Alejandro Marmo elige sus palabras con cuidado. Las piensa, las saborea, las repite. Habla con fluidez pero despacio, cerrando cada idea. Habla con voz profunda, buscando en cada ángulo de su mente. Habla con paciencia, con humildad, como si pidiera permiso para contar sus ideas.
Nació en Tres de Febrero en el año 1971, hijo de padres inmigrantes de Italia y Grecia. Desde chico jugaba con los materiales descartados del taller de herrería de su padre. Pero esa historia ya es conocida. "La conté tantas veces que hasta yo me aburro de escucharla", dice. Y es que para un artista del nivel de Alejandro, esa anécdota ya quedó en la historia.
El joven que empezó el camino del arte a los 20 años, hoy dejó su huella en toda la Argentina. El autor es especialmente reconocido por sus esculturas gigantes en espacios públicos, aquellas que buscan dar vida a lugares con historia. Algunas de las más conocidas son los murales de Evita en la Avenida 9 de Julio y la Virgen de Luján y el Cristo Obrero que hoy se encuentran en los jardines del Vaticano.
En Pilar, su obra principal es una silueta de las islas en el Cenotafio de Malvinas en la ruta 28. Pero para este hombre que es una usina de ideas, esto no fue suficiente. Sus próximos proyectos para el distrito, son la transformación de un avión Hércules a un cine temático y la construcción de un Cristo Obrero de 15 metros en la Panamericana.
¿Qué hizo antes de ser artista?
Siempre estuve ligado al arte. Desde chico me gustaba vincularme con la realidad que me rodeaba y eso me absorbía la mayor cantidad del tiempo. El arte me pareció un camino interesante para plasmar lo que imaginaba y como una forma de diálogo con la realidad. Yo era muy comunicativo, pero poco social. Y esto era producto de mi imaginación frondosa, que a veces puede ser un tormento o una salvación. La imaginación a través del arte es una salvación. Pero cuando supera tu personalidad, puede generar tormentos, fobias, adicciones.
¿Hubo algún hecho de su juventud que lo haya marcado especialmente?
El no saber qué hacer de mi vida, que era algo recurrente. Me atormentaba no encontrar un camino o una proyección, frente a los sueños propios de un chico de 20 años. A mí me pegó fuerte, porque me crié en un mundo rodeado de fábricas que en los 90 se convirtieron en galpones abandonados. Y esos cementerios de hierro, que solían ser talleres metalúrgicos, eran un reflejo del vacío de una época y de cómo me sentía en lo personal. El arte fue el camino que encontré para no chocar contra una pared. Pude entender que el mundo imaginario te puede salvar cuando la realidad es tan cerrada y aguda, que no te ofrece sueños, trabajo, ni posibilidades de crecer. Creo que el arte te salva, es una expresión del alma que te armoniza y eleva la autoestima. Y esto es algo fundamental para los jóvenes.
¿Cree que el arte es innato o se aprende?
Sin dudas, hay que aprender. Yo sigo aprendiendo y nunca voy a dejar de hacerlo. Cuando uno cree que ya sabe todo, empieza a bajar de nivel en cuanto a la creatividad. La creatividad es una ciencia abstracta donde uno no puede definir que límite tiene. El aprender debe ser un verbo permanente. Pero también creo que hay una genética. Sobre todo cuando uno es chico, porque todos los chicos son artistas. Y los adultos que se animan a jugar a ser chicos, también son artistas.
Creo que la genética está siempre en la niñez y en la ancianidad. En el arte hay que sentir como un niño y como un anciano. Tenés que sentir con la mayor cantidad de vidas posibles porque eso te hace un ser humano con libertades de creación. Es en esos dos extremos de la vida donde el alma emerge y donde surgen las visiones más lúcidas del ser humano, porque están muy cerca del otro lado de la vida.
¿Qué admira en una obra de arte?
Lo humano. La obra de arte es la gente, el resto es relleno, es un mero lenguaje. La pintura, la escultura, el cine, no tienen arte si no llegan a la gente. Y a mí lo que me emociona es eso. No decidí el proyecto de mi vida porque me guste tanto el arte sino más bien porque llega a los corazones. Y a mí me interesa más el corazón de la gente.
¿Cómo sigue disfrutando del arte, aun cuando su pasar económico depende de ello?
Nunca hice nada que no me apasionara o que fuera por encargo. Todas las ideas que llevo adelante son propias. Por ejemplo, el mural de Evita fue una idea que surgió y fue creciendo hasta plasmarse. En general lo que me entusiasma es eso. El encargo no, porque lo ha pensado otro. Y a mí me sirve sacarme los pensamientos de la cabeza, sacarme los tormentos y las rabias, porque bien transformadas son buenas ideas.
¿Cuáles son sus fuentes de inspiración?
Mi familia. Antes era la necesidad de integrarme, de ser parte de la realidad de todos los días. Hoy mi fuente de inspiración no es otra cosa que estar en armonía con mis hijos. Creo que ahí es cuando me salen las mejores ideas.
¿Tiene alguna rutina para crear?
No tener rutina justamente. Me propongo no tener una vida previsible, esa es la rutina. Mis últimos veinte años fueron de una libertad absoluta y con muchas posibilidades de viajar y de conocer nuevas culturas. Viajar y conocer, esas fueron grandes motivaciones en mi vida, y el arte fue el medio para hacerlo.
¿Cómo desarrolla los conceptos de arte e inclusión social?
Porque yo fui un descarte social. En algún momento me sentí fuera de la sociedad. Y cuando uno vivió eso, no te tienen que explicar qué se siente. Me nace naturalmente y está en la genética de mi memoria y de mi existencia. Hoy, gracias a Dios, no tengo la preocupación de sentirme afuera, pero otros sí. Y la tristeza de otros me hace pensar en la integración. Como un novelista que escribe la historia de un tercero en primera persona, me pasa algo parecido. Cuando ves a alguien afuera, uno se remonta automáticamente a la época cuando estuvo excluido del sistema. Y eso tiene una fraternidad con el sentimiento del otro que hace que tengas un mismo lenguaje. Y creo que el arte iguala. Frente a la emoción, somos todos iguales. Si miras una obra que está en el espacio público, no hay que pagar entrada y no hay necesidad de tener una formación académica para emocionarse. El espacio público emociona de forma colectiva y sin miradas intoxicadas de prejuicios, vanidad o vicios. Emociona y punto. La ve cualquier persona, de cualquier edad y de cualquier nacionalidad. Y la verdadera integración consiste en eso, en que todos tengamos acceso a la sensibilidad.
¿La opinión de la gente común lo emociona?
Yo creo más en la opinión de aquellos que son espíritus libres, y me siento enriquecido cuando escucho esas lecturas. En cambio, en el mundillo del arte todo se compara, todo hace acordar a otra cosa, todo se encasilla y se etiqueta. Por eso prefiero escuchar la voz de la calle.
¿Qué críticas recibió sobre su arte?
Siempre fueron negativas, que en cierta medida era lo que yo buscaba. Toda obra rebelde y provocadora despierta resistencia o entusiasmo. Yo me quedo siempre con el entusiasmo, pero creo que las obras que proyecté siempre generaron resistencia. No fueron obras que generalmente tuvieran una aprobación instantánea. No son lindas, y no pretenden serlo. Hablan de la integración, de la falta de criterio, de la fábrica recuperada, de dolor, de tristeza. Y la belleza hay que buscarla en el relato, en las emociones de la gente. No quiere decir que no me hayan elogiado. Pero no me quedo ni con la crítica ni con el elogio. Me quedo con la realidad que me despierta y me motiva a expresarme. Lo que queda es apenas un testimonio de lo que pasa. La obra de arte es la gente que participa, la emoción, el mensaje. Y eso trasciende el tiempo. El único crítico de arte real es el tiempo.
¿Qué le genera producir arte con grupos colectivos?
Me emocionan. Por ejemplo, al Vaticano fueron chicos con problemas de adicciones que vivían en barrios muy marginales. Pudieron visitarlo y trabajar junto a la Virgen de Luján y al Cristo Obrero que están allá. Creo que lo que me deja esa experiencia es la emoción de esos chicos que ni imaginaban viajar a Europa y fueron a través de este proyecto. Esos corazones que viven en la oscuridad y se transportan a la belleza, es lo que para mí justifica hacer lo que hago hace 20 años. Ese puente creativo es el que busco en toda acción colectiva. Es el transformar de vidas, y eso me emociona.
¿Cuál es su relación con el Papa Francisco?
Trabajo con él hace mucho y tengo un vínculo muy cercano y respetuoso. Entiendo que no es la persona que era en Buenos Aires y que hoy no me puedo sentir amigo de un papa. Sería un delirio. Soy parte de su equipo de trabajo y lo vivo con mucha responsabilidad, no como un gesto hacia mí, sino un gesto hacia el arte popular. Por supuesto que la experiencia de trabajar en el Vaticano es fuerte y no puedo ser indiferente. Es una gran oportunidad para llevar su mensaje a lugares increíbles. Me responsabilicé a comprometerme con su mensaje y ser una proyección de su palabra en cuanto a su forma de evangelizar. Él evangeliza a través de la religión católica y yo lo hago a través del arte.
Hablando de responsabilidad, ¿alguna vez dejó un proyecto sin terminar?
Esta actividad tiene que tener un alto grado de responsabilidad, además de vocación y pasión. Todo lo que hice hasta ahora no lo abandoné porque siempre vi las utopías desde un abordaje serio. Una vez que sale el barco no podes bajarte en el medio del océano, porque el arte no tiene salvavidas. Y tu corazón y espíritu tienen la polenta para atravesar el océano. Por lo menos cuando uno se aboca con pasión. Si fueran encargos, ahí sí podría abandonar, pero cuando son tus ideas, tenés la fortaleza espiritual y estás en eje con tus emociones, es muy difícil abandonar, porque si te bajas vas a sufrir mucho más. Cuando la vocación es tan fuerte, de querer hacer lo que uno tiene en el corazón y querer proyectarlo con las manos para hacer cualquier tipo de arte, no hay que abandonar, porque eso es despertar una enfermedad en el cuerpo.
¿Cómo siente que evolucionó del joven de 20 años que empezó a jugar con los materiales al artista que es hoy?
El tener hijos es la mayor evolución que un ser humano puede tener. El resto es trabajo y pasión, pero la mayor evolución que puede tener un ser humano es formar una familia.
¿Algún sueño que tenga en mente?
Que siga sin saber muy bien de qué se trata todo este juego de la vida.
Alejandro Marmo dijo que el último crítico del arte es el tiempo. El tiempo ha consagrado a los grandes artistas y ha hecho olvidar a otros. Pero para este gran creador, el tiempo no se quiere hacer esperar. Es el presente el que lo condecora y son los ojos de hoy los que disfrutan de su obra. Hoy Alejandro Marmo es una inspiración para jóvenes que, como él, pueden transformar el vacío en algo para todos. Y eso es lo que mejor define a este argentino: su arte es para todos.
Azul Rizzi
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