- Estado delicado
Ocho días de ardua labor le llevaron a Alberto Ponce de León desmontar el local que desde hacía décadas alquilaba en Avenida de Mayo al 300, pleno centro de Presidente Derqui. No solamente fue desmontar estanterías y exhibidores, sino también –y lo más complicado- acondicionar todo el stock de mercadería que había en el negocio y embalarlo para que se lo llevaran sus nietos, el legado que les dejó el gran vendedor de ropa masculina pilarense.
Su hijo mayor lo convenció de que finalmente había llegado el momento de retirarse de una actividad que fue su pasión de toda la vida. Superando ya holgadamente los 80 años, Alberto se negaba rotundamente a abandonar su exitosa actividad.
“Física y mentalmente estoy muy bien y no puedo decir que estaba cansado de trabajar en algo que me apasiona, que es la venta de indumentaria masculina”, comentó a Resumen Ponce de León, sin resignarse aun a la drástica decisión tomada.
Comenzó muy joven en el rubro, aunque ya de adolescente tomó la costumbre de vestirse bien, incluso si tenía que disfrazarse para participar con sus amigos de los corsos de Pilar.
“Tenía 12 años -rememora- y un verano pescando en el Rio Luján, encuentro en el lecho del río un sable, el hallazgo me dio la idea de qué disfrazarme ese fin de semana para carnavales: iba a representar al legendario Zorro. Yo mismo me hice la ropa que debo decir me quedaba mejor que al mismísimo Diego de La Vega. Antes de salir al corso, como era costumbre en esa época, tuve que pasar previamente por la comisaría para informar quien se escondía tras el disfraz”.
“Mi atuendo llamó tanto la atención que me atendió el mismo comisario, quien me autorizó a utilizarlo, pero se quedó con el sable. Atento a que me faltaba un accesorio tan fundamental para completar mi vestimenta, me volví a casa e improvisé un sable con maderas”, contó.
Pocos años después, el joven Alberto comienza a trabajar con su padre en la construcción. “No me gustaba para nada ese trabajo y se lo dije a mi papá, quien decidió enviarme a Buenos Aires a vivir con mi tía Ceferina, que tenía una pensión en Conesa al 2.100, para jóvenes mujeres estudiantes universitarias. Era el único varón de la residencia. Estuve un año sin trabajar y al cumplir los 16 mi tía Ceferina me dice muy enojada ‘si no te vas a trabajar, te fleto’. Acostumbrado ya a la vida citadina, recojo el guante y de traje y corbata comienzo a vender libros para una editorial casa por casa”, continuó.
“Una tarde, al pasar por la conocida sastrería Vega, decido entrar para ver si necesitaban empleados. Había justo una vacante para el puesto de cadete y acepté. Ahí trabajé por más de 12 años y fue donde encontré la vocación que iba a ser mi medio de subsistencia durante toda mi vida. Pronto hice carrera, pasé a ser jefe de cadetes, vendedor, jefe de ventas y en los últimos años llegué a ser gerente. Durante esos años que estuve en Vega, pronto se conoció mi fama de buen vendedor en conocidos negocios del ramo como Casa Muñoz, Thompson & Williams y Muro; en más de una oportunidad vinieron al local a preguntar quién era ‘ese tal Ponce de León, al que ningún empleado podía superar en ventas’”, añadió.
“Al cumplir los 30 años, decido independizarme y aconsejado por mi hermano Juan que tenía negocios en Pilar, abro mi primera sastrería en Rivadavia al 700 en el año 1967. Al tiempo me mudé a la esquina de San Martín y Bolívar. Le puse de nombre “Casa Bariloche”, tomando el nombre de la confitería que tenía mi hermano en el piso de arriba del local. Recuerdo que al poco tiempo de estar en Pilar, me viene a ver el dueño y el gerente general de Sastrerías Vega, para tratar de convencerme de que volviera a trabajar con ellos. Pero fue inútil, la decisión de tener mi propio negocio de ropa masculina, ya estaba tomada”, subrayó.
Para esa época ya hacía tiempo que estaba instalada frente a la plaza 12 de Octubre la mítica y aún vigente “Casa La Reyna”, consultado por cómo era el trato con su colega, Alberto Ponce de León no eludió la respuesta: “Respeto mucho a Tono, pero en esa época solo nos saludábamos fríamente, levantando un brazo de lejos”.
En Pilar la sastrería estuvo hasta 1982, año en el que por cuestiones familiares, Alberto decide trasladarse a Zárate, donde mantuvo su exitoso negocio hasta 1989, cuando decide emigrar a la provincia de Corrientes.
“Tuve sastrerías en Monte Caseros y en Curuzu Cuatia -recuerda-. En Curuzu fui muy apreciado por la comunidad, tanto que me invitaban continuamente a participar de casamientos y fiestas sociales, realmente me fue muy bien”.
Pero a pesar de su exitoso paso por tierras correntinas, el trashumante comerciante decide volver a Pilar. “Mi hermano Juan, que vivía y tenía entonces negocio en la Avenida de Mayo de Presidente Derqui, me aconseja que me instale en Derqui, que me iba a ir muy bien. Le hice caso y desde 1992 hasta hace una semana, tuve mi negocio a una cuadra del de mi hermano. La bauticé For Men’s, ‘ropa para hombres exigentes’. Venía gente de todos lados: de Del Viso, Pilar, Capilla del Señor, Fátima y debo reconocer que mucho de esa promoción se lo debo a la publicidad que siempre tuve en diario Resumen”, acotó.
“Fui el único sastre de la familia –confiesa Alberto- me acompañó si mi hijo Beto mucho tiempo, hasta que lamentablemente falleció. Para mi Beto fue mucho más que un hijo, fue un compañero, un consejero, un amigo. Vivíamos el uno para el otro y fue un baluarte en el negocio –rememoró con tristeza–, nunca pude superar su partida, lo llevo en el alma y como soy muy creyente, sé que en algún momento nos vamos a encontrar, por lo pronto, hablo con él todas las noches”.
Su personal estilo de vestir, convirtió a Alberto Ponce de León en un verdadero personaje, siempre de traje, sombrero y zapatos relucientes, así fuera de compras al supermercado del barrio. En la calle lo saludaban diciéndole “¡Hola For Men’s”!, aunque los más osados ya hacía tiempo que lo habían bautizado “Pintita”.
“Desde los 16 años que uso traje y corbata y estoy acostumbrado hasta hoy a salir a la calle de punta en blanco –confiesa sin disimular su orgullo-. Vender no es fácil. ¿Cuál es el secreto de mi éxito? Amo mi trabajo, al que me dediqué toda mi vida con perseverancia, mi lema siempre fue tener empatía con el cliente, vestirlo como si fuera yo el que iba a estrenar ropa esa noche. Solo me bastaba ver entrar a alguien al negocio para saber no solo que talle de camisa o pantalón usaba, sino que colores y modelos le sentarían mejor. Nunca nadie que entró a mi local se iba solo con lo que venía a buscar, en un ratito le mostraba camisa, corbata y hasta el cinto que mejor combinaría con el pantalón que me pidió y así se iban los clientes con todo lo que les mostré, con la seguridad que sería el hombre más elegante de la fiesta, que se sintiera como un verdadero galán de cine”.
La pregunta inevitable al final de la entrevista fue cómo vive Alberto el día después del cierre del negocio. “Siento que me falta algo importante de mi vida –confesó- pero como creo mucho en Dios, creo también que por ahí, algún día voy a volver”.
Asimismo, contó que “otra de mis grandes pasiones aparte de la sastrería y la actividad física son los autos deportivos”. “Manejé hasta hace poco, dejé por consejo de mis hijos que me dijeron que ya estaba grande para manejar y sabían que todavía me gustaba acelerar a fondo. Soy un muy buen conductor, nunca tuve o provoqué un accidente. Estoy seguro que si volviera a tener otra vida, sería piloto de competición”, apuntó.
Oscar Mascareño
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