“El periodismo es la historia del presente y la literatura es el periodismo del pasado. Es lógico que, dentro del campo de la comunicación histórica, antes de investigar lo que hicieron los antepasados, interesen al hombre saber lo que hacen sus contemporáneos. El tiempo convierte en historia lo que en ‘otrora’ fue ‘periodismo’". (Acosta Montoro)
"Sin el periodismo el hombre conocería su realidad únicamente a través de versiones orales, resúmenes e interpretaciones históricas y anecdotarios". (Leñero)
El periodismo está en boca de todos, en los últimos años, pues, parece haberse convertido en una profesión donde algo del orden del malestar asoma todo el tiempo, de dicha profesión hablan muchos, algunos la elogian y otros tantos la critican. Entre varias otras la acusación de tener una actitud militante es una de las más esgrimidas para atacar esta difícil pero fascinante profesión. Cuando se habla de militante se hace referencia sin duda a la toma de posición política de quienes ejercen esta profesión. Esta acusación injusta y poco sustentable se basa en la idea de que “la política“ es una mala palabra hacedora de conflictos y confrontaciones y que los hombres probos en cambio (léase apolíticos) buscan denodadamente la concordia, el acuerdo, el consenso a cualquier costo, por ejemplo haciendo desaparecer al adversario.
Qué lindo que es estar todos de acuerdo ¿no? El yo se infla entonces alimentado por la unanimidad que oculta toda discrepancia y ni que hablar de “grietas“ y “rupturas” pero he aquí que los hechos, los molestos hechos, nos traen casi siempre a la “realidad” que suele doler.
El periodismo actual se debate entonces en un campo de batalla, donde es casi imposible no tomar partido, porque todos tenemos nuestro corazoncito.
Tratar de despegar al periodismo de lo político, nos parece sencillamente inapropiado, pues este rasgo está presente desde el inicio, por lo menos en nuestro país, ya que la efeméride a la que hoy nos referimos, nos remite a la fundación de La Gaceta, periódico pensado por su fundador Mariano Moreno, como un instrumento indispensable para difundir los ideales de la Revolución de Mayo.
Todos o casi todos los periódicos que fueron apareciendo en nuestro país y en el resto de América fueron y no lo ocultaban instrumentos en la lucha política de aquel tiempo. En el siglo XX surgió en algunos medios, una postura que podríamos tildar de hipocresía que buscaba ocultar esa filiación política y hablaban entonces de “objetividad” para referirse a ese pensamiento único que ocultaba esa mirada que no dejaba de estar presente pero que circulaba por caminos paralelos. Esa discusión que esbozo no ha desaparecido, sino que creo que hasta se ha intensificado.
Pero hoy queremos corrernos de ese lugar de imposible solución para intentar recordar y reflexionar sobre periodismo así a secas sin adjetivaciones.
Periodismo, definición y orígenes
Medido en tiempos históricos, el periodismo propiamente dicho, entendido como actividad informativa, realizada periódicamente y difundida a través de los medios de comunicación de masas (prensa, radio, televisión, internet) es relativamente reciente. Comienza a desarrollarse a partir del Renacimiento, favorecido por la invención de la imprenta y el desarrollo de medios de comunicación y correos con frecuencias regulares. Sin embargo, si se lo entiende como el hecho de trasmitir novedades y noticias asociado al gusto y la necesidad de recibirlas, su antigüedad es enorme y se confunde con los orígenes de la humanidad.
La expansión del periodismo en los últimos siglos no sólo ha sido extraordinaria sino que su presencia, su influencia y su poder han ido aumentando día a día, a punto tal que podríamos decir que la nuestra, es una sociedad que depende totalmente de las informaciones que recibe y que da, ya que un permanente flujo de las mismas recorre la Tierra. En esa actividad trabajan infinidad de seres humanos a los que se llama periodistas. El grado de responsabilidad que supone trabajar en un campo tan vital hace necesario que los periodistas reflexionen acerca de esa profesión difícil, riesgosa a veces, pero siempre apasionante.
Ser periodista
Hagamos un ejercicio de imaginación y pensemos cuáles son los rasgos que debería reunir un periodista ideal.
Es una condición indispensable, al parecer, tener facilidad para hablar y para escribir, y por supuesto saber pensar. Pero parece ser que los requisitos no se agotan aquí. Por lo general, el periodista tiene que tener cierto gusto por la aventura, por enfrentar riesgos de distinta naturaleza. La curiosidad unida a una buena dosis de sentido crítico es también un componente indispensable. Culto, informado, sociable, atrevido, perspicaz, laborioso, incansable. Muchas cualidades ¿no? Un ser casi imposible de hallar.
Por suerte, existe algo que se llama la división del trabajo, de modo tal que todas esas virtudes pueden muy bien resolverse con el trabajo en equipo. Sin embargo hay un requisito que no debería nunca dejar de exigirse a quienes transitan por esta delicada profesión, me refiero a cierta condición ética, sin la cual esta noble profesión se convierte o se puede convertir en un inmenso aparato de influencia y control social.
En relación a esto quiero recordar unas palabras con que Gabriela Mistral destacaba el valor de ‘una profesión’. Entendida como la “función intelectual o manual que hace vivir y que da de vivir” respecto de la cual decía: “...la profesión se me ha vuelto a mí y quisiera que se les volviese a ustedes, la columna vertebral que nos mantiene en la línea humana, la vertical del hombre”.
Esta profesión pues, que se ha desarrollado de manera extraordinaria en los últimos 200 años ha tenido ¿quién puede dudarlo? Algún papel en los cambios de la vida de la humanidad, en sus costumbres, hábitos y necesidades; pero estos hechos, como suele suceder con los rasgos de vida que impregnan nuestra cotidianeidad se vuelven en cierto modo invisibles, pasan a formar parte de lo que se da por supuesto, se cree que siempre fue así; de ahí que todo ejercicio reflexivo demande un esfuerzo deliberado que nos libere de esa primera capa de certezas.
Estas consideraciones previas vienen a cuento porque el periodismo (pensado casi como una industria de novedades) tiene mucho que ver con todo esto. Ser fuente de información, tener datos ciertos acerca de la realidad, confiere poder, así lo entendieron quienes desarrollaron las primeras empresas periodísticas relacionadas siempre con las actividades comerciales y políticas de su tiempo. Conjuntamente y de manera no siempre discriminada esta actividad ha estado asociada a una característica humana muy primaria que podríamos describir como el “gusto por lo novedoso y también por lo perturbador”, esta base pulsional que está presente en otras actividades humanas ha tenido en el desarrollo del periodismo una creciente importancia.
La industria periodística en la medida en que es un negocio que busca consumidores ha descubierto ese aspecto de nuestra psiquis y lo ha tenido y lo tiene en cuenta al desarrollar la variante periodística que suele denominarse “sensacionalista” o “amarillista”. De ese modo se hacen buenos negocios pero la que sale malparada en muchas ocasiones suele ser la verdad. Esta modalidad periodística se despliega y tiene éxito en la medida en que el receptor (lector, oyente, televidente, usuario de Internet) sea víctima de su ingenuidad. El periodismo pudo desarrollarse en la medida en que la población fue alfabetizada, hoy sabemos que eso no basta o en todo caso hace falta un lector/receptor más agudo, más perspicaz, en resumidas cuentas menos crédulo.
El poder y los poderes
Suele hablarse del “poder” en singular como si se tratara de un resorte único cuya posesión otorga a quien lo tiene el dominio total de una situación, hoy entendemos que la cosa no es así, que no existe ‘un poder’, sino múltiples resortes, que ese recurso está distribuido, no siempre democráticamente, es cierto, pero que es bueno que cada uno descubra cuál es su peso específico en la materia.
El periodismo descubrió tempranamente que tenía una cuota importante del preciado recurso, eso le valió el mote de cuarto poder equiparando su importancia con los que conforman la tríada republicana. Pero más allá del honor que esa designación le confiere conviene aclarar, por si se nos olvida, que esos otros poderes con mayor o menor acierto, son el resultado de la voluntad popular, en ella basan su legitimidad, no siendo este el caso del periodismo, ni de los medios de comunicación en general.
Sea o no el cuarto poder, el periodismo tiene un indudable poder, lo que le ha valido no pocas persecuciones. También es cierto que sabedores de su potencialidad sus protagonistas pueden usar bien o mal de ese atributo ya sea denunciando situaciones de injusticia o luchando por causas nobles en muchas ocasiones, o por el contrario poniéndose al servicio de otros grupos, por ejemplo, o ejerciendo una suerte de extorsión.
Tendríamos que decir de una manera muy genérica que a nuestro entender el buen periodismo sólo puede estar al servicio de la verdad. Claro está, que al respecto tampoco todos nos ponemos de acuerdo. Sin embargo y salvando comprensibles diferencias cualquiera de nosotros entiende qué significan conceptos tales como ‘veracidad’, ‘prudencia’, ‘manipulación’, ‘buena y mala fe’ y si bien hay perspectivas diferentes en cuestiones éticas hay un punto de intersección en el que todos podemos entendernos.
La profesión de periodista conlleva por lo general, para quien la ejerce, una suerte de aura más o menos visible, que produce por lo general respeto o admiración, pero también incomodidad para los que medran con el ocultamiento o tergiversación de la información, de modo tal que representan para el imaginario popular una suerte de (digamos parafraseando a Cervantes) “curioso impertinente” que puede meter sus narices por todos lados. Esa incomodidad será inversamente proporcional al grado de transparencia que haya en los asuntos que incumben a la sociedad, que no sólo se refieren al Estado en sentido estricto.
Por otra parte, sería también interesante analizar cuál es el papel del periodismo cuando invade el campo de lo privado más allá de toda razonabilidad. Pero esa es harina de otro costal y merecedora de otro abordaje y otra consideración. Por hoy lo dejaremos aquí, limitándonos a recordar a esos “curiosos impertinentes” que hacen rabiar a muchos pero cuyo ejercicio resulta indispensable en una sociedad democrática.
Elsa Robin
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