Algunos poetas tienen la suerte de tocar una cuerda que resuena en el alma de su tiempo y sin caer en un verbo demagógico se vuelven populares en el más valioso sentido del término.
Sus creaciones gestadas en el doloroso laboratorio de una vida difícil no olvidan el imperativo de perfección que implica el arte. Tal parece ser el caso de Alfonsina Storni cuyos versos habitan la memoria y el corazón de la gente.
Es cierto que el hecho de haber puesto voluntariamente fin a su vida le agregó la dosis de patetismo con el que el imaginario social construye sus mitologías. Sin embargo, conviene advertir que no ha sido este hecho el que dotó de perdurabilidad a sus creaciones sino el haber contribuido a expresar y a exponer con fuerza, originalidad y belleza cuestiones que atañen a una feminidad soslayada, ocultada hipócritamente durante largos siglos. De veinte siglos precisamente habla en uno de sus poemas.
Son veinte siglos que movió mi mano
Para poder decirte sin rubores:
Que la luz edifique mis amores.
¡Son veinte siglos los que alzó mi mano!
Engañados por la limitada perspectiva de nuestra experiencia personal suele ocurrir que creamos que la realidad a la que alude la poeta es una cuestión remota, definitivamente superada, sin embargo, me atrevería a suponer que gran parte de ese terrible fardo de prejuicios del que habla Alfonsina sigue pesando sobre una inmensa mayoría de mujeres. Interprete, “bien pudiera ser” de incontables generaciones de mujeres debe haber pagado por su gesto desafiante. Probablemente haya sido una orgullosa soledad el precio de su testimonio.
Sin embargo no debemos equivocarnos creyendo que esa pequeña y talentosa mujer vivió lastimeramente algo que podríamos llamar su destino, o ¿su elección?... Al contrario, se sabía poseedora de un don que significaba al mismo tiempo placer y responsabilidad, un privilegio que la llevaba a exigirse en ese camino de perfección que suele ser la creación para un artista. A lo largo de su vida insistió en experimentar nuevos caminos expresivos. Su talento no se agotó, ni se repitió.
Resulta vano preguntarse ahora adónde la hubiera llevado su constante tarea de indagación estética. En todo caso su poesía profundamente original admite renovadas lecturas y sigue conmoviendo y suscitando preguntas a quienes se acercan a sus textos sin estériles prejuicios. Compartimos con nuestros lectores dos textos de la Alfonsina madura y especialmente sensible de sus últimos años.
La palabra
Naturaleza: gracias por este don supremo
Del verso que me diste;
Yo soy la mujer triste
A quien Caronte ya mostró su remo.
¿Qué fuera de mi vida sin la dulce palabra?
Como el óxido labra
Sus arabescos ocres,
Yo me grabé en los hombres, sublimes o mediocres
Mientras vaciaba el pomo, caliente de mi pecho,
No sentía el acecho,
Torvo y feroz de la sirena negra.
Me salí de mi carne, gocé el goce más alto:
Oponer una frase de basalto
Al genio oscuro que nos desintegra.
Un lápiz
Por diez centavos lo compré en la esquina
Y vendiómelo un ángel desgarbado;
Cuando a sacarle punta lo ponía
Lo vi como un cañón pequeño y fuerte.
Saltó la mina que estallaba ideas
Y otra vez despuntólo el ángel triste.
Salí con él y un rostro de alto bronce
Lo arrió de mi memoria. Distraída
Lo eché en el bolso entre pañuelos, cartas,
Resecas flores, tubos colorantes,
Billetes, papeletas y turrones.
Iba hacia no sé dónde y con violencia
Me alzó cualquier vehículo y golpeando
Iba mi bolsa con su bomba adentro.
Alfonsina Storni (1892-1938)
Llama
Sobre la cruz del tiempo
Clavada estoy.
Mi queja abre la pulpa
Del corazón divino
Y su estremecimiento
Aterciopela
El musgo de la tierra.
Un ámbar agridulce
Destilado de las
Flores cerúleas
Cae a mojar
Mis labios sedientos.
Ríos de sangre
Bajan de mis manos
A salpicar el rostro
De los hombres.
El rumor lejano
Del mundo, ráfaga cálida,
Evapora el sudor
De mi frente.
Mis ojos, faros de angustia,
Trazan señales misteriosas
En los mares desiertos.
Y, eterna,
La llama de mi corazón
Sube en espirales
A iluminar el horizonte.
De Mundo de Siete Pozos (1934)
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