Miércoles 18 de Septiembre de 2024

El día en que Don Atahualpa “se fue para el silencio”


  • Sábado 27 de Mayo de 2017
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Cuando Héctor Roberto Chavero oriundo de Pergamino, provincia de Buenos Aires, eligió ser llamado Atahualpa Yupanqui ya estaba claro para muchos, pero sobre todo para él, que su destino iba a ser el de  trovador, como solía decir, pero mucho más que eso, porque se convirtió en un cultor excepcional de lo que solía llamar “las artes olvidadas”. Compositor, cantor, guitarrista, poeta, escritor, periodista, recopilador, todas estas profesiones y oficios y muchos más pudo atribuirse quien debe ser considerado sin ninguna duda el más grande artista popular argentino. ¿Por qué ese nombre?, cabe interrogarse ¿Ese nombre que alude al mundo incaico? Él,  que había nacido y vivido en la llanura bonaerense hasta los 8 años, etapa crucial en la formación de la personalidad de un ser humano en que se afianzan los primeros amores y con ellos, las más profundas preferencias. Los datos de la biografía permiten esbozar una respuesta. El traslado de su padre (era empleado del ferrocarril) a Tucumán, donde vivirán unos siete años, nos ofrece una posible respuesta, sin embargo no existen razones objetivas, que expliquen el entrañable lazo que se establece entre él y su nuevo pago. Tucumán y todo el noroeste argentino quedarán para siempre instalados en su vida y sus emociones con sus paisajes, su gente, sus bellísimas zambas, sus vidalas, sus bagualas y esa cultura ancestral tan viva aunque ignorada. A los 15 años, la vida, por decirlo de alguna manera, lo trajo nuevamente a la llanura bonaerense, esta vez será Junín, donde el joven Chavero asume la responsabilidad de ayudar a la madre, pues el padre ha muerto. Cuando las circunstancias se lo permiten comenzará esa vida hecha de caminos y más caminos, que ya no abandonará jamás. A Yupanqui puede aplicársele lo que él dijera de otro cantor también andariego (don Luis Acosta García): “Anduvo de pago en pago y en ninguno se quedó, destino de trovador”. La llanura y su música lo marcaron con huellas indelebles pero fue en el norte, en el noroeste, donde descubrió su “destino de canto”, como el mismo decía otorgándole  misterio y poesía a esa vocación a la que fue leal toda su vida. Ricos en peripecias, en vivencias, en amistades, fueron esos años vividos en el norte, donde construye en Raco su primer rancho ayudado por el compadre Felipe Chocobar. Tironeado por fuerzas contradictorias se marchará nuevamente. Nombrar todos los lugares por los que anduvo, los sitios donde intentó quedarse es una tarea larga que no intentaremos. Baste recordar que Entre Ríos y los amigos entrerrianos son evocados en sus canciones, también Uruguay lo vio recorrer sus caminos. Precisamente el texto que hemos transcripto en esta oportunidad forma parte de un libro: “Aires Indios”, que recoge  conferencias y charlas ofrecidos en escuelas, bibliotecas y clubes del Uruguay. Europa, la consagración definitiva Atahualpa Yupanqui era conocido y valorado  en nuestro país, algunos de cuyos temas habían adquirido gran popularidad, sin embargo como la persecución política y la censura le habían vedado el acceso a los medios se fue para Europa, donde realiza presentaciones en países como Hungría, Bulgaria, Rumania, ya en viaje de regreso llega a París donde conoce a Paul Eluard, Luis Aragón, entre otros artistas e intelectuales de la época. Fue precisamente Paul Eluard quien le presentó a Edith Piaff, quien deslumbrada por la música de Yupanqui le ofreció con toda generosidad participar de su espectáculo en el Teatro Atheneé. Esa actuación le abrió las puertas a un nuevo público. La compañía discográfica CHANTE DU MONDE editó su primer larga duración en Europa. El disco se llamaba “Minero soy” y por él obtuvo el premio al mejor disco extranjero de la Academia Charles Cross entre  350 participantes de todos los continentes en un concurso internacional de folklore. Esto sucedía en el año 1950, cuando 60 recitales recibidos calurosamente le depararon un lugar destacado en el mundo musical europeo. Este hecho tuvo por supuesto repercusión  en nuestro país de manera tal que en 1953, a su regreso, fue recibido con toda clase de reconocimientos. Al margen de los avatares políticos que lo habían censurado en su momento, el pueblo  gustaba enormemente de su música. Los folkloristas, que empezaban a interesar cada vez más al público y a los medios de difusión reconocían en Atahualpa la figura de un maestro. Otros paisajes, otros hombres Atahualpa Yupanqui era particularmente sensible al paisaje, a la naturaleza, pero no sólo al paisaje. No nos equivoquemos. Hay en Yupanqui una preocupación, un cuidado, un amor que nunca deja de estar presente y esa mirada está dirigida al hombre, a su destino, a sus misterios. Por eso tal vez cuando acude a un país donde es convocado se toma su tiempo y lo recorre morosamente, se empapa de su cultura, de sus sueños. Cuando viaja a Japón donde su obra era muy  valorada, dedica nueve meses a recorrer el país, y estará presente en sus populosas ciudades y las pequeñas aldeas. Respeto, amor, gratitud expresará por ese pueblo que lo escucha casi reverencialmente. Se produce así ese misterio de la comunicación que llamamos universalidad. Esto sucedía en 1964. Cuatro años más tarde en 1968 se dedicará a recorrer España por largos meses. Lo cosechado en ese largo recorrido resulta  expresado cabalmente por estos versos de Yupanqui: “Por un camino de España camina mi corazón antes no se conocían, hoy son amigos los dos... por un camino de España camina mi corazón”. Nimes, 23 de mayo de 1992 Para referirse a la muerte de algún amigo solía Don Atahualpa utilizar una expresión que aunque habrá quien diga que es un eufemismo, o una especie de rodeo para no nombrarla, se me ocurre que debe ser entendida como una bella metáfora y como tal imposible de ser agotada en su dimensión simbólica. Era Atahualpa, aunque músico (o tal vez por ello) un hombre dado al silencio, a las reflexiones hondas. La mención del silencio  es constante en sus versos y generadora de un sentido no siempre traducible. ¿Dimensión misteriosa, pregunta sin respuesta, constante apelación, horizonte, límite, final, melancólica certidumbre? No lo sabemos. Al evocar aquel 23 de mayo de 1992, en Nimes, Francia, necesariamente recordamos esa, su bella expresión: “se fue para el silencio” y nos dejamos atrapar por el misterio de una presencia, una perdurabilidad que parece supera el doloroso límite de la muerte. E.R.

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