Viernes 22 de Noviembre de 2024

Carriego y la poética del tango


  • Domingo 06 de Mayo de 2018
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Señalaba J. L. Borges en el prólogo que escribiera para una selección de poemas de Evaristo Carriego que “Esteban Echeverría fue el primer espectador de la pampa; Evaristo Carriego, parejamente fue el primer espectador de los arrabales”. Se refería sin duda a esa mirada que devela, descubre el sentido de las cosas y que suele ser el atributo de ciertos poetas. Le cupo a Carriego la tarea de abrir un camino, de prefigurar un universo poético que hallaría su expresión más acabada en el tango. El suburbio, una luz crepuscular y una modesta escenografía de humildes casas bajas con cercos de cina cina, el infaltable farol, el organito y una multitud de personajes más o menos patéticos que poblarían desde entonces las letras de los tangos. Y agrega Borges más adelante: “En Carriego se ha cumplido el destino de todo precursor. La obra para los contemporáneos fue anómala, corre ahora el albur de parecer trivial. (...) Sabemos que fue suya la muerte joven que parece ser parte del destino del poeta romántico. Más de una vez me he preguntado qué hubiera escrito de no habernos dejado. Una composición excepcional -El casamiento- puede prefigurar una desviación hacia el humorismo. Esto, evidentemente, es conjetural; lo indiscutible es que Carriego modificó y sigue modificando, la evolución de nuestras letras y que algunas páginas suyas integrarán aquella antología a la que tiende toda literatura. A los personajes de su obra -el guapo, la costurerita que dio aquel mal paso, el ciego, el organillero- fuerza es agregar otro, el muchacho tísico y enlutado que lentamente caminaba entre casas bajas, ensayando algún verso o deteniéndose para mirar lo que muy pronto dejaría. Personaje de sí mismo, según esto, lo sería también de Borges quien lo evoca en una serie de ensayos que le dedica hacia 1929 y que retoma en la década del  50. Compartió Borges con Carriego el barrio, Palermo, que por entonces distaba mucho de ser el lugar elegante y residencial de nuestros días. Un Palermo casi suburbano con guapos, malevos y su parte de mala fama también, ¿por qué no? Compartió el amor por Buenos Aires, por sus calles que ambos caminaron incansablemente. Compartieron además algunas tardes de domingo en la sala de la familia Borges, donde el joven Carriego recitaba con pasión los versos de Almafuerte. Esa cercanía con el personaje evocado no mella sin embargo el filo de su crítica cuando lo tilda de exageradamente sentimental. Sin embargo una lectura atenta y minuciosa de los poemas de Carriego lo llevan a celebrar en particular composiciones como “Has vuelto” poema que aquí transcribimos. El influjo de Carriego sobre los poetas del tango es innegable y en algunos la referencia a este poeta se hace explícita, tal el caso de Homero Manzi ya en uno de sus primeros tangos como “Viejo ciego”, ya en uno de los últimos como es el caso de “El último organito”. Pero no fue el único autor que recupera para la poesía ese mundo  de las orillas, con el que casi inevitablemente identificamos al tango, la lista de autores que  encontraron en ese mundo motivos de inspiración es muy amplia. Todos ellos son en alguna medida deudores de ese joven que  ni siquiera ha de haber sospechado su papel de  precursor de la poética tanguera.   E.R.   Has vuelto Has vuelto, organillo. En la acera hay risas. Has vuelto llorón y cansado como antes. El ciego te espera las más de las noches sentado a la puerta. Calla y escucha. Borrosas memorias de cosas lejanas evoca en silencio, de cosas de cuando sus ojos tenían mañanas, de cuando era joven... la novia... ¡quién  sabe! Alegrías, penas, vividas en horas distantes. ¡Qué suave se le pone el rostro cada vez que suenas algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspira!   Has vuelto organillo .La gente Modesta te mira Pasar melancólicamente. Pianito que cruzas la calle cansado moliendo  el eterno familiar motivo que el año pasado gemía  a la luna de invierno: con tu voz gangosa dirás en la esquina la canción ingenua, la de siempre, acaso esa preferida de nuestra vecina la costurerita que dio aquel mal paso. Y luego de un valse te irás como una Tristeza que cruza la calle desierta, y habrá quien se quede  mirando la luna desde  alguna puerta.   ¡Adiós, alma nuestra! Parece que dicen las gentes en cuanto te alejas. Pianito del dulce motivo que mece Memorias queridas y viejas! Anoche, después que te fuiste, cuando todo  el barrio volvía al sosiego – qué triste- lloraban los ojos del ciego.       El guapo (Fragmento) El barrio le admira. Cultor del coraje, conquistó, a la larga, renombre de osado; se impuso en cien riñas entre el compadraje y de las prisiones salió consagrado.   Conoce sus triunfos y ni aun le inquieta la gloria de otros , de muchos temida, pues todo el Palermo de acción le respeta y acata su fama, jamás desmentida.   Le cruzan el rostro, de estigmas violentos, hondas cicatrices, y quizás le halaga llevar imborrables adornos sangrientos: caprichos de hembra que tuvo la daga.   La esquina o el patio, de alegres reuniones, le oye contar hechos, que nadie le niega: ¡con una guitarra de altivas canciones el es Juan  Moreira, y él es Santos Vega!   En el café Desde hace una semana falta ese parroquiano que tiene una mirada tan llena de tristeza y, que todas las noches, sentado junto al piano bebe, invariablemente, su vaso de cerveza   y fuma su cigarro....Que silenciosamente contempla a la pianista que agota un repertorio plebeyo, agradeciendo con aire indiferente la admiración ruidosa del modesto auditorio.   Hace ya cinco noches que no ocupa su mesa y en el café su ausencia se nota con sorpresa. ¡Es raro, cinco noches... y sin aparecer!   Entre los habituales hay algún indiscreto que asegura a los otros, en tono secreto, que hoy está la pianista más pálida que ayer.
Evaristo Carriego (1883-1912). Poeta y periodista argentino. Nació en Paraná, Entre Ríos, en el seno  de una antigua familia del lugar. Hacia 1890 la familia se traslada a Buenos Aires y compran casa en lo que es hoy el barrio de Palermo y que por entonces era una zona suburbana. Las vivencias relacionadas con la vida del barrio alimentarán muchas de sus composiciones poéticas. Carriego hace de ese mundo difícil materia para su poesía. En 1908 publica un poemario que lleva por título “Misas herejes”. El resto de su obra se publicaría en forma póstuma bajo el título de “La canción del barrio”. Cuando murió, en 1912, tenía tan sólo 29 años. Su visión poética del suburbio porteño perdura en la letra de muchos tangos.

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