Por Guillermo Pellegrini
Maestro Normal – Licenciado en Ciencia Política
La solidaridad es un principio moral según el cual la sociedad hace causa común para intentar solventar determinadas situaciones adversas que sufren algunos de sus miembros. Resulta habitual ante grandes catástrofes naturales o actos terroristas de gran magnitud.
Es una forma de comportarse, cuando uno deja de pensar sólo en uno y se abre a las necesidades materiales o espirituales de los demás. Cuando me preocupan los sentimientos de los otros. Cuando hago míos sus sufrimientos o sus alegrías. Cuando sus preocupaciones o sus anhelos... son los míos. Cuando el Nosotros pasa a ser más importante que el Yo. Cuando somos capaces de formar a nuestros hijos, para que no piensen sólo en cómo obtener el último juguete electrónico, cuando hay millones de seres que no tienen el mínimo indispensable para sobrevivir. Cuando tomamos conciencia que pasamos sólo una vez por la vida y no podemos ni debemos pasar en vano.
Hoy en día vemos la cantidad de organizaciones no gubernamentales (ONG) que desde las filas del anonimato construyen día a día una historia paralela, que no sale en los informativos, que no vende, pero que es igualmente real, comprometidos con el prójimo, con aquellos que están necesitando ayuda. Como también científicos perdidos anónimamente en sus laboratorios durante años, hasta que descubren alguna droga o vacuna que curará alguna enfermedad, o de cualquiera que pone su saber sin importarle demasiado su recompensa, maestros o médicos de frontera o tantos otros que posponen sus propios derechos personales, casi olvidándose de sí mismos, porque son más felices cumpliendo con la dignísima tarea de su vocación, fieles a su “fiamma” sagrada de orientar, sanar y ayudar al que ha quedado excluido.
Es esto lo que marca los cambios, los avances de esta humanidad que parece perderse en el egoísmo y la individualidad cuando tiene el destino de grandeza de llegar a ser una sola familia, la Familia Humana.
No puedo dejar de recordar el comportamiento del pueblo japonés, hace unos años en el último desastre natural, (Tsunami) y sus consecuencias ante el peligro radioactivo. Esa es una cultura que respeta al otro y se solidariza con él. Que antepone el bien común al propio.
Podemos decir entonces que sabemos que es ser solidario. Solidario en el gran templo interior, que nos permite canalizarlo en la comunidad. Debemos también tener una solidaridad eficaz, racional a través de la confianza, que es un sentimiento posible de desarrollar entre los compañeros del trabajo, del equipo, que cuando existe es muy sólido y conveniente.
La solidaridad es un elemento que junto con la satisfacción de las expectativas, la reciprocidad, la asistencia, la comunicación franca cimientan la confianza, otro valor a considerar para una “mejor sociedad”.
La solidaridad es el sostén mutuo… “hoy por ti, mañana por mí”…
La solidaridad es la expresión de la equidad y la ecuanimidad en la relación humana. (Investigación Franklin-Krieger).
La solidaridad significa, en el trabajo, en la parte profesional, generosidad y espíritu de colaboración en un grado muy alto.
Solidaridad y confianza, tienen un fuerte componente afectivo, son bases para un contrato psicológico, para la cooperación, para consolidar el bien común, de eso se trata de mejorar la Gran Familia Humana.
Por encima de las vocaciones específicas, personales, de cada uno, está la vocación universal al amor y la fe. En la vida comunitaria, en la sociedad, está la vocación de todos, hacia la fraternidad universal, se concretiza en la solidaridad. No somos islas, somos seres humanos que compartimos un tiempo y un espacio en el universo que nos hace contemporáneos, forjadores de un mismo destino común, cuidadores celosos de nuestro hábitat y de nuestra genética, con la responsabilidad de construir un mundo mejor, más humano y misericordioso, más unido, no enfrentado y dividido.
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