Miércoles 24 de Abril de 2024

Por mano propia y algo más…


  • Domingo 25 de Febrero de 2018
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Toda sociedad humana tiene normas que regulan, que pautan la convivencia de sus integrantes. La trasgresión de esas reglas puede ser pensada como un delito y conlleva un castigo, una pena que deben imponer las instituciones que deben aplicar la Ley. En la mayor parte de las sociedades todo esto está a su vez reglado y la reivindicación del afectado no queda en sus manos particulares, sino que es un asunto que incumbe a la sociedad. Creo que este es un principio importante en el funcionamiento de esa institución que genéricamente llamamos “Justicia”. Se suele decir que es la encargada de la “vindicta pública”. Este no es un asunto secundario, sino que pertenece al meollo de la cuestión. Hay ciertos equívocos que deben ser señalados para no seguir abonando esta lamentable creencia de que hay por un lado “buenos”, buenos puros, libre de toda sospecha y por otro lado “los malos absolutos”. Esta actitud maniquea nos hace perder ecuanimidad y nos impide analizar los hechos con inteligencia. Debo confesar que muchos de los hechos que suceden en estos días y de las opiniones vertidas por personas que deberían dar ejemplo, me preocupan. Hablé de equívocos, uno de ellos consiste en creer que las fuerzas de seguridad (no confundir con la justicia, por favor), tienen una suerte de inmunidad para decidir sobre la vida de otras personas. Creo que no hace falta desarrollar esto porque es muy obvio y lamentable. Esa especie de derecho de vida y muerte sobre el resto de la sociedad. No tenemos noción, muchas veces de lo peligroso que resultan estas teorías, que nos llevan a retroceder en el tiempo. Cabe aclarar que lo que llamamos “Justicia” no debe ser identificada con ninguna persona, ni grupo de personas, sino que debería ser una instancia a la que todos debemos someternos, por eso resulta tan peligrosa, cualquier manipulación en este sentido. Siento que estamos viviendo tiempos perturbadores, que las instituciones cuando dejan de ser creíbles y confiables generan esos episodios de “mano propia”. Retornan entonces prácticas de linchamiento de enorme gravedad. Uno espera que aquellos que han sido designados para ocupar cargos de responsabilidad tendrían que dar ejemplo. Lamentablemente no es así, sus elogios en casos de “gatillo fácil” y/o de verdaderos fusilamientos, amén de procedimientos arbitrarios y prácticas de censura por las que nadie se ruboriza, demuestran hasta qué punto el ánimo de perseguir al adversario e impedir todo atisbo de rebeldía el mal aconseja. Afortunadamente cuando recuperamos las instituciones democráticas en 1983, hubo un hecho de enorme sanación, el juicio a los culpables de los crímenes de la dictadura militar. Esa experiencia está viva y muchos confiamos que siga sosteniendo desde el recuerdo y como proyecto a la vida política y social de nuestro país. Cada tanto nos enteramos de que alguna persona o algún grupo de personas han recurrido a procedimientos que en forma genérica podríamos llamar justicia “por mano propia”. ¿Cuáles son esos procedimientos? La venganza particular, la figura del justiciero que tanto le gusta al cine norteamericano y que ha poblado las pantallas de cientos de justicieros, es sin duda una (justicia) por mano propia, y por ello profundamente antisocial, en los hechos no son actos de justicia. Otro de estos procedimientos irregulares y anómalos es el linchamiento. El que debe su nombre a un juez del Estado de Virginia del siglo XVIII, Charles Lynch quien ejecutó a un grupo de enemigos políticos sin dar lugar a juicio. Esta forma tumultuaria, agresiva, directa, primitiva de castigar a “un supuesto reo” es muy antigua (tan antigua que nos remitiría, según Freud al asesinato del padre de la horda) pero reaparece cada tanto, cuando roto todo pacto social la violencia arrasa con los “logros” de la sociedad humana. Cabe preguntarse por qué. Pues los hechos como los gérmenes no se producen por generación espontánea, tienen causas, generalmente un sinnúmero de causas que hay que descubrir y analizar para entenderlos y poder actuar, si cabe, en consecuencia. Algunas noticias, que tienen la virtud de irrumpir y disiparse velozmente según los intereses que marca una agenda poco clara dan cuenta de estos hechos, no siempre con absoluta veracidad, pero sí como datos preocupantes. Algo que deberíamos tener en cuenta es el comportamiento de los medios de comunicación y de algunos comunicadores en particular. La responsabilidad de quien tiene a su alcance un micrófono es enorme en esta materia y debe ser debidamente ponderada. Para no divagar en un mar de abstracciones pienso en episodios que merecieron comentarios mínimos cuando de aclarar se trató. Hace unos años un padre y sus hijos, oriundos de un país vecino fueron acusados, encarcelados y procesados por delitos que se le atribuyeron entonces. El vecindario donde vivían “indignado” saqueó e incendió su vivienda. El juicio demostró que eran inocentes. ¿Quién reparará los daños ocasionados a esa familia? Seguramente, el olvido atenúa las culpas. Recuerdo el caso de un hombre acusado de violar a su hijastra, que se suicidó porque fue señalado, sin pruebas por algunos vecinos. ¿Imagínese usted lector, lectora, como nos sentimos frente a esos hechos aberrantes, pero y si nos equivocamos y esa persona es inocente? Pero más aún, si esa persona es culpable quién nos coloca en el lugar de un juez. Todo lo que discurro parecen obviedades y sin embargo no hay que dejar de señalarlas. Cuando la semana pasada el “consejero” presidencial (extraña función) desliza la posibilidad de reinstalar el tema de la pena de muerte, sentí que padecíamos un estado de involución como sociedad. Cómo combatir ese acceso de irracionalidad que parece afectar a una parte importante de la población. Pues, opinando, reflexionando en común. No otro es el propósito de lo que hoy comparto con mis lectores. Recuerdo otro episodio ocurrido hace algunos años cuando un adolescente fue secuestrado, en el momento en que huía de sus captores y pidió ayuda a algunos vecinos y a un remisero, no la obtuvo pues ellos aceptaron la explicación de que se trataba de un ladrón. Así los “buenos vecinos” (que seguramente pagan sus impuestos) les entregaron la víctima a los victimarios. Me pregunto si hubiera sido un joven ladrón, ¿estaba bien que se lo linchara? El llamado caso Chocobar actualiza, pero desde otro lado estas concepciones nefastas con las que se pretende combatir la inseguridad. Muchos datos apuntan a señalar un recrudecimiento de la violencia, una suerte de crisis moral profunda en quienes sólo piensan en sus intereses. En los seres humanos operan pulsiones de diferente signo y por lo general contradictorias. Ese es un dato básico que hay que tener en cuenta. Los que tienen protagonismo social deben saberlo. Una sociedad con enormes franjas de excluidos encierra un enorme potencial de violencia que no se salva con la represión. El papel de la prensa debería elevarse por encima del amarillismo y considerar los aspectos más nobles de esta profesión, entre otras cosas para ayudar a pensar. Elsa Robin

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