Desde sus comienzos como poblado alrededor del 1500, momento en el que se contaba con unas pocas casas esparcidas por apenas unos metros de tierra, hasta la actualidad con los 385 kilómetros cuadrados y los casi 400 mil habitantes que componen el distrito, Pilar ha sabido crecer sin perder la esencia.
Si bien el paisaje ha cambiado y esos lugares icónicos que compartimos grandes y chicos se han transformado, en lo más profundo de nuestras raíces seguimos sintiéndonos un pueblo.
Compartimos, a veces hasta sin saberlo, historias, personas, lugares, festejos, deseos y anhelos que nos mantienen unidos como pilarenses. Esas mismas historias, similares o no, nos permiten vincularnos y rememorar tiempos en donde, sin dudas, pudimos disfrutar sin preocupaciones junto a nuestros seres queridos. Para los pilarenses, eso es, en esencia, lo que representan las fiestas patronales.
Históricamente, cada 12 de octubre Pilar celebra su día debido a la devoción a la Virgen del Pilar, tradición que hemos heredado de España. Pero, si vamos al festejo en sí mismo, lo que realmente celebramos –profesemos la fe o no– es ser pilarenses. Y las celebraciones, a lo largo del tiempo, han cambiado y evolucionado, al igual que nosotros.
Si pensamos en festejos patronales, para algunas generaciones eso será sinónimo de kioscos escolares, espectáculos musicales con bandas de rock, pop, cumbia, noches enteras compartiendo con amigos alrededor de la Plaza 12 de Octubre. Para otras, habrá recuerdos de carrozas, un desfile cívico con muchas menos instituciones y algo un poco más solemne.
A pesar de las transformaciones, hay tradiciones que perduran, como el desfile cívico que incluye a instituciones pilarenses y establecimientos educativos. También se mantienen la procesión y la Santa Misa en honor a la Virgen del Pilar, aunque otras costumbres han cambiado, marcando una diferencia entre el Pilar de antaño y el de hoy.
Pero, volviendo a los festejos del pasado, en la década del 60, cuando comenzaron a funcionar por primera vez en Pilar los colegios secundarios, los alumnos buscando recaudar dinero para su viaje de egresados debían participar del desfile de carrozas y era el Municipio el que premiaba a las tres mejores.
Las carrozas –también realizadas por instituciones– eran llevadas por automóviles de los vecinos y estaban decoradas con flores de papel crepé, de plástico o incluso, algunas reales. En algunos casos, también representaban diversas figuras que habían sido específicamente elegidas y decoradas por los participantes, con meses de anticipación. Las reinas y princesas elegidas, también desfilaban a bordo de automóviles rodeando la plaza céntrica.
En octubre de 1964, las páginas de Diario Resumen reflejaban el arduo trabajo de la Comisión Permanente de Festejos –encargada de la organización– presidida en aquel entonces por Juan Gabriele y relataba la premiación. “Finalmente se procedió a comunicar el fallo del jurado (…) el que otorgó la distinción máxima, por la que obtiene $50.000 en efectivo a la carroza ‘Hipocampo’ de la sección secundaria del Instituto Madre del Divino pastor; segunda resultó ‘El Molino’ del Instituto Verbo Divino con $30.000 de recompensa; tercera ‘La Diligencia’ Círculo de Automovilismo, que obtuvo $25.000 y cuarta ‘La Canasta’ de Nuestra Señora de Fátima con $20.000”, expresaba. Detallaba, además, que “las demás carrozas participantes reciben $5.000 cada una”.
En 1967, las actividades se extendieron desde los primeros días de octubre, denominándolo “Semana de Pilar”. Aquel año, Resumen detallaba: “fueron también otorgados los premios a las mejores carrozas que según el criterio del jurado fueron asignados a la de la Escuela de Hermanas el primero, a ‘La Litoraleña’ de la Escuela Nacional de Comercio el segundo, y a ‘El Abanico’ del Instituto Verbo Divino, que gozaba de las preferencias de la mayoría del público por el trabajo realizado y su presentación el tercero; cuarta fue una de las carrozas del Instituto Almafuerte”.
En esta época, también se contaba con concursos de pintura, fotografía y hasta carreras automovilísticas con obstáculos.
Las carrozas se hicieron a un lado en la década de los 80, y se dio paso a la habilitación de los kioscos para que los alumnos puedan vender alimentos y, así, recaudar dinero. Además, se mantenía a premiación de los tres mejores y se acompañan los festejos con kermese y elección de la Reina de Pilar.
En una nota de Daniel Castro, de 2019, éste contaba: “durante esos años los alumnos estaban presentes con los kioscos en dos años consecutivos, cuando cursaban cuarto año y al año siguiente en quinto año para reunir fondos para el viaje de egresados, recuerdo porque he participado en esa época y no superaban los 10 kioscos escolares alrededor de la plaza 12 de Octubre”.
Los puestos escolares, contaba, “eran armados por las empresas concesionarias de gaseosas”, algo que se modifica en la década de los 90 cuando los alumnos comienzan a adornar sus kioscos con diversas imágenes.
Los kioscos, algo que se mantiene hasta ahora, comenzaron a seguir temáticas específicas y a la plaza se sumaron, también, los artesanos y los espectáculos musicales. Los alumnos, ahora, solo son aquellos que se encuentren en el Cuarto año de secundario, y son alertados (sin importar de qué generación hablemos) de las posibilidades de que, al menos, un día de los festejos deban afrontar las fuertes lluvias que caerán en Pilar.
A lo largo de los años, las formas de celebrar han evolucionado, pero lo innegable es que el Festejo Patronal de Pilar siempre encuentra la manera de unirnos como comunidad. Ya sea por nacimiento, por crianza o por elección en nuestra vida adulta, en cada rincón de nuestra ciudad, llevamos con orgullo la identidad de ser pilarenses. Este evento nos recuerda que, más allá de las diferencias, hay un lazo que nos une: el amor por nuestra tierra y nuestras tradiciones.
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