Martes 16 de Abril de 2024

Otra vez la Plaza


  • Lunes 15 de Mayo de 2017
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Muchas veces oigo hablar de República con una unción y un tono que se me hacen sobreactuados. Entiendo que el concepto de República, como forma de organización del estado, es de un enorme valor y hunde sus raíces en las instituciones romanas que tanto tienen que ver con nuestra civilización, sin embargo observo una suerte de contrapunto en algunos discursos entre república y democracia. A mi modesto entender, lo que hace valioso al sistema republicano es esa visión del mundo y de la sociedad que (también viene de lejos) y que llamamos democracia. Sin ese espíritu democrático que implica reconocer que el único origen legítimo del poder reside en la voluntad del pueblo, no hay viabilidad para una República, que asegure las bases sobre las cuales construir un país, que no sea un rótulo vacío de sentido. Existen, existieron y lamentablemente existirán minorías poderosas que buscan desacreditar la voluntad popular, descalificar todo lo que conlleve a la idea de pueblo. De modo tal que se acuñan expresiones como “populismo” para deslegitimar movimientos, partidos u organizaciones que reconocen como valioso su sustento en las mayorías populares, y sobre todo en los intereses de esas mayorías. Hay en cada ser humano, en general, ciertas veleidades elitistas, con las que se pretende justificar privilegios. Argumentos que recurren a los antepasados, al color de la piel o del cabello, a determinadas profesiones o a supuestos méritos, no siempre muy claros. Esa predisposición bien manejada desde lo comunicacional ha logrado, muchas veces engañarnos, proponiéndonos dirigentes que conspiran contra los verdaderos intereses populares, esto es los de la mayoría, a la que en general pertenecemos aunque no lo sepamos. Hay una fantasía bastante difundida que nos lleva a creer que nuestro destino personal es el resultado de nuestro esfuerzo individual, que la llegada a las supuestas metas de la felicidad nada tiene que ver, con los demás, con el contexto histórico social en que transcurren nuestras vidas personales, por supuesto que según estas ideas lo mejor que podemos hacer es abocarnos a nuestros asuntos, aislarnos, o en todo caso juntarnos con unos pocos, los que comparten esa manera de ver la vida, el resto no importa, que se las arreglen, por algo les va mal. No es asunto suyo. La frase de Caín ante la pregunta divina por su hermano Abel, sigue sonando en nuestros oídos. Esta es una manera de ver el mundo, que supone que la sociedad organizada en tanto Estado, es en gran medida un obstáculo, y cuanto menos intervenga mejor. Por supuesto que a esta mirada, vamos a llamarla ultraliberal, contrapone esta concepción de supuesta libertad a la de un Estado invasor, inclemente, persecutorio, enemigo de cualquier expresión de libertad individual. Claro está que esta manera de presentar las cosas en términos tan extremos y concluyentes nos impide ver una realidad mucho más interesante, la de una sociedad verdaderamente democrática, donde la libertad de cada uno no puede ejercerse en desmedro de la del Otro, ese Otro que tal vez sea muy distinto a mí, pero que tiene los mismos derechos que yo a desarrollarse, a crecer y a gozar de su parte de los bienes, que por otra parte han sido y siempre lo fueron generados por esa trama de vínculos maravillosa que es la sociedad y en última instancia la humanidad, y más modestamente, el pueblo, o la gente si prefiere llamarlo así. Y ahí está la Democracia, imperfecta pero perfeccionable, llevada y traída, a veces pisoteada pero luego misteriosamente rediviva de mil maneras. Y como la base de cualquier gobierno, que merezca ser llamado así, es la democracia lo que supone respeto al mandato que se confiere a través del voto; y como esa cesión temporaria del poder se hace según ciertos mecanismos ideados para que dicha voluntad no sea burlada, nos preguntamos qué ocurre cuando los electores, esto es el pueblo, advierte que tiene algo que pedir, algo que objetar porque suceden cosas que van en contra de ese acuerdo implícito con los mandatarios y no es escuchado, no es tenido en cuenta, su demanda no  encuentra manera de desarrollarse a través de caminos institucionales establecidos. ¿Qué puede suceder, entonces? Esta situación no es novedosa, y acontece porque hay mala fe o impericia. El principio republicano tan invocado de que el pueblo no gobierna por sí mismo, sino por medio de sus representantes comienza a mostrar sus debilidades y es entonces que se enrarece el clima social, un malhumor generalizado se extiende. Sucede y ha sucedido muchas veces que el pueblo, la gente, sale de sus casas, de su comodidad individualista y se vuelca a las calles, a las plazas. Precisamente las plazas, espacio público por excelencia se convierten en el escenario de la democracia cuando esta viene siendo desoída, malinterpretada (para ser generosos), o directamente burlada en los espacios previstos. Una reacción adecuada de la política institucionalizada, de las instituciones republicanas es absolutamente necesaria para recuperar a la sociedad de esos caminos sin salida que suelen ser las decisiones arbitrarias y las acciones que vulneran los derechos de una sociedad. Entre gallos y medianoche Esta viejísima expresión revela adecuadamente cómo suelen gestarse en la sombra y secretamente medidas que después no nos cansamos de lamentar, esto ocurre cuando desde los distintos lugares del poder se toman decisiones arbitrarias, con sigilo. ¡Total nadie se entera!... y cuando nos damos cuenta, la decisión está tomada y es hasta cierto punto irreversible. En alguna medida eso fue lo que sucedió esta semana, en la que algunas voces mientras deploraban el fallo de la Corte, respecto de la famosa Ley del 2x1, lamentaban en forma poco creíble que los fallos de la Corte son inapelables. Afortunadamente una práctica democrática que se ha ido afinando en estos años de democracia generó masivas manifestaciones, lo digo en plural, porque no fue sólo en nuestra emblemática Plaza de Mayo, sino en cada plaza, placita o espacio público de innumerables ciudades o pueblos de todo el país, la ciudadanía levantó su voz, con la seriedad y gravedad que el asunto merecía. Se expresó, para que se arbitraran medidas para que el mencionado  fallo (inapelable) de algún modo se anulara. Nos emociona y llena de esperanzas saber que una de las instituciones más importantes de la República, el Congreso, haya respondido con inusual presteza y haya sancionado en las dos cámaras y en el brevísimo lapso de un día una ley que pone freno, a este no confesado propósito de desandar el laborioso camino recorrido en pos  de la vigencia de los derechos humanos. Derechos que están siendo amenazados de muchas maneras. El pueblo está en estado de alerta. Dentro de muy poco aparecerán nuevamente las urnas para que expresemos nuestra voluntad. Confío en el criterio y madurez de un pueblo que si bien ha sufrido y sufre ciertas decisiones desafortunadas de los gobiernos de turno va a pronunciarse una vez más. Democracia y República han ido de  la mano en esta oportunidad. Comparto contigo, lector, lectora, este poema del nunca olvidado poeta uruguayo Mario Benedetti que me ha parecido a propósito para acompañar las precedentes reflexiones. E.R.   No te salves No te quedes inmóvil al borde del camino no congeles el júbilo no quieras con desgana no te salves ahora ni nunca no te salves no te llenes de calma no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo no dejes caer los párpados pesados como juicios no te quedes sin labios no te duermas sin sueño no te pienses sin sangre no te juzgues sin tiempo   pero si pese a todo no puedes evitarlo y congelas el júbilo y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma y reservas del mundo sólo un rincón tranquilo y dejas caer los párpados pesados como juicios y te secas sin labios y te duermes sin sueño y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas entonces no te quedes conmigo.

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