Por Guillermo Pellegrini
Maestro Normal – Lic. en Ciencia Política
“Juzgo imposible describir las cosas contemporáneas sin ofender a muchos” (Maquiavelo)
Más allá de las religiones, de las ideologías, de las organizaciones, más allá de la política y de la economía, debe existir el respeto por la vida humana, por la nuestra y por la de los otros.
Quien respeta la vida profundamente, jamás intentará difundir sus ideas y sus pensamientos invocando a la violencia; sin embargo, como hemos comentado en su oportunidad, “la violencia está presente cada vez más en nuestra sociedad”. Todavía no contamos con la capacidad, la habilidad o la voluntad para intervenir sabiamente, en forma eficaz, es que no se sabe si hemos detectado todos los motivos de la violencia.
La Biblia y los diferentes libros religiosos contienen un sin fin de mensajes, que deben ser siempre analizados en el contexto en que se los formula. La Biblia ha servido para propiciar la paz entre los hombres, para bendecir las armas de la guerra, para arengar a los soldados contra sus enemigos, para justificar las torturas durante la inquisición y para tantas otras cosas, buenas, no tan buenas y otras malas. La Biblia, el Corán, los textos religiosos no son el problema sino la intencionalidad de los hombres, la intolerancia, la estrechez, el cerrarse en sus propias ideas, la incapacidad de escuchar, la limitación de poder iluminar con las palabras, en vez de solo proferir amenazas.
La intolerancia ha sido el estigma de los hombres a través de la historia, la palabra sabia no puede engendrar violencia, odio o resentimiento. Hay una supremacía de los violentos, imponiendo su violencia, hay un desprecio por la vida de nuestros semejantes, como también por la propia.
El objetivo siempre es el mismo, destruir, desprestigiar o lastimar al otro por ser o pensar en forma diferente. Así se puede compartir o no una opinión, lo que no se puede es cuestionar la responsabilidad o compromiso de esa opinión. Un paso elemental para la reconstrucción de una sociedad es bregar por la paz, desde nuestra propia paz espiritual. Debemos pensar más en nuestros deberes, que estar continuamente exigiendo nuestros derechos.
Sostener las instituciones no “a capa y espada”, sino a pura convicción y el ejercicio de las acciones que se enmarcan en este orden institucional. Hay que ir más allá de la responsabilidad social empresaria, más allá de la responsabilidad social universitaria, hay que ir al fondo de la cuestión que es la educación. Es simple de entender, pero complejo de instrumentar cuando no lo tenemos internalizado, no hemos tomado conciencia de la responsabilidad social, la conducta cívica, el respeto del otro y por ende, de las leyes y todo lo que hace a un mejor ordenamiento. Hay otras cuestiones que le dan sentido y sustentación a la educación. Una sociedad sin educación es una sociedad sometida.
Actualmente lo que padecemos va más allá de lo económico, tiene raíces de otro tipo, estamos ante una crisis cultural, una crisis de valores. Algo que no resuelven los movimientos políticos y muchos menos con simples medidas económicas. Si la crisis y la violencia actual no nos cuestionaran más profundamente, solo habrá servido para que lo hayamos pasado muy mal y para que sigamos pasándola mal. Sufrimos el resultado de un planteamiento en el que la educación, el cuidado de sí mismo y el espíritu, no cuentan, han sido expulsados de la sociedad.
La crisis es lo que ha llevado al hombre a palpar su inconsistencia. Se ha quedado sin sentido y horizonte, sin referencia. Por ende inevitablemente todo se vive en la inmediatez y el egoísmo, cada uno mirando solo su ombligo, disfrutando al máximo el presente. Es la cultura light, fruto de una mentalidad hedonista y consumista, en la que ocupan el primer lugar, los valores de exaltación del individuo a cualquier precio, sin importarle la moral, lo ético y el futuro, donde el hombre es el único propietario del mundo y dueño de sí mismo, no existe Dios…, se olvidan que “El templo de Dios es el hombre”… como decía San Pablo.
Las consecuencias son variadas y evidentes, crisis de la personalidad, adicciones, desinterés, falta de ideales, suicidios, agresiones y atentados, se elimina el derecho a la vida y a la muerte natural en forma general, se adulteran los conceptos de familia y de matrimonio, desaparece el interrogante sobre la verdad y el sentido último de la vida, desaparece la esperanza, se cuestionan los valores y los símbolos históricos de nuestros ancestros, se mira con ironía y cínicamente el esfuerzo de nuestros abuelos. Debemos hacer de nuestra sociedad lo que nuestros antepasados y nuestros próceres, junto a Dios tenían la intención que fuera. Seguramente con más educación lograremos una sociedad desarrollada justa y menos violenta.
Es necesario esforzarse para tener mejores estilos de vida, un crecimiento y construcción común entre los hombres, basada siempre en una firme educación permanente como hacen otros países y poder frenar así nuestro declive.
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