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30 de noviembre, Día nacional del Mate


  • Domingo 03 de Diciembre de 2017
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Hace algunos días, el 30 de noviembre, se celebró el día Nacional del Mate y nos hemos enterado gracias a esta maravilla moderna de Internet que existía entre las efemérides   “El día del Mate” y que esta celebración pretende no sólo celebrar esta ancestral costumbre que nos caracteriza, sino y muy especialmente recordar a Andresito, Andrés Guazurarí y Artigas, quien nació un 30 de noviembre de 1778 en Santo Tomé, Corrientes; es Andresito un personaje que la historia oficial no tuvo en cuenta durante mucho tiempo, claro era un indio guaraní, a quien José Gervasio de Artigas había convertido en una suerte de hijo adoptivo y que lo acompañó en muchas de las batallas y empresas que llevó a cabo en pro de la independencia de Sudamérica durante las primeras dos décadas del siglo XIX. Fue Andresito famoso por su valentía y capacidad de liderazgo, pero también por sus dotes de gobernante, en Misiones, en esas circunstancias demostró inteligencia en las medidas que adoptó, por ejemplo, para fomentar la producción y comercialización de la yerba mate. La yerba mate era consumida ancestralmente por los pueblos guaraníes, que la llamaban “caá”, los españoles se aficionaron rápidamente a esa bebida, considerada en alguna medida sagrada, y fueron aportando novedades en cuanto a la preparación de lo que hoy llamaríamos “un buen mate”, el hecho de consumirla colectivamente aportaba lo suyo y ya desde entonces demostró de qué manera sirvió para acercar a quienes de otro modo se miraban con desconfianza. A pesar de esto, que hoy valoramos, vaya uno a saber por qué, suscitaba la desconfianza de los eternos censores (civiles y religiosos) que despotricaban contra lo que consideraban un peligroso vicio. Nos remontaremos al siglo XVII, más precisamente al 16 de mayo de 1617. Gobernaba por entonces Buenos Aires, un criollo, poderoso estanciero, que detestaba entro otras cosas la vagancia y todo aquello que la promoviera, escuchó entonces las voces de la “gente decente” y decidió prohibir el mate. Digamos que no tuvo mucho éxito, porque la gente y en este colectivo englobo a pobres y no tan pobres, siguieron tomando mate, como si tal cosa. Desde el principio parece que éramos incorregibles, y eso es bueno que lo sepan sobre todo los que circunstancialmente ejercen el poder, porque porteños y no porteños siguieron disfrutando de los amargos y también de los dulces. La costumbre se fue perfeccionando y convirtiéndose en una ceremonia muy importante, en la intimidad y también como signo de hospitalidad. Parece que no era tan mala como decían los mal pensados de siempre. Vamos pues a celebrar al mate, de la manera como aquí, en este espacio sabemos hacerlo con textos de dos materos excelsos, uno fue el exquisito poeta sanluiseño (nacido en Merlo) me refiero a Antonio Esteban Agüero, quien en un poemario en que celebra el mundo que lo rodea, nombrándolo, dedica un bello poema al mate. El poema se llama DIGO EL MATE y nosotros lo reproducimos fragmentariamente para que lo disfruten nuestros lectores, pero como el saber no ocupa lugar no está para nada mal acercarnos a algunos pasajes de EL ARTE DE CEBAR, texto este de Amaro Villanueva (1900-1969) maestro, escritor e investigador entrerriano. Espero que hoy mientras disfrutas del mate matutino o vespertino le eches una ojeada a estos escritos que bien valen la pena. Hasta la semana que viene. Elsa Robin   Digo el mate (fragmento) Porque sábado es hoy y la mañana como una fruta desde el tala cae, y soy joven y sano, y me navegan tradiciones y música la sangre, quiero ser otra vez, entre vosotros para decir y celebrar el Mate. De Guarania nos vino con la Yerba que resume fragancias tropicales, y ese barro de América que un día vio que llegaban sigilosas naves, con cadenas, y perros y arcabuces, y duras voces vulnerando el aire; Verde Yerba de América, divina como todas las cosas naturales Santa Yerba de América, sembrada y tendió la llanura hacia naciente, y hacia poniente levantó los Andes, y la Coca sembró para los Quichuas, y el Algarrobo para pan del Huarpe. Yo era niño –recuerdo- y la primera memoria verde se remonta al Mate, en mi casa de Merlo, donde el día comenzaba a girar cuando mi Madre sorprendía el hervor de la tetera entre volutas de vapor quemante: Y era luego la lenta ceremonia, vieja suma de gestos y ademanes, aquel ir y venir de la cuchara, la visión del azúcar, el fragante esplendor de la Yerba, la bombilla con doradas virolas y espirales, y el porongo de plata que tenía curva de seno adolescente y grácil, y cobraba, de premio, en la penumbra nítida luz de religioso cáliz; Ubre dulce me fue, mi vino verde, mi pan primero, mi nodriza amante.   Yo recuerdo sus íntimos sabores, y también sus diversas variedades: Dulce Mate del alba que se bebe morosamente al emprender un viaje, en la puerta de casa mientras miro entre neblinas despertar el valle; y aquel Mate primero del retorno por la sombra con grillos de la tarde, que nos vuelve liviana la fatiga sobre los hombros como un ala de ave; y ese Mate que beben los troperos cuando regresan de Salinas Grandes; y aquel Mate nocturno que me diera una muchacha cuya boca suave daba un beso primero a la bombilla como manera de poder besarme; y aquel Mate gustado en la cocina, escuchando al anciano Magallanes, dibujar sobre el humo las historias del Niño Ladino y de Urdemales; y aquel Mate que sabe a veramota y el que guarda memoria del husillo; y el que a mastuerzo y mejorana sabe; y el que una gota de aguardiente trae; y ese Mate gustado en la penumbra que conforman higueras y nogales, mientras crece la siesta, y la cigarra el masculino corazón me tañe; y aquel Mate de bodas, con su gusto a rama nueva, a porvenir, a encaje; y ese Mate bebido en Carolina y el que bebí en la Sierra El Gigante; y el que un día me dieron en Trapiche; y el que supe gustar en Rumi-Huasi; y aquel fúnebre Mate que bebimos en el velorio de Adelaida Chávez, lamentando su muerte y admirando su juventud de porcelana frágil... Pueblo somos por Él; desde centurias su costumbre nos forma, como sabe modelar un cacharro el alfarero con la destreza de su mano suave; él nos dio, generoso, las virtudes que entrelazan raíces esenciales en el nudo del ser, y nos perfilan un idéntico rostro innumerable; porque en Él se juntaba la Familia, como el agua diversa sobre el cauce, y al juntarse quebraba el egoísmo, el monólogo torpe, las cobardes galerías del odio, y frutecía sobre mazorcas de granar afable; y nos fue profesor de democracia, a pesar de los hierros coloniales, porque supo igualar a la bombilla la sed del Hijo con la sed del Padre, el dolor de la criada y la señora, la hartura del rico con el hambre milenaria del pobre, de tal modo, que supimos medir en lo que vale la celeste razón que nos convierte en ciudadanos civilmente iguales. Antonio Esteban Agüero (1917-1970)   Los mates Lo primero Es habitual entre nuestros campesinos, una expresión a través de cuya aparente redundancia se formula toda una petición de orden: ‘lo primero es lo primero’. Y la primera obligación del cebador de mate consiste en saber en qué lo ceba. Para quien se propone exponer la técnica del arte de cebar, en consecuencia, la obligación consiste en empezar por la calabacita natural el estudio del mate recipiente. Porque sucede que esta calabacita es el verdadero mate, es decir, el objeto que esta palabra designó originalmente y del que derivan, por acepción figurada, todos sus otros significados, que son muchos. Nada más lógico, entonces, que empezar este estudio a partir de la palabra. Pues del complejo universo constituido alrededor de la voz ‘mate’ puede decirse, con alguna irreverencia, pero con entera verdad: en el principio fue la calabaza. Antecedentes de la voz ‘Mate’ es voz castellanizada, del quechua ‘mati’, que significa vaso o recipiente para beber. Pero se ha generalizado, desde el Perú hasta el Río de la Plata, como nombre vulgar del fruto de la calabacera –lagenaria vulgaris- y de esta misma planta que se llamó ‘puru’, es decir calabaza, en la lengua general del imperio de los Incas. No es difícil descubrir la razón del tránsito semántico: desde hace siglos, el fruto de esa cucurbitácea –en sus distintas variedades o tamaños y cortado de diferentes maneras- ha proporcionado toda la vajilla doméstica a las clases pobres, antes indígenas y hoy criollas. Y desde luego, les ha proporcionado el recipiente de uso más obligado o común: el vaso, la copa o taza para beber. (...) (...) En el Perú ‘mate’ es la designación genérica de las distintas variedades de esa cucurbitácea y de sus frutos. Por lo tanto, es sinónimo de ‘calabaza’, aunque cada una de sus variedades reciba nombre propio o particular de acuerdo con su tamaño, forma y aplicación o uso. Debía de serlo desde los días del Inca Gracilazo, puesto que en sus ‘Comentarios Reales’, editados en 1609, ya nos dice al respecto: “calabazas de que hacen vasos, las hay muchas y muy buenas: llámanlas mati”. En el Río de la Plata en cambio, el uso de esta voz es más restringido, en su acepción de fruto, pues con el nombre de mate solo se designa la variedad empleada para preparar y servir la infusión de yerba, variedad que se llamó ‘caiguá’ en guaraní. (...) Entre nosotros, por lo tanto, la palabra ‘mate’, en su acepción botánica, es un nombre específico, pues designa sólo una variedad de lagenaria y su fruto: el destinado a cebar mate. ‘Poro y galleta’ son denominaciones particulares de esa misma variedad de fruto, según su forma. (...) mate es la palabra que se ha vulgarizado y universalizado en castellano. Y por extensión designamos con ella cualquier recipiente que reemplaza a la calabacita natural. Después por relación de continente a contenido, la palabra ‘mate’ ha pasado a designar también la infusión de yerba. Y según sea la manera en que se prepare esta infusión, se la distingue con nombres propios: ‘mate amargo, verde o cimarrón’  es el cebado sin azúcar; ‘mate dulce’ (...) es el preparado con azúcar; ‘tereré’, el mate amargo cebado con agua fría; ‘mate cocido o yerbeao’ el que se prepara más o menos a la manera del té y que primitivamente fue llamado ‘té de los jesuitas’, por ser estos quienes introdujeron ese estilo de infusión con respecto a la yerba. (...) Como si tan profusa proliferación semántica no bastara, en el pasado, algunos hombres de ciencia y viajeros europeos contribuyeron a hacer más confuso el significado de la palabra mate, en el orden universal pues la usaron para designar al ‘Ilex paraguariensis’ o árbol que produce la yerba, y a la misma yerba, es decir, también al producto industrializado de las hojas del ‘ílex’ que se emplea para preparar la infusión. Su error derivó, evidentemente, del hecho de haber entrado en conocimiento de la ‘yerba’ (del árbol y del producto preparado con sus hojas) a través de nuestra secular costumbre del mate: de ahí que tomaran el continente por el contenido, el recipiente por conoció entre nosotros con la llaneza de la palabra ‘yerba’, como lo sigue y lo seguirá llamando el pueblo. (...)

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