Por el concejal Nicolás Ducoté
La naturaleza se ocupó de castigar muy duramente a un amplio sector de la provincia de Buenos Aires que incluye, una vez más, a nuestro partido.
Y decimos incluye, en tiempo presente, porque por más que las lluvias y los vientos hayan cesado, sus consecuencias seguirán condicionando la vida de muchísimos de nuestros vecinos. Para la mayoría de ellos el buen tiempo es cada vez más un intervalo entre dos tormentas, es decir, entre dos evacuaciones, entre dos pérdidas de lo poco o mucho que se tiene, entre dos angustias.
Con las inundaciones la gente sufre. Y, cuando el agua baja, la televisión, la radio y los diarios se van, detrás de ellos también se va la mayoría de los políticos, y entonces el problema “deja de ser noticia”. Las obras se anuncian, pero nunca llegan. La lluvia vuelve, el río sube y las desgracias se repiten.
En esta última oportunidad, a los contratiempos habituales debimos sumar un desagradable efecto colateral: el gobernador de la Provincia y un ex intendente, actual diputado y candidato presidencial se trenzaron públicamente a discutir sobre las responsabilidades por lo que pasó.
El gobernador es, justamente por serlo, el principal responsable de la situación. Y debería asumirlo con la misma facilidad con que recibe elogios cuando alguna de sus iniciativas satisface las necesidades de algún sector. Si está para las buenas, entonces tiene que estar también para las que no lo son.
Pero sobre todo, lo más inadmisible es que pretenda descalificar la crítica de su rival culpando de lo ocurrido a los barrios cerrados. Repito: tiene casi siete años de ejercicio del cargo, conoce las zonas más afectadas, sabe que en muchas de ellas no hay barrios cerrados, y debería tener presente que esos conjuntos de viviendas no se levantan de un día para el otro o sin aprobaciones gubernamentales.
Quien lo enfrentó en este caso tampoco puede desentenderse por completo: fue jefe municipal de un distrito que hoy tiene a mucha gente con el agua dentro de su casa. Demostraría más sentido común y menos electoralismo si se concentrara en ofrecer soluciones, en vez de cargar justamente ahora contra un presumible competidor político.
En momentos como éste, de profundo dolor, en que tantos hombres y mujeres asisten con impotencia a la pérdida material más absoluta, resulta hasta de mal gusto que los supuestos encargados de solucionar los dramas de sus semejantes se enreden en discusiones que –una vez más- no conducen a nada efectivo.
Menos palabras y más trabajo, señores.
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