Por Guillermo Pellegrini
Maestro Normal, Licenciado en Ciencia Política, socio de Rotary Pilar
La arrogancia es una característica que presentan algunas personas que se refiere a la altanería, la soberbia y el sentimiento de superioridad que hace que el individuo que la posee se sienta muy superior a los demás; siente un orgullo excesivo sobre su persona y exige un reconocimiento desmedido, creyéndose con derecho a tener privilegios que en realidad no tiene, ni debería tener.
También suele manifestarse sumiso, esconde la altanería, para infiltrarse reptando. Ingresa en grupos y asociaciones hasta que aparece su verdadera personalidad enfermiza.
La arrogancia es la manifestación de la debilidad, el miedo secreto hacia los rivales. Los hombres más arrogantes suelen ser necios, ponen toda la energía en su actividad social, política y deportiva. Con tal de crecer, trepar o ganar suelen perder, pues no tienen espíritu general de equipo.
La arrogancia y la soberbia es vivir uno mismo creyéndose mejor que los otros.
Hay personas y grupos con estas características, son aquellos que tienen exceso de autoestima y menosprecian a los demás.
Históricamente sobran los casos. La Waffen SS del Tercer Reich eran fuerzas especiales nazis, de inquebrantable y ciega lealtad, orgullosos, soberbios, vanidosos y arrogantes; formaban el cuerpo de combate calavera y eran cuestionados hasta en el mismo ejército alemán por sus desmanes y excesos.
Hay familias y empresas arrogantes con exceso de identidad y uno comprueba que lo que detentan no ha sido por el propio esfuerzo, sino el de sus antepasados que dejaron el lomo en el surco o la vista en la fragua. Ellos si poseían la virtud de la humildad y la tranquilidad de espíritu que da la dignidad, el respeto y el afecto bien ganando y sabían que valían por lo que eran y no por lo que habían logrado.
El soberbio arrogante desea con anhelo tener reconocimiento y distinción por parte del entorno y este círculo trata de obtener algún beneficio de esa persona, acomodarse, recibir prebendas sin el menor esfuerzo, son una especie de “felpudos humanos,” proclives a la delación, la calumnia y la entrega de sus cuerpos y conciencias, con tal de figurar, saltar y brincar al ritmo que les impone el arrogante y su entorno.
Decía Francisco de Quevedo “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”.
Esto si se trata y hay voluntad se puede superar, el conocimiento supera al odio, al resentimiento, a la arrogancia, a la ira y a la desesperación.
De forma consciente la persona se da cuenta que la comprensión, la tolerancia, el respeto y el afecto, conforman una fuerza que le da la libertad y la igualdad que son las bases de la convivencia social y republicana de occidente. Ya que sabemos que las democracias ayudan, pero no evitan estas cosas.
Por eso hablando de sistemas políticos, la monarquía del Antiguo Régimen Francés, fue una monarquía arrogante, soberbia y absoluta.
Eso quería decir que el rey era el único que detentaba la soberanía y el poder, Luis XV no tenía que dar razón a nadie de su gobierno, no consultaba con nadie, se encerraba haciendo lo que quería, confrontaba, amenazaba, gritaba, se exacerbaba y deliraba.
Su esposa María Antonieta, con sus conflictos y problemas psíquicos se sentía amenazada por todos lados, veía intrigas donde no las había y adoptó una conducta reaccionaria y conflictiva en el ejercicio de su poder.
En Versalles vivía rodeada de una cantidad de nobles aduladores e inútiles cuyo mantenimiento económico le llevaba al reino a gastar la décima parte de las rentas del estado. La dilapidación, el lujo y el gasto desmedido en su gobierno concentró la crítica popular, que fue movilizándose a medida que la crisis económica se agudizaba, hasta que terminó en la Revolución Francesa, donde el Doctor Guillotin no podía descansar.
El arrogante se maneja con los extremos, no siente la necesidad de mejorar o rectificar, exige de los demás lo que no está dispuesto a ofrecer.
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