El siglo XX transitaba por el final de su primera década. Era tiempo de cambios y transformaciones profundas. Las mujeres que venían haciendo oír sus voces desde el no tan lejano siglo XVIII se organizaban ante el asombro de quienes las subestimaban. En Copenhague se celebraba el II Congreso Nacional de Mujeres Socialistas. Una de sus participantes, la feminista alemana Clara Zetkin propuso que el día 8 de marzo fuera proclamado jornada de lucha para las mujeres trabajadoras de todo el mundo.
La elección de ese día se debió a que el 8 de marzo de 1908, 146 trabajadoras textiles murieron trágicamente al incendiarse la fábrica ‘Cotton’ de Nueva York donde se hallaban reunidas deliberando, pues estaban en huelga reclamando por mejores condiciones de trabajo. La hipótesis más probable es que el siniestro haya sido provocado intencionalmente.
Muchos años después, en 1975, las Naciones Unidas en el marco del proyecto permanente de reconocer y propiciar los derechos humanos designa, precisamente al 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer en conmemoración de aquella tragedia.
Uno puede preguntarse y con toda razón, cuál es el motivo por el que se establece un día especial para la mujer. La respuesta no es simple, pero merece nuestra consideración. En el mundo existen muchas injusticias, arbitrariedades y abusos. La buena voluntad de quienes aspiran a un mundo mejor no ha podido erradicar esos extendidos males. Las mujeres forman parte en gran medida de la población mundial que padece inicuas desigualdades y discriminaciones inaceptables.
Nuestra experiencia suele ser limitada y es probable que (si así ocurriera) ni siquiera advertiríamos el hecho de gozar de una situación privilegiada. Algunos datos hablan por sí solos: las mujeres que son el 70 por ciento de los pobres del planeta constituyen además, las dos terceras partes de los analfabetos adultos de todo el mundo. Otro indicador significativo es que según las Naciones Unidas las mujeres controlan apenas el 1 por ciento de la propiedad mundial.
Estos pocos pero reveladores datos pueden hacernos tomar conciencia de la real situación de la mujer en el mundo en la actualidad y ellos solos ameritan que se establezca un día de la mujer que invite a reflexionar sobre el tema.
Una mirada sobre el feminismo
Recurrimos al diccionario que dice refiriéndose al “feminismo” que es una doctrina que aboga por la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres. Los principios de la Revolución Francesa tuvieron que ver con las primeras manifestaciones de este movimiento. La publicación en 1792 de un libro de Mary Wollstonekraft titulado “Reivindicación de los derechos de la mujer”, marcó el comienzo de una lucha que si bien ha tenido altibajos no ha cesado y ha asumido demandas específicas en ámbitos determinados, esto es los derechos políticos, las reivindicaciones laborales, los derechos económicos o el derecho a una sexualidad plena. Pero el reclamo por el derecho al voto fue la más extendida y frecuente de las demandas.
Es interesante observar que en esta lucha no sólo hubo mujeres, recordemos a John Stuart Mill (1806-1873) quien en 1869 publicó un famoso trabajo: “Sobre la esclavitud de las mujeres” y presentó ante la Cámara de los Comunes una moción firmada por 1466 mujeres que, aunque fue rechazada, dio origen a la primera organización feminista en Londres y en otras ciudades.
Por este trabajo John Stuart Mill fue considerado en la Inglaterra victoriana un radical, pues preconizaba no sólo la igualdad de las mujeres, sino la educación obligatoria y el control de la natalidad entre otras cosas. Este dato resulta interesante pues pone esta lucha en sus justos términos, no como un enfrentamiento entre hombres y mujeres sino como una demanda dirigida a la sociedad y sobre todo al poder político.
Entre 1883 y 1903 se llevaron a cabo innumerables manifestaciones para exigir el derecho al sufragio. En 1903 Emmeline Pankhurst fundó la Women’s Suffrage Societies, sus miembros llamadas ‘sufragistas’, realizaron mítines, atentados al orden público, manifestaciones y finalmente huelgas de hambre. En el Reino Unido las mujeres obtuvieron finalmente el derecho al voto en 1918 (limitado) y pleno en 1928.
Después de la II Guerra Mundial el derecho al voto de la mujer se extendió por la mayoría de los países. Sin embargo la deseada igualdad no se alcanzaría fácilmente pues más allá de las leyes es necesario que se produzcan cambios sustantivos en las costumbres, hábitos, actitudes e ideas no sólo de los hombres sino también de las mujeres que son las primeras trasmisoras de las pautas culturales aún de las que consolidan su sujeción.
Aunque no es fácil eliminar prejuicios, la situación de la mujer ha cambiado favorablemente en muchas sociedades, sin embargo todavía es mucho lo que hay que hacer, pues las condiciones de opresión de la mujer subsisten en gran parte de la población mundial. Esto suele estar asociado a otras condiciones de injusticia y desigualdad como son la pobreza y el analfabetismo. En los hechos aún son mayoría en el mundo las mujeres sometidas a malos tratos, mutilaciones, esclavitud, prostitución, explotadas, u obligadas a convivir con parejas no elegidas y a tener hijos que no desean; o en el otro extremo a poner límites a su maternidad compulsivamente.
La búsqueda de un horizonte teórico
Se ha constituido así, a lo largo del siglo XX y con más intensidad en los últimos 30 años, un campo de investigación que ofrece importantes dificultades. Nos referimos a todo lo relacionado a la mujer, sus roles en la sociedad y en la familia, su identidad, sus derechos, su estatuto jurídico y a cómo influye todo esto en la constitución de su subjetividad.
Se hacía necesario construir herramientas teóricas, conceptos que sirvieran para abordar dicha empresa.
Fue así que a mediados de la década del 50, el investigador John Money propuso el término “papel de género” (gender role) para describir el conjunto de las conductas atribuidas a los varones y a las mujeres; más adelante fue Robert Stoller el que “estableció más nítidamente la diferencia conceptual entre sexo y género en un libro dedicado a ello”. Stoller había investigado un grupo de niños y niñas que por problemas anatómicos habían sido educados de acuerdo a un sexo que fisiológicamente no era el suyo. La distinción entre estos dos conceptos que a veces se confunden consiste en que el sexo tiene que ver con el hecho biológico de que la especie humana se reproduce a través de la diferenciación sexual, en tanto que el género se refiere a los significados que cada sociedad atribuye a tal hecho.
Al respecto, dice la Dra. Mabel Burín que “una de las ideas centrales es que los modos de pensar, sentir, y comportarse de ambos géneros, más que tener una base natural e invariable, se deben a construcciones sociales que aluden a características culturales y psicológicas asignadas de manera diferenciada a mujeres y hombres. Por medio de tal asignación, a través de los recursos de la socialización temprana, así como de las figuras de identificación temprana, unas y otros incorporan ciertas pautas de configuración psíquica y social que hacen posible la femineidad y la masculinidad”.
El género pude definirse entonces como “la red de creencias, rasgos de personalidad, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres”.
Si consideramos que todo esto es el resultado de un largo proceso histórico de construcción social que supone no sólo diferencias entre ambos géneros sino que esas diferencias implican desigualdades y jerarquías entre ambos, entramos de lleno en el problema, de ahí que muchos ‘estudios de género’ como se los llama pongan el acento en analizar las relaciones de poder que se dan entre varones y mujeres.
Respecto a esto señala la Dra. Burin que “hasta ahora, los estudios de género se han centrado en la predominancia del ejercicio del poder de los afectos en el género femenino, y del poder racional y económico en el género masculino, y las implicancias que tal ejercicio del poder tiene sobre la construcción de la subjetividad femenina y masculina”.
A modo de conclusión
Como puede observarse en estas consideraciones la problemática del “género” abarca tanto al hombre como a la mujer. Otro de los hechos importantes que extraemos de estas afirmaciones es que el género no constituye un dato natural, una esencia inamovible, sino una construcción social que experimenta modificaciones a través del tiempo, y diferencias culturales.
Las transformaciones sociales y económicas casi vertiginosas ocurridas en el último siglo se reflejan necesariamente en la asignación de roles de cada género. Estos corrimientos generan muchas veces malestar en ambos géneros, discusiones y replanteos de las relaciones sociales y familiares. Esto lo sabemos y lo experimentamos casi todos. Súmele a eso una discriminación económica inaceptable, muy difícil de revertir porque hay quienes se benefician con las retribuciones injustas de quienes se han hecho y se hacen cargo de más del 50% del sostén de la economía real del mundo.
Los problemas, la conflictividad de estas cuestiones no han desaparecido y ese es un asunto que nos tiene verdaderamente preocupados y hasta consternados, porque muchas de las cosas que imaginábamos cambiarían para bien, no se cumplen y en cambio, pareciera que hay un agravamiento, por ejemplo en los hechos violentos que no son nuevos pero sí, muy graves. Entiendo que suele proliferar un doble discurso, cuando por un lado se condenan hechos aberrantes como la violencia doméstica o el femicidio y por otra parte sectores retrógrados buscan culpar solapadamente a las mujeres de sus propios males: por su beligerancia, por su manera de vestir, estar o enfrentar los nuevos tiempos.
A veces se oyen expresiones como “ellas se lo buscan”, “han avanzado demasiado”… Y en no pocas ocasiones en boca de mujeres. Esto debe hacernos pensar que el machismo, o la funesta ideología patriarcal o como quiera usted llamarla no es un problema sólo de mujeres sino de la sociedad toda, que incluye por supuesto a los hombres que padecen también este flagelo sin atreverse a denunciarlo. Terrible malestar que atraviesa toda la sociedad, que reclama soluciones, nada fáciles, que podríamos caracterizar como culturales. No basta con aplicar penas más severas, si creo que hay que refinar modos de prevención inteligentes y sobre todo con un mayor involucramiento de la sociedad toda, en sus diferentes instituciones, empezando por la familia y la escuela.
Si volvemos la vista atrás descubriremos que en materia de conquistar la igualdad jurídica de hombres y mujeres se ha avanzado considerablemente (no lo suficiente, cabe aclararlo), sin embargo en los hechos falta mucho camino por recorrer pues un cambio de mentalidad no obedece únicamente a las leyes y que hacen falta años y años de efectiva transformación para mudar hábitos, actitudes y prejuicios.
El camino es largo, difícil, hay mucho que recorrer en el campo de la libertad, de los derechos y de la dignidad del ser humano. Decimos humanos para evitar perspectivas sesgadas, porque entendemos que cualquier progreso genuino en la condición de la mujer redunda a la postre positivamente también, en la situación del hombre.
La defensa de los derechos de la mujer no es un asunto de mujeres solamente. La sociedad toda debe comprometerse en hacer que esas injustas desigualdades ancestrales se conviertan en cosa del pasado.
Elsa Robin
Dejar un comentario