El 24 de febrero, en un country del distrito, la muerte del ingeniero Roberto Eduardo Wolfenson Band de 71 años, generaba curiosidad y conmoción. Para el lunes 26 se sabía que el cuerpo, encontrado en la vivienda del lote 397 de La Delfina, había tenido diversos traumas y lesiones combatibles con un estrangulamiento, por lo que se descartaba casi de inmediato que fuese una muerte natural.
Sin embargo, con el relevamiento de las cámaras solamente habían ingresado a la propiedad la empleada doméstica y el instructor de piano. No había accesos violentados ni faltantes de objetos de valor. La esposa, estaba de viaje y el médico forense informó que había sido una muerte por infarto.
Sin embargo, Andrés Quintana, primer fiscal del caso, inició la investigación de inmediato y horas después se confirmaba que Wolfenson había sido ahorcado. "La muerte se produjo por ahorcamiento, pero además tenía un corte en la parte posterior del cuello, hematomas internos por el ahorcamiento y signos de defensa en las manos y brazos", dijo a Télam un investigador. Lo único que faltaba, a primera vista, era el teléfono de Wolfenson Band.
Con el correr de las horas la empleada doméstica (que trabajaba hacía menos de un mes con la familia) declaró que el ingeniero le había solicitado prepare el cuarto de invitados porque tendría visitas, por lo que la fiscalía – ahora a cargo de Germán Camafreitas – intentaba determinar si, en efecto, alguien había llegado a la propiedad. Esa visita era el hijo de Wolfenson, que iba a llevar el fin de semana.
Los días pasaban y el móvil del crimen era desconocido, pero la familia confiaba en que la justicia podría determinar no solo qué había ocurrido, sino también por qué.
Para principios de marzo, aparecían mayores pistas: faltantes en la propiedad, un cabello y un rollo de tanza. Éste último, el que creían había sido utilizado para estrangular a la víctima hasta asesinarla y se había encontrado en la zona del lavadero. Los guantes, que usualmente usaba la empleada doméstica, no podían encontrarse por ningún sitio de la vivienda.
La denuncia de los faltantes llegó por la viuda de Wolfenson, Graciela Orlandi. La mujer les contó a los investigadores que tampoco hallaba un parlante y un almohadón, que pudieron haber sido robados por el homicida.
Con la falta de precisiones, comenzaron los problemas entre la familia: Orlandi creía que el móvil era el robo, pero Esteban y Laura Wolfenson (hijos de la víctima) creían que estaba relacionado a las cuentas bancarias y propiedades que su padre tenía en el exterior. Otro punto de conflicto era que la hija de Orlandi había ingresado a la computadora de Wolfenson y había grabado las últimas conversaciones de WhatsApp de la víctima.
Para el 12 de marzo, se apoderaba una narrativa ya conocida por los pilarenses sobre muertes en countries: “la escena fue dañada, se limpió el lugar”. Las palabras provenían de Tomás Farini Duggan, abogado de los hijos de Wolfenson Band, quien afirmaba que “el cuerpo fue instalado en el lugar” en donde se encontró (una de las habitaciones). “Pensamos que el asesino se llevó su celular y retiró dinero de sus cuentas bancarias”, afirmaba.
Otro capítulo fueron los médicos que ingresaron al barrio, los que dijeron fue una muerte natural. El fiscal del caso, Germán Camafreitas de la UFI N°3, finalmente denunció al médico Hermenegildo Gustavo Mejía López, de la empresa Vittal, ante la posibilidad de que haya cometido un delito de acción pública.
Era el segundo médico denunciado por Camafreitas, quien ya había pedido se investigue el accionar de Marcelo Rodrigué, médico de la Policía Científica de San Isidro que sostuvo que el ingeniero falleció como consecuencia de un infarto de miocardio.
Todo se complicó aún más. De la auditoría de la empresa médica surgió la diferencia de nombres entre quien estuvo en el country y quien firmó el informe. En Vittal ese informe fue firmado por Eduardo Mendoza. Ese día, Mendoza no fue a trabajar, y quien subió a la ambulancia fue Mejía López. Éste, para ingresar al country La Delfina, ante la guardia de seguridad, dijo llamarse Javier, nombre que sería el de su hermano.
Para fines de febrero, había una dirección: se investigaba si la empleada doméstica había sido parte del plan para asesinar al ingeniero. Ya había detenida en su casa de Rosalía Soledad Paniagua (34), la última persona que vio con vida a Wolfenson. Paniagua, quien apenas llevaba 20 días trabajando como empleada doméstica en la casa de Pilar, fue contratada por recomendación de José J., un portero del barrio La Delfina. Este último también ha sido parte de la investigación, aunque hasta el momento no se le ha acusado de ningún delito.
La presión llevó a Paniagua a asegurar que si bien estuvo en la escena, no fue ella quien asesinó a Wolfenson, sino un hombre llamado Félix. “Se puso en el lugar del crimen y confirmó que el homicidio fue el 22 de febrero pasado”, explicaron fuentes con acceso al expediente según recopiló La Nación.
La mujer indicó que fue víctima del asesino, quien la habría golpeado y otorgado objetos robados para que no hablara. La empleada agregó que cuando despertó estaba maniatada y con una cinta en la boca en la planta baja, entre el lavadero y la cocina.
La empleada doméstica también afirmó que, cuando recuperó el conocimiento, el homicida le lavó la cara y le espetó: “Paraguaya de mierda. ¿Cuánto querés? Llevate el teléfono celular, el candelabro [por la menorá, uno de los principales símbolos del judaísmo], el parlante y los auriculares”.
Además, la mujer declaró que no habló antes por miedo y que en la estación de trenes de Derqui, donde quedó filmada por una cámara de seguridad, rompió el chip y después desechó el teléfono celular de Wolfenson Band.
El 29 de abril, tras los pedidos de Camafreitas (de la UFI N°3) se dictaba la prisión preventiva para Paniagua, la empleada doméstica, bajo los cargos de “robo calificado por el uso de arma utilizada en forma impropia en concurso real con homicidio criminis causae”.
Desde la cárcel, en mayo, finalmente Paniagua habló desde su lugar de reclusión a 40 días de su arresto. En una entrevista exclusiva con A24, la empleada doméstica acusada del crimen del ingeniero se defendió de las acusaciones, afirmando: "No lo maté al señor, yo no soy una asesina".
En el mes de junio, una prueba irrefutable complicaba la versión de la empleada: debajo de las uñas del empresario asesinado, se encontró ADN de la mujer. "Estas pruebas son determinantes. Le va a ser muy difícil a la empleada doméstica explicar por qué había ADN debajo de las uñas del empresario", explicó una fuente del caso.
Para la Fiscalía, con el objetivo de asegurarse la impunidad, Paniagua, aprovechando su posición de empleada doméstica, entró en la habitación de huéspedes ubicada en la planta alta de la casa y, utilizando un lazo y mediante golpes, asfixió a Wolfenson hasta causarle la muerte antes de huir con los objetos robados.
Las pruebas de ADN obtenidas del cuerpo de la víctima revelaron la presencia del perfil genético de Paniagua debajo de las uñas de Wolfenson, lo que respalda la hipótesis de que hubo un forcejeo y resistencia por parte de la víctima antes de ser estrangulada.
En julio, Paniagua era trasladada hacia la Unidad 51 del Servicio Penitenciario Bonaerense de Magdalena.
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