En estos días se cumplen 35 años del retorno de la democracia a nuestro país, me refiero a las elecciones que se celebraron el 30 de octubre de 1983. En esa oportunidad resultó electo el Dr. Raúl Alfonsín con el respaldo del 51,7 % de la población. Se iniciaba así un largo período durante el cual vivimos distintas alternativas valoradas positiva o negativamente por amplios sectores de la población. Hubo situaciones de enorme gravedad institucional como la crisis del 2001 que concluyó con la caída del llamado gobierno de la Alianza. Crisis que por razones de edad muchos recuerdan vivamente y por la misma razón, una parte del electorado conoce sólo de oídas.
Hemos aprendido bastante en estos años, pero no sé si lo suficiente, como para entender, que la Democracia no es sólo una palabra importante sino un sistema en el que muchas veces nos va la vida, la libertad y el bienestar. La democracia presenta a mí entender flancos de peligrosa vulnerabilidad. Pero me reconforta el saber que es perfectible. La opción por un sistema democrático no consiste sólo en una decisión política, sino y fundamentalmente en un modelo de convivencia que debería estar incorporado en nuestra cultura política y en nuestros hábitos más profundos.
Cada ciudadano tiene un compromiso (yo diría ético) de votar, en su oportunidad con responsabilidad y criterio, este no es un juego. Tenemos la sensación de que al emitir el voto otorgamos a quienes nos representan una suerte de cheque en blanco que los habilita a usar a su arbitrio esa porción de poder que les estamos otorgando. Pero esto no es, ni debe ser así, pues el ejercicio democrático del ciudadano no se agota en el acto electoral. La sensación de estafa que a veces nos embarga en cuanto a las acciones de nuestros representantes proviene sin duda de comprobar cómo se utiliza la mentira, las malas artes publicitarias y la mayor arbitrariedad para (respaldados por nuestro voto) ejecutar actos deplorables y que nos afectan directamente en nuestras condiciones de vida. El pueblo sale entonces a la calle para hacerse oír porque descubre que otras formas de comunicación son muchas veces malversadas. El poder de turno, preocupado por mantenerse en ese lugar privilegiado de decisiones, a veces casi irreversibles, apela entonces a la represión, que poco tiene que ver con los principios democráticos. Ahí es donde vemos que su fuerza, la que le da nuestro voto, comienza a trastabillar.
Habría que advertir a los que ocupan circunstancialmente el poder, que la inmunidad con la que se sienten protegidos puede terminarse, que ese deslizamiento a veces imperceptible pero constante hacia prácticas autoritarias puede ser letal para un gobierno que se presume democrático. Si algo está en el corazón de este sistema es el principio de que tiene prioridad el “bienestar general” y “los derechos humanos” que no son los dueños del poder.
Están dilapidando un verdadero capital, tan importante como las reservas monetarias, me refiero a la confianza, a la credibilidad. Ese es el verdadero pacto democrático, la confianza, la credibilidad así como se gana, se pierde. Ahí reside la mayor traición, no existe FMI, ni el aval de personajes políticos funestos, ni el versátil y engañoso apoyo de lo que llaman “inversores internacionales”. La senda que se está transitando es muy peligrosa. El pueblo, que no es una entelequia, no debe ser subestimado tiene voz, no puede ser reemplazado por ningún asesor, moralmente repudiable.
Una evocación oportuna
Quiero traer a este espacio de reflexión, el recuerdo de alguien que ha tenido y mucho tiene que ver con nosotros, los argentinos, me refiero a José Hernández, el autor del Martín Fierro que murió en Buenos aires el 21 de octubre de 1886, siendo aún muy joven y habiendo honrado la actividad legislativa en los últimos años de su vida con interesantes iniciativas que en alguna otra oportunidad quisiera compartir con los lectores. Todos sabemos que su Marín Fierro, tanto la Primera como la Segunda parte, tuvieron enorme repercusión popular, porque no fue un texto de entretenimiento para tradicionalistas, sino un escrito con un compromiso político enorme. No hablaba del pasado, sino del presente, de una realidad a la que pretendía cambiar, como buen político que era. Su alegato en defensa de los excluidos del sistema en aquellos tiempos, sigue teniendo vigencia.
Podríamos señalar otros textos y expresiones que se gestaron a la luz de sus reflexiones. De todas ellas elijo algunos pasajes de un texto, muy nombrado, pero no tan leído como fue Paso de los Libres (1933) de Arturo Jauretche. Lo elijo porque grafica como pocos algo que nos está sucediendo, ahora cuando instalan en el corazón del gobierno a un funcionario del FMI, para que nos dicte, nos señale, nos imponga un plan económico que liquida nuestra soberanía. Frente a un despropósito de tal magnitud, y frente a las pobres convicciones de muchos de nuestros representantes, sólo nos queda señalar lo que ocurre y sabedores de la insuficiencia de nuestra voz, le damos la palabra a Don Arturo Jauretche.
El Paso de los Libres
Cap. IV
Así anda el pueblo de pobre,
como milico en derrota;
le dicen que sea patriota,
que no se baje del pingo;
pero ellos con oro gringo
se están poniendo las botas.
Petróleo, yerba, tranvías,
Todo entra en sus arganas;
Dicen que al pueblo las nanas
Le curan por ese medio.
¿Si el dotor toma el remedio,
el enfermo cómo sana...?
Estos negocios los hacen
Con capital extranjero,
Ellos son los aparceros
Y, aunque administran la estancia,
Casi toda la ganancia
La llevan los forasteros
Lo que es peor pa nosotros
Pues nunca se encuentran hartos
De gusto grita ¡Lagarto!
La gente frente al negocio:
Cuando son muchos los socios
Hay que agrandar el reparto
Y así metiéndose van
estas nuevas invasiones,
el oro de las naciones
hace conquistas sin guerra
y aura ocurre que en la tierra
hay pueblos que están de piones.
El que trabaja pa otro
Es libre… pero de nombre
Así que nadie se asombre
Si les digo la Argentina
A andar pionando camina
Si sigue con estos hombres
Es un final ya muy visto
en todo este continente
y sin embargo, la gente
no quiere verse en la copia
aprende en cabeza propia
quien no aprende en la d’enfrente.
Arturo Jauretche
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