Uno de los mayores enemigos del éxito, es el temor. El temor aniquila la confianza del individuo en sí mismo, mata la imaginación, paraliza la razón, carcome el entusiasmo, acarrea inseguridad y engendra más miedo.
Una persona que se deja invadir por el temor, no solo desaprovecha las oportunidades que se le presentan, sino que proyecta ese temor a los demás, destruyendo también las oportunidades ajenas.
Muchas son las personas atenazadas, por la sensación de miedo, miedo al futuro, se sienten vulnerables en sus puestos de trabajo, temen perderlo quedándose sin los medios para sustentar a sus familias. Esta vulnerabilidad suele alimentar la resignación a una vida sin riesgos, a la codependencia de otros en el trabajo y en casa. La respuesta de nuestra cultura a este problema, debería ser fomentar e incrementar nuestra independencia.
Debo centrarme en mi y en lo mío, haré mi trabajo lo mejor que pueda y fuera del trabajo me dedicaré, a lo que realmente me gusta.
Bertrand Russell dice en el Ser y la Nada que “hay que tener egoísmo racional, ocuparse de lo de uno y no de lo que hacen los demás, el mundo sería mejor”.
La independencia es un valor y un logro importante, vital incluso. El problema es que vivimos en una realidad interdependiente. Para alcanzar nuestros objetivos más importantes se precisan aptitudes y capacidades de interdependencia que superan nuestra experiencia actual.
No es casual que al analizar las características de aquellas personas que a lo largo de sus vidas han triunfado, exista como uno de los muchos factores comunes, uno que es sugestivo: “los triunfadores siempre han sabido rodearse de personas seguras de sí mismas”.
Una de las enfermedades más comunes de las personas consiste en abrir las mentes a las influencias negativas de otros. El miedo es contagioso, a tal punto que todos conocemos casos de histeria colectiva ante alguna circunstancia extraordinaria y que han finalizado ocupando trágicamente los titulares de los diarios y revistas.
En el orden individual, deberíamos mantener la mente cerrada hacia aquellas personas que desaniman o depriman, vulgarmente llamados personas negativas.
Todo aquel que asume riesgos –única manera de progresar– debe luchar contra ese instinto regresivo y primario de protegerse del fracaso, pues el temor en sus mil formas, subyace agazapado en el interior de todo ser humano esperando la primera debilidad para hacerse fuerte y detener todo intento de progreso. El valor reside en vencer ese impulso y seguir adelante con la firmeza de convicción. El débil permite que sus miedos controlen sus acciones. El fuerte, obliga a sus acciones a controlar sus temores.
Entre los innumerables síntomas que tipifican a los individuos temerosos cuatro son los más comunes y evidentes, propios de espíritus débiles. La indecisión es el primero de ellos y característico de aquellos que se acostumbran a dejar que los demás piensen y deciden por él. El exceso de precaución síntoma típico de todo derrotista empeñado en hablar siempre de las posibilidades de fracasar, conocedor de todos los caminos que conducen al desastre, incapaces de tomar decisiones. El tercero es la duda, generalmente expresada por medio de racionalizaciones que procuran justificar la inacción. Finalmente el síntoma clásico del derrotismo, la dilación o postergación, común en todos aquellos que viven dejando para mañana lo que no harán jamás. Con la gravedad de que “problema que se tapa, problema que se agranda”.
Quienes han hecho lugar en su mente a estos cuatro asesinos de la acción, poseen un rasgo que los caracteriza a todos los que nunca han alcanzado el éxito, de conocer las razones del fracaso y poseer siempre las excusas que lo justifican. Cuando alguien justifica a la persona que se justifica, es cómplice, pierde autoridad y se espiraliza la justificación, pues pasa a ser permanente.
Conforman este amplio grupo de personas fabricantes de frases famosas y de culpas ajenas. La permanente excusa. Las excusas no pueden ser utilizadas como dinero y al mundo no se les puede pagar con ellas, alimentar la cuenta del pasivo, echándole la culpa al jefe, a la mala suerte o a todo lo que puede ser motivo de que ese fracaso que vaga por el mundo, lleva su nombre y apellido.
La única forma de vencer al miedo, es actuando. Atacándolo de inmediato apenas se hace presente, para evitar que alimentándolo por las dudas, crezca y se haga fuerte.
No permitas que tu indecisión se apodere de tu voluntad, ni que tus dudas carcoman tu espíritu. Actúa, ya analizados los hechos y tomada la decisión, ponte en marcha sin temores. Eres tu quien está al mando de tu vida. Tu eres quien debe guiarla a buen puerto, no dejarla navegando al garete. Los temores son los peores arrecifes que puedes encontrar en la ruta y de tu voluntad de triunfar depende el resultado final.
Enfrenta al futuro sin miedo, el no vendrá a buscarte, anímate y verás, lo que es el triunfo.
El desafío es hoy, “mañana es tarde”.
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