Desde su declaración como monumento histórico en 1974, la tumba de Josefa Derqui de Díaz Colodrero -afectuosamente llamada “Pepita”- guarda el legado de una mujer que vivió entre el esplendor y la adversidad, reflejo de las cambiantes fortunas de su familia y de los vaivenes de la historia argentina. Fue la mayor de los seis hijos de Santiago Derqui, segundo presidente de la Confederación Argentina, y está sepultada en el cementerio municipal de Pilar desde 1936.
La tumba de Josefa "Pepita" Derqui no solo es un testimonio del pasado familiar del segundo presidente argentino, sino también un elemento que conecta a Pilar con la historia nacional. En 1974, el Concejo Deliberante bajo la iniciativa del concejal Teófilo Tolosa, declaró su sepulcro como monumento histórico. El acto contó con la presencia de numerosos descendientes de Santiago Derqui y figuras destacadas del municipio.
El evento tuvo gran relevancia para la comunidad local y fue registrado por el diario Resumen que, en su edición del 19 de noviembre de 1974, relató: “Las autoridades comunales agasajaron luego en el Palacio Municipal a los numerosos parientes del presidente Derqui, que realzaron con su presencia la significación del acto, participando de esta reunión concejales e invitados especiales”. Así, Pilar se transformó en el escenario de un homenaje que buscó preservar un fragmento de la historia argentina.
Nacida en Corrientes en 1852, Josefa Derqui fue la mayor de seis hermanos. Su vida comenzó en el seno de una familia acomodada y prominente, pero los cambios políticos y económicos transformaron su destino. Tras la renuncia de su padre en 1861, luego de la derrota en la batalla de Pavón, los Derqui se exiliaron y enfrentaron la ruina económica. Pepita, a los 13 años, contrajo matrimonio con Wenceslao Díaz Colodrero Anzoátegui, un senador correntino 26 años mayor que ella, con quien tuvo dos hijos, Eduardo y Santiago.
La familia vivió años de austeridad en una chacra en Santa Catalina, donde “Pepita” encontró refugio en los animales y el campo. Ya adulta, dejó Corrientes y se instaló en Buenos Aires, para finalmente pasar sus últimos días en la ciudad de Derqui. Allí, en una casa alquilada, vivió con la ayuda de un catalán que le brindaba comida y cuidado cuando sus recursos se agotaron.
La historia de Josefa y su vínculo con Pilar invitan a la comunidad a reflexionar sobre cómo los lugares comunes pueden convertirse en custodios de las grandes narrativas de la nación. Así, el cementerio municipal se erige como un espacio que no solo guarda almas, sino también historias que merecen ser contadas y valoradas por las generaciones futuras.
Uno de los únicos autores que escribió sobre su vida es el historiador, escritor y licenciado en Bibliotecología y Documentación, Mario Tesler, quien contó las penurias por las que tuvo que pasar Josefa “Pepita” Derqui.
Relata que ya de adulta abandonó Corrientes para irse a Buenos Aires y luego de un tiempo se trasladó a la localidad de Derqui para pasar sus últimos días allí. Por un largo período vivió en la casa de un catalán que alquilaba habitaciones. Al principio rentó una, pero luego se quedó sin dinero y dejó de pagarle. Su desidia fue tal que el hombre la ayudaba con comida y tenía dos asistentes mujeres que la cuidaban.
Hoy, la tumba de Josefa Derqui es un punto de referencia en el cementerio de Pilar, un municipio que resguarda un fragmento del pasado nacional. El homenaje de 1974, reflejado en las páginas del diario Resumen, marcó un hito para reconocer no solo a una figura olvidada, sino también la relevancia histórica de Pilar como guardián de memorias que trascienden lo local.
Dejar un comentario