Sábado 23 de Noviembre de 2024

El folklore ¿sólo reliquias del pasado?


  • Sábado 02 de Septiembre de 2017
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Londres, agosto de 1846. Un hombre desgarbado, de mediana estatura, caminaba por una callejuela londinense cercana a la plazuela de Took. El paño negro de su chaquetón lo hacía transpirar abundantemente. Era este un mes insoportable para los habitantes de la populosa ciudad. Llevaba consigo una carta que acababa de escribir para el director de “El Ateneo”. Firmaba esta carta que luego iba a hacerse famosa con un seudónimo: Ambrose Merton. Con dicho nombre solía firmar los artículos que dedicaba a esa actividad que lo entusiasmaba tanto y por la que más de una vez había recibido algún  reproche de su mujer, tanto era el tiempo que dedicaba a esa extraña afición por las cosas antiguas. Era precisamente eso, un anticuario, que en lugar de coleccionar viejos  objetos recopilaba canciones, noticias de usos, creencias, costumbres y ceremonias populares de los viejos tiempos. Este interés excluyente lo había llevado a escribir esa carta que luego sería famosa en la que instaba a la revista mencionada a recoger entre sus lectores material relacionado con lo que él llamaba “con una palabra compuesta anglosajona folk-lore” y que afirmaba sería de gran utilidad “para el uso de los investigadores futuros en aquel interesante ramo de las antigüedades literarias -nuestro folk –lore-”. Estaba convencido de que ese mundo, de baladas, cuentos, leyendas, viejas creencias y ceremonias aparentemente desaparecido estaba de algún modo presente y podía ser reconstruido si uno le dedicaba tiempo y entusiasmo. William Thoms que así se llamaba nuestro reciente conocido, sacó de su chaqueta un gran pañuelo a cuadros y se secó la incipiente calva oculta por el sombrero. Mientras caminaba seguía pensando en su carta. Se sentía satisfecho. Creía estar contribuyendo con su granito de arena a ese campo de investigación que iba configurándose. El Sr. Thoms era consciente de que acababa de ponerle nombre a un campo de la actividad humana, que no era absolutamente nuevo pero que iría adquiriendo día a día, más y más  trascendencia. En cierto modo acababa de inventar el folklore (folk-lore) y eso lo hacía sentir casi feliz a pesar del calor y cierta presumible incomprensión de quienes lo rodeaban. Repasaba mentalmente el contenido de su carta que iba a ser publicada el 22 de agosto de 1846 por El Ateneo y que decía entre otras cosas: “Nadie, que se ha dedicado al estudio de los usos, las costumbres, las ceremonias, las creencias, los romances, los refranes, de los tiempos antiguos, habrá dejado de llegar a dos conclusiones: la primera, cuanto de lo que es curioso e interesante en estos asuntos está ahora completamente perdido; la segunda cuánto puede salvarse todavía con un esfuerzo a tiempo (...) el Ateneo puede (...) reunir el número infinito de hechos, minuciosos, que ilustran la materia que he mencionado, hechos que están esparcidos en las memorias de sus miles de lectores y conservarlos en sus páginas, hasta que se presente algún Jacobo Grimm que hará por la Mitología de las Islas Británicas el buen servicio que aquel anticuario y filólogo ahondando en su materia ha logrado para la Mitología de Alemania”. Inspirado en el trabajo de Jacobo Grimm y otros investigadores alemanes entiende por entonces que hay un campo enormemente rico para realizar fértiles investigaciones. Podemos decir entonces que ese 22 de agosto de 1846, cuando aparece la carta de Thoms comienzan explícitamente los estudios sobre folklore, ya con nombre propio. Sin embargo, iban a pasar muchos años de trabajo productivo en la materia, sin que por ello los investigadores hubieran logrado ponerse de acuerdo totalmente, aún hoy, en relación a definir exactamente el objeto de esta disciplina. Sin embargo podemos afirmar que no hay dudas en cuanto a que pertenece al campo antropológico, ya que se ocupa de aspectos trascendentes de la cultura humana, esos hechos que siguen planteando interrogantes acerca de cómo, cuándo y dónde nace la infinita variedad de creaciones  (¿colectivas?), anónimas que constituyen el patrimonio folklórico de la humanidad. Nuestro folklore hoy día Adherimos en esta cuestión a lo expuesto por Guillermo Magrassi y Manuel M. Rocca en un trabajo de Introducción al Folklore del Centro Editor de América Latina cuando afirman que “folklore hoy día se ubica, al menos en nuestras tierras americanas (...) como disciplina especializada dentro del vasto campo de las ciencias sociales-antropológicas. Y refiriéndose al particular fenómeno de ‘mestizaje cultural’ tan peculiar de América y de nuestro país nos señalan cuán claro es este hecho en infinidad de fenómenos culturales que deben ser considerados por la disciplina folklórica. Enumeran así una increíble cantidad de fenómenos que manifiestan esa peculiaridad cultural nuestra y que son el resultado  tan productivo del contacto de las más diversas culturas. Entrarían dentro de esos fenómenos, el tango (como proceso y producto cultural mestizo) asimismo expresiones musicales y danzas como la chacarera, la guarania, la chamarrita, la zamba, la cueca, el triunfo, el carnavalito, la milonga, los cuentos de Juan el Zorro, o Aguará Tumpa, el culto a San Son o a San La Muerte, las fogatas de San Juan o la quema de Judas, la corpachada, las carreras cuadreras, el juego del pato, la payana o el truco, la rayuela, el martín pescador, la tejeduría mapuche, y siguen con la enumeración de una cantidad de costumbres, creencias y productos culturales diversos de una variedad y riqueza inimaginable. Todo esto es trasmitido de manera informal y ha venido de los más diversos lugares del mundo pero han sacado carta de ciudadanía argentina y adquirido rasgos locales muy característicos. Es interesante en esta materia la variedad y riqueza de nuestra cocina nacional, que va desde los tamales, las empanadas y el asado hasta la pizza y los ravioles, por nombrar platos harto conocidos. ¿Reliquias del pasado o un universo en permanente transformación? Las costumbres, a veces transformadas en verdaderos rituales sufren, no obstante,  mutaciones permanentes producto de infinidad de factores. Menciono algo muy cercano. La costumbre de comer ñoquis los días 29, que proviene quién sabe de dónde, se extendió entre la población en estos años de crisis, como si los argentinos hubiéramos necesitado de esos ayudantes mágicos para solventar los malos tiempos. Parece ser que justamente en épocas difíciles la inventiva popular en esa materia se intensifica. Imaginamos que desde la racionalidad muchos estarán haciendo críticas a estos hechos, pero el ser humano no siempre puede ser entendido desde esa perspectiva y  la dimensión mágica está siempre presente y alimenta no sólo la creatividad popular en sus productos anónimos sino que es el fundamento de las creaciones artísticas de autor conocido. Hubo quienes quisieron relegar el folklore al pasado, otros limitaron su incumbencia al estudio de comunidades campesinas, así se opone muchas veces lo folk a lo urbano como si fueran categorías antitéticas, otros recurrieron a él para justificar lamentables nacionalismos, sin advertir que la profundización en dichos fenómenos conducía a reafirmar la universalidad humana, sin embargo el fenómeno escapa a esos encasillamientos y la creatividad popular anónima, bullente, no siempre razonable, ni entendible sigue proponiendo preguntas a quienes quieren investigar en su vasto campo. E.R.

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