Desde los ventanales de un colegio ubicado en el barrio de Pompeya miraba, Homero niño, un paisaje humilde, precario que, sin embargo, se le fue instalando en el alma. Muchos años después esas vivencias emergerían en “Sur”, antológico tango de Homero Manzi, pues de él estamos hablando y de Aníbal Troilo que encontró la música justa para esa poesía desgarrada y dulce. El tango se iba convirtiendo en las manos de estos hombres.
Cuando Homero Nicolás Manzione Prestera nace en la provincia de Santiago del Estero (más precisamente en Añatuya) el 1 de noviembre de 1907 nada hacía suponer que ese niño llegaría a ser con los años uno de los más grandes autores de la poesía popular argentina. Y menos aún que su poesía sería una de las más logradas expresiones de Buenos Aires y su música: el tango, que llegaría a ser ese mágico instrumento que ha permitido expresar las honduras y misterios que encierra toda vida aún la más sencilla e inadvertida.
Tempranamente se lo llevó la muerte (el 3 de mayo de 1951) pero nos dejó una obra rica y trascendente. Fue poeta, guionista, periodista, dramaturgo, director de cine. Un espíritu inquieto, talento y versatilidad lo llevaron a incursionar (y con buenos resultados) en el vasto campo de la cultura de su tiempo. Su partida dejó un sabor amargo, una frustración en quienes lo rodeaban. Muchos se habían acostumbrado a contar con su necesaria presencia. Su aporte ha sido tan significativo que la cantidad y la calidad de su producción sigue despertando nuestra admiración. Se grabaron alrededor de 200 temas de su autoría. Fue un renovador de la estética tanguera.
Revitalizó la milonga que había estado en los orígenes del tango. En este terreno son memorables los temas que compuso en sociedad con Sebastián Piana, con Lucas Demare y otros. Con Troilo el trabajo compartido produjo piezas inolvidables como “Barrio de tango” y “Sur”.
Homero Manzi junto con Cátulo Castillo, José María Contursi y Homero Expósito son los renovadores de la poesía del tango de los años 40.
Entre sus principales creaciones podemos recordar: Viejo ciego, El pescante, 24 de agosto, Barrio de tango, Malena, Sur, El último organito, Después, Ninguna, Fuimos, Milonga triste, Milonga del 900, Milonga sentimental, Papá Baltasar, Negra María, Pena mulata e infinidad de otros temas, todos de gran calidad.
Para compartir con nuestros lectores hemos elegido dos textos que buscan mostrar dos aspectos diferentes de este creador. Uno como autor de tangos, observamos la inteligente transformación con que opera sobre una temática que para entonces ya era tradicional como es el del organito y el del suburbio. Las imágenes y metáforas a las que recurre dan a este arrabal un tono onírico, fantástico, que lo acerca a una estética surrealista.
El otro texto, que no está hecho para ser cantado, nos acerca a una dimensión más reflexiva y al mismo tiempo sospechamos que dolorosamente anclada en circunstancias reales de la vida del autor, lo que le da ese valor de verdad que uno percibe en textos como Las Coplas de Jorge Manrique.
El último organito (1948)
Las ruedas embarradas del último organito
vendrán desde la tarde buscando el arrabal
con un caballo flaco y un rengo y un monito
y un coro de muchachas vestidas de percal.
Con pasos apagados elegirá la esquina
donde se mezclen luces de luna y almacén
para que bailen valses detrás de la hornacina
la pálida marquesa y el pálido marqués.
El último organito irá de puerta en puerta
hasta encontrar la casa de la vecina muerta,
de la vecina aquella que se cansó de amar;
y allí molerá tangos para que llore el ciego
el ciego inconsolable del verso de Carriego
que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral.
Tendrá una caja blanca el último organito
y el alma del otoño sacudirá su son
y adornarán sus tablas cabezas de angelitos
y el eco de su piano será como un adiós.
Saludarán su ausencia las novias encerradas
abriendo las persianas detrás de su canción
y el último organito se perderá en la nada
y el alma del suburbio se quedará sin voz
Definiciones para esperar mi muerte
Puedo cerrar los ojos
lejos de las pequeñas sonrisas que conozco.
Escuchando estos ruidos recién llegados.
Viendo estas caras nuevas.
Como si de pronto
los mil lentes de la locura
me trasladaran a un planeta ignorado.
Estoy lleno de voces y colores
que juraron acompañarme hasta la muerte
como amantes resignadas
al breve paso de mi eternidad.
Sé que hay recuerdos que querrán abandonarme
sólo cuando mi cuerpo hinche un hormiguero sobre la tierra
Sé que hay lágrimas largamente preparadas para mi ausencia.
Sé que mi nombre resonará en oídos queridos
con la perfección de una imagen.
Y también sé que a veces dejará de ser un nombre
y será sólo un par de palabras sin sentido.
Estoy lleno de voces y colores.
Unas veces recogidos en el sonambulismo de la marcha.
Otras, inventados tras mi propia soledad.
Con ello se integrará un cortejo final de despedida.
Se cambiarán en lágrimas y palabras piadosas.
Pero hoy, en medio de lo que todavía no he podido
amar
evoco a los marinos encerrados en las paredes altas de la tormenta;
a los soldados caídos sobre yerbas lejanas;
a los peregrinos que duermen bajo la sombra de árboles innominados;
a los niños que yacen contemplando el yeso de los
hospitales
y a los desesperados, que entregan el último gesto,
frente al paisaje final e instantáneo de la demencia.
¿Qué sabe usted del organito?
Frente a esta pregunta lo primero que uno atina a hacer es recurrir al diccionario, donde descubre entre otras cosas que se trata de un argentinismo con el que se designa (en el Río de la Plata) a los organillos a manubrio y aún a los grandes órganos mecánicos a cilindro. Este tema pertenece más específicamente a lo que suele llamarse “Música mecánica”: conjunto de procedimientos y aparatos con los que el hombre buscó reproducir piezas musicales por medios mecánicos.
Esta etapa de la historia de los procedimientos de reproducción musical termina abruptamente con la aparición y perfeccionamiento de los medios electrónicos de reproducción del sonido. Tan grande fue el avance en esta materia que en pocos años quedaron relegados al ámbito de la historia ingeniosos instrumentos que habían cumplido su labor de difusión durante muchos años. Sin embargo desde el punto de vista de la historia de la cultura el interés por estos testimonios se acrecienta pues se corre el riesgo de que material valioso desaparezca o se deteriore ante la avalancha de las nuevas tecnologías.
Los hermanos La Salvia
Rescatar del olvido, preservar ese territorio de nuestra cultura popular es lo que viene haciendo Osvaldo La Salvia desde hace muchos años. Descendiente de una familia que llegó a nuestro país hacia 1870, heredó de sus antepasados la sabiduría artesanal y el amor por una tarea muy original: construir y restaurar organillos, o mejor dicho, en nuestro idiolecto rioplatense “organitos”, aunque con este nombre estemos abarcando una gran variedad de aparatos creados para la reproducción mecánica de piezas musicales que van desde los humildes organitos callejeros a complicados y grandes órganos mecánicos. Incluyendo además a los deliciosos carruseles que le pusieron música a las calesitas.
Los La Salvia, y usamos el plural porque han sido muchos, dedicaron su vida a esta tarea donde lo artesanal se entreteje con el arte. Tuvieron épocas de esplendor, sus creaciones abastecían un peculiar mercado interno pero también se exportaban por lo que no es raro encontrar algún organillo La Salvia en otras ciudades de Sudamérica.
El organito y el tango
La historia del organito y la historia del tango se entrecruzan y se fecundan mutuamente. Gracias al organillo callejero fue llegando el tango a los más recoletos lugares de la ciudad, a los barrios más apartados. Detrás de las persianas cerradas o de visillos discretamente corridos escuchaba alguna muchacha que reproducía en su piano la música prohibida.
En este sentido vale la pena recordar el testimonio de Julio de Caro quien formado estrictamente por un padre músico en el campo de la música “culta”, confiesa que descubrió el tango y se enamoró de él, escuchándolo en algún modesto organito que llegaba a las esquinas de su barrio y convocaba a los ‘muchachos’ que ensayaban, ahí mismo, en las esquinas, sus atrevidos pasos. El organito ayudó a difundir al tango y el tango le ha retribuido generosamente convirtiéndolo en uno de los tantos componentes de la mitología tanguera. De él habla Carriego, un precursor, aparece luego en los versos memorables de José González Castillo (Organito de la tarde) y se despide magníficamente en “El último organito” de Homero Manzi.
Personajes, lugares e historias en las letras de Homero Manzi
Si la fantasía y la realidad se entreveran en la vida de los seres comunes, cuanto más suelen hacerlo en la vida de los artistas y soñadores. Cuánto de vida vivida (por decirlo de alguna manera) hay en los textos y creaciones, cuestión que suele ser motivo de desvelos para quienes recorren las páginas de algún autor imaginando que velan pudorosamente secretos personales. Esa, tal vez, sea la razón por la que tanto se ha dicho acerca de quién fue realmente Malena. ¿Existió esa extraña criatura dolorida bellamente transfigurada en los inolvidables versos de Manzi? Se han dado nombres y versiones diferentes; inclusive hay quien ha dicho que la verdadera Malena no cantaba tan bien al parecer. Pero lo que importa en última instancia es la criatura poética sin edad, sin carnadura, ni tiempo que nace y renace mágicamente cada vez que alguien canta aquello de “Malena canta el tango con voz de sombra…”.
Pero hay otros personajes, otros lugares, que mentan un Buenos Aires que se iba yendo ya por aquellos días y a los que Manzi evoca nostálgicamente. El cochero de “El pescante” por ejemplo, de cuyo esplendor y decadencia somos testigos en el breve lapso de esa magnífica letra. La esquina del herrero, barro y tango… La Avenida Centenera y ese Sur, paraje casi metafísico de uno de sus últimos tangos habla y seguirá hablándonos de Buenos Aires y sus míticos arrabales. Pero en esta oportunidad queremos hablar de un tango en particular, de “Manoblanca”.
Este tango, Manoblanca, que tiene música de Antonio de Bassi, era conocido años antes con una letra graciosamente lunfardesca: “El romántico fulero” (1926) que comenzaba con este parlamento reo: “Manyeme que’l bacán no la embroca, / parleme que’l botón no la juna…”, el tono irreverente y humorístico de la citada letra se revela por ejemplo en que hace referencia al por entonces presidente de la República con el confianzudo “Marcelo”.
Cuando Manzi se aboca a la tarea de crear una letra para esa misma música han pasado unos cuantos años (1941) y su talante poético es, sin duda, diferente del de Carlos Schaefer Gallo, el otro letrista. Otro dato interesante es la referencia a un lugar que reaparece en los textos de Manzi, me refiero a Avenida Centenera y Tabaré, esta mención y algunas otras permiten suponer que ese carrero que se hace un tiempo para ir a ver a la mujer que quiere es un amigo de la infancia de Manzi, precisamente el hijo del herrero que estaba en Centenera y Tabaré. Manzi logra aquí algo que no es fácil, dar calidad poética a las modestas peripecias de las vidas sencillas.
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