cultura nacional, causa de mis desvelos.
Porque no me puse solamente en el lugar de los periodistas, sino también y principalmente en el de los abnegados dueños de las empresas, en los que no vacilan en arriesgar su tiempo y sus dineros para dotar a la patria de órganos de publicidad tan bien presentados, tan bien escritos, tan ágiles, tan interesantes.
Sé de antemano lo que dirán los dueños de las empresas: que pierden plata, que como sacrificio ya tienen bastante, que se verían obligados a cerrar las puertas de sus negocios. Y tienen razón.
Lo magnífico, lo satisfactorio es que tengan razón. Y si todavía no la tienen, se puede presentar otro proyecto fijando en 200 libras el sueldo de los periodistas.
Alcanzada esa edad de oro, nos quedamos sin diarios. Imagino los últimos editoriales, las postreras y catastróficas latas que tendremos que leernos sobre el terrible golpe aplicado, la tenebrosa noche que se inicia para el espíritu. Pero usted deje anochecer nomás, no se atemorice y piense en lo que sucederá, sin fantasía ni largos párrafos.
No hay que fabricarse una novela a lo Wells para eso. Bastará con recordar aquella huelga post 31 de marzo, aquella famosa que tuvo la virtud de provocar una reconfortante unión nacional, por encima de banderías y pequeñas pasiones, entre patrones de diarios. ¿Qué pasó entonces?
Nada grave, señor director. La gente anduvo desconcertada un par de días, como sucede -menos de lo que sucede- en los procesos de desintoxicación. Bien es cierto que tenía sus dosis de ‘doping’, generosamente servidas por las estaciones de radio y podía remediarse. Pero los goces que provoca a un espíritu selecto la excitación de la retina mediante una crónica de foot-ball no pueden ser sustituidas con la audición de avisos de radio y otros ruidos, suponiendo que las estaciones trasmitan otros ruidos, pasado el período aquel, la gente sintió que le renacían más fuertes que nunca, las ganas de leer de todo. Programas de biógrafo, leyendas de cajas de fósforos, números de tranvías y, finalmente, ya en estado de necesidad, libros.
La historia de esta aventura nacional tiene pasajes increíbles. Algunos empezaron por “El almanaque de los sueños”, la guía de teléfonos, y terminaron leyendo el “Hamlet”. Hubo quien leyó la “Crítica de la razón pura” sin obligación ni ambiciones.
Claro que la cosa no duró, vinieron los diarios con títulos de ocho columnas y barrieron con todo. Hoy quedan algunos que entreveran a Hamlet con los hijos de Botafogo y creen que Percy Shelley es miembro de la Cámara Británica de Comercio. Pero ahora me ha dado por confiar en el porvenir y en los efectos de la ley de sueldo mínimo. Espero pues que MARCHA haga una campaña furiosa en ese sentido, a la que aportaré otro día, con más gracia, poderosos y no imaginados argumentos.
Este texto apareció en MARCHA el 14 de febrero de 1941
Año III, Nº 84, p. 5
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