“Si hay un personaje de la literatura argentina (...) que recogió tanto el ditirambo exagerado hasta el extremo, cuanto el vituperio inmisericorde, es, sin duda, quien escribió y vivió bajo el ‘sonoro’ seudónimo de Almafuerte”. Así comienza Alberto Blasi Brambilla el prólogo que escribe para una antología de los poemas de este singular poeta argentino que vivió entre los años 1854 y 1917. Nos estamos refiriendo a Pedro Bonifacio Palacios que había nacido en San Justo el 13 de mayo de 1854.
Maestro, periodista, hizo de estas tareas un apostolado. No siempre fue comprendido, en sus actitudes profundamente personales y en sus planteos éticos, fuertemente cuestionadores de la sociedad en que vivía, pero finalmente se ganó el respeto y aún la admiración de muchos de sus contemporáneos.
Los críticos suelen no ponerse de acuerdo en cuanto a la valoración de su obra, la que sin embargo, sigue presente en la memoria popular de una manera notable. Algunos de sus poemas son recitados por personas que no acreditan una educación formal, pero que los conservan en su memoria. Por otra parte infinidad de escuelas, museos, centros culturales, clubes barriales llevan su nombre. Quien sabe que hubiera dicho este hombre que había asumido el fracaso y al mismo tiempo la rebeldía ante el fracaso como un destino casi inapelable frente a esta gloria póstuma, frente a este recuerdo (me atrevo a decir casi amoroso) hacia su persona. Esta conjetura se abre sin respuesta posible pero lo acerca a nuestros días, a nuestro difícil presente.
Como acostumbramos dejaremos que la poesía hable por los autores. En este caso compartimos con nuestros lectores algunos textos de Almafuerte.
¡Avanti!
Si te postran diez veces, te levantas
Otras diez, otras cien, otras quinientas:
No han de ser tus caídas tan violentas
Ni tampoco por ley han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
Asimilan el humus avarientas,
Deglutiendo el rencor de las afrentas
Se formaron los santos y las santas.
Obcecación asnal, para ser fuerte,
Nada más necesita la criatura,
Y en cualquier infeliz se me figura
Que se mellan los garfios de la suerte...
Todos los incurables tienen cura
Cinco minutos antes de la muerte!
De Sonetos Medicinales
¡No! ¡Nadie es fuerte ni sube
A pesar de los fracasos,
Si jamás tendió los brazos
Para asirse de una nube!
¡Si alguna vez no agarró
Lleno de confianza y brío,
Las aldabas del vacío,
Para subir...y subió!
De Milongas Clásicas (fragmento)
20.- No creas en la predicación de aquel abate perfumado de heliotropo, que sube a su púlpito con el corazón lleno, todavía, de las graves impresiones de la Conferencia de San Vicente y de las fiestas de caridad de las duquesas y que cruza después, como un César, sudoroso entre sus encajes, por aquella elegantísima multitud cuya emoción artística él ha producido y cuya admiración él ha conquistado. No creas en esa predicación... ¡Es una página de Rossini!
21.- Cree, sí, en el propio San Vicente de Paul; si en el apostolado de aquel sacerdote ciego de caridad, enloquecido de evangelización, que ora se lanza por los desiertos de África, y ora se mete en los tugurios de la ciudad, que son los desiertos de la civilización, para salir de ellos torturado de dudas, cubierto de maldiciones y carcomido de remordimientos.
Almafuerte (de Evangélica XV, fragmento)
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