Hace 74 años, hace mucho en relación con la extensión de la vida individual y hace poco en términos históricos, un avión bombardero, el Enola Gay, al que el coronel Paul W. Tibbets, con macabra ironía, bautizó con el nombre de su madre partía de la base de Tinian a las 2 y 45 rumbo a Hiroshima y cuando eran exactamente las 8 horas 15 minutos y 17 segundos se abrieron las puertas en el vientre del Enola Gay dejando caer sobre la ciudad indefensa la primera bomba atómica empleada en un hecho bélico. 45 segundos después se produjo la explosión.
Atahualpa y la experiencia japonesa
Mucho caminó y mucho vivió don Atahualpa Yupanqui y de esas largas andanzas volvía siempre más sabio, enriquecido por especiales experiencias.
Recuperamos una de esas experiencias hondas que buscó y logró comunicarnos. Podríamos llamarla la “experiencia japonesa” y sucedió en 1964 cuando Japón y Yupanqui se encontraron. Por elección personal o por la fuerza de los hechos, muchos fueron los lugares que lo vieron llegar con su guitarra y su canto. Es interesante destacar cómo uno de los más importantes (sino el más) cultores del arte nacional es al mismo tiempo un artista que fue creciendo en hondura y universalidad a través del tiempo.
Y fue Japón un ejemplo paradigmático de esto que decimos. Cuando llega a Japón, por primera vez en el año 1964 (visita que se repite en 1966 y 1967) se produce un encantamiento mutuo. El contacto con el pueblo japonés (Yupanqui recorrió Japón pueblo por pueblo) fue enormemente enriquecedor para este artista. Por otra parte la devoción por el arte de Yupanqui en Japón habla de la huella trascendente que dejó.
La experiencia de Hiroshima con su tragedia y su enorme apuesta a la esperanza lo conmovió profundamente. El dolor y la esperanza como experiencias humanas que trascienden toda frontera ocuparán un lugar importante en los textos que se nutren de aquel mítico viaje. Recordemos que Yupanqui tiene un libro al que tituló “Del algarrobo al cerezo” en el que vuelca lo esencial de aquella experiencia.
El siguiente poema que se titula precisamente Hiroshima expresa en el estilo yupanquiano esa extraña sociedad entre el dolor y la esperanza, combinación tan clara en la historia de Hiroshima.
¡Hiroshima!
(La ciudad que no olvido)
Como el Ave Fénix, de las cenizas renaciendo.
como una sinfonía de Beethoven
que alcanza la alegría a través del dolor.
Como un héroe legendario resucitando en cada célula,
Organizando el pulso en las arterias,
Vigorizando el músculo,
Lavando el alma con agua y luz de siglos
Hasta recuperarte y consagrarte
Al oficio y al libro,
Al canto y la esperanza.
Labrador del futuro, gran sembrador del sueño.
Así mi corazón te siente, enamorado
¡Hiroshima!
Qué noche fue tu noche, kimono desgarrado.
Cuando todo era sol sobre la tierra.
El horror sin fronteras y la ciudad sin niños.
Ni pinos en la sierra, ni arrozal en los prados.
Ni un ave, ni una flauta de bambú
Contando historias bajo las estrellas.
Todo fue un gran silencio, sin salmo, sin adioses.
Ni lágrima, ni salmo.
Sólo un inmenso asombro horrorizado.
¡Hiroshima!
Pero Dios custodiaba tu ternura,
Tu sagrada semilla, tu voz profunda.
Y te recuperaste y renaciste,
Hasta pintar de nuevo la timidez graciosa del cerezo.
Y las madres pudieron en la tarde
Recomenzar el canto interrumpido.
¡Nem-Kororó! ¡ Nem-Kororó!
Así te siente mi corazón enamorado
Así te canta mi guitarra argentina.
Así te digo adiós y en ti quedo. ¡Hiroshima!
Noviembre de 1976
Poema extraído de LA CAPATAZA. Ediciones Cinco. Buenos Aires
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