Por Andrés Lavaselli de la Agencia DIB
“No te pido que cambies de opinión, solo una tregua hasta el 15, después vemos cómo seguimos, eso es lo importante”. Ese pedido que, palabras más o menos, Axel Kicillof le formuló a Sergio Berni en lo más álgido de su cruce de declaraciones con Aníbal Fernández contiene una clave que excede el episodio entre los jefes de Seguridad: Hoy, tanto como las elecciones, la principal ocupación del Gobernador es tejer el esquema de poder para los próximos dos años.
Nadie sabe lo que hará Berni después de las elecciones. Sobre todo después de que deslizara que, aunque respeta a Aníbal, no nota gran cambio respecto de la gestión de Sabina Frederic, sobre todo el manejo de las tropas federales en el Conurbano. Y, lo que es más llamativo, de que les confiara a algunos interlocutores que el problema comienza a ser su única líder, Cristina Kirchner, de quien dice que no está pasando su momento de mayor lucidez política. De La Cámpora dice cosas mucho más gruesas.
Lo cierto es que la decisión de Berni abre la puerta a una cuestión mucho más de fondo: ¿Qué va a pasar con el gobierno provincial después de las elecciones? Primera constatación, obvia, que hacen en el gabinete: El resultado define. No es lo mismo perder por la misma diferencia, perder pero recortando ventaja –la hipótesis que maneja la mayoría de los consultores y actores del sistema político-, perder por más o, eventualidad que la mayoría asimila a un milagro, ganar el 14 de noviembre en la provincia.
Kicillof sabe que en casi todas esas variantes anida la posibilidad de perder algún colaborador más (Vila, Ruiz Malec son las más mencionadas), porque espera más presión camporista en su contra. Eso le preocupa más que la creación de nuevas estructuras que quedarían en manos de no propios: un ministerio de Ambiente (sería para Daniela Villar, esposa de Federico Otermín, que maneja Diputados por delegación de Martín Insaurralde) o de un área de cultura similar al Instituto que existió en épocas de Daniel Scioli, sillón que ocuparía Florencia Sanintout. “Eso no se hizo ya porque lo frenó Cristina”, dicen con malicia en Gobernación.
Pero en realidad lo que ocupa al gobernador es el tejido de un esquema político que le dé el sustento que hasta ahora solo deriva de la Vicepresidenta. Y a quien mira como su principal aliado para eso es a Martín Insaurralde, con quien viene teniendo una sintonía que pocos predecían, por dos razones: 1) La alianza del lomense con Máximo Kirchner 2) La posibilidad de que Kicillof y su jefe de Gabinete compitan electoralmente en 2023.
Cerca del Gobernador resaltan la armonía que existe –se llaman dos veces al día- y confiesan: “Tenemos que cuidar de no aparecer demasiado amigos para que actores externos no metan ruido en la relación”. No hay que ser muy imaginativo para adivinar de quién hablan. Tal vez se ilusionan demasiado, pero los kicillofistas cuentan que en la semana, cuando el ubicua Antoni Gutiérrez Rubí llegó a La Plata para ordenar las últimas semanas de campaña, Insaurralde le recordó a los intendentes presentes que la figura que mide en sus distritos sigue siendo el gobernador. De esos gestos se alimenta la relación.
El diseño institucional excede por supuesto el gabinete y el apalancamiento político va más allá de Insaurralde. Poco afecto a la autocrítica en público, en privado Kicillof acepta que el modelo híper cerrado en un puñado de propios con capacidad técnica pero poco juego territorial es un esquema de laboratorio que es muy difícil de acoplar a la realidad bonaerense. En concreto: Quienes lo ven actuar ahora dicen que encaró una reconversión obligada por lo menos hacia los modales de un peronista territorial más tradicional. Los alcaldes, preocupados casi exclusivamente en la cuestión de sus reelecciones, son los destinatarios de esos gestos. Aunque no ponen las manos en el fuego, en Gobernación creen que algún fruto se ve: Movilización electoral, en principio.
Mientras, la oposición, convencidos de que inseguridad y salario real son dos déficits imposibles de esconder, se concentran en explotar las contradicciones del gobierno, sobre todo del nacional, en cuestiones como el posicionamiento ante el FMI. Pero la comidilla de la semana allí fue el paso de Mauricio Macri por Dolores. En término de conveniencia política, no alteró la campaña de Juntos, aunque admiten que incomodó. La reticencia de los principales candidatos a estar presentes en el acto de respaldo en el juzgado es la prueba más clara.
“El manotazo de ahogado de meterlo a Mauricio para subir judicialmente a la campaña no nos mueve el amperímetro”, dicen cerca de Santilli. Incluso redoblan la apuesta, para tratar de capitalizar el recién estrenado traje de perseguido del expresidente: Macri aparecerá en Tandil junto al candidato de Juntos. El acto del radicalismo en Ferro, virtual doble lanzamiento anticipado de una doble candidatura presidencial, la de Facundo Manes y la del jujeño Gerardo Morales, tampoco hizo ruido interno. Y será en principio esterilizado en tanto señal prematura de autonomía radical. Al menos en el territorio bonaerense: El neurólogo se mostrará con Santilli cinco veces en los últimos 10 días antes de las elecciones. (DIB)
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