El hecho de ser padre, tiene su día, y esto merece compartir algunas reflexiones. Es cierto que estas celebraciones se han convertido, como muchas otras, en un acontecimiento comercial. Sin embargo, también es cierto, que muchos, aunque no todos, buscan trascender este esquema un tanto frívolo buscando en estas ocasiones enriquecer ese vínculo no siempre exento de dolores y dificultades. Porque no es fácil ser padre, tampoco lo es, ser hijo o hija y a veces, esta relación está bastante magullada. De ahí que hablar de temas que parecen tan obvios, tan claros como el de “la paternidad” no resulte fácil, puesto que es una función atravesada por preguntas que nunca se acaban de responder.
Porque quién sabe a ciencia cierta qué es ser un buen padre... En realidad nadie lo sabe. Es una de esas tareas que se aprenden viviéndolas, de ahí, los errores, las culpas, las indecisiones que a veces generan. Seguramente que no hay una única manera de “ser padre”, como tampoco hay una única manera de ser hijo.
La paternidad es una función que hunde sus raíces en el humus biológico del procrear pero necesariamente lo trasciende. Agente privilegiado de la cultura, aún sin saberlo, el padre apela para ejercer su papel a criterios y pautas que ha recibido desde su propia experiencia filial, pautas que no son eternas ni inmodificables. De hecho el papel del padre ha variado y mucho en la sociedad contemporánea. Estos cambios, dada la complementariedad de las funciones están seguramente asociados a los que ha experimentado en nuestros tiempos la mujer en sus distintos roles.
Es probable que sigan los cambios y modificaciones en este campo. Pero hay ciertos datos que parecen permanecer firmes más allá de todas las contingencias. El hecho de sentirse hijos e hijas vinculados a través del padre, a una casi infinita cadena filiatoria que los conduce a los más remotos orígenes desencadena diversos sentimientos en cada uno de nosotros en tanto hijos y desde la perspectiva paterna, el imaginarse, (de algún modo presentes) en el misterioso futuro agudiza temores y esperanzas, que van más allá de las pequeñas historias personales.
Si dejamos a un lado esa dimensión ultrapersonal y retornamos al escenario doméstico nos conmueve descubrir como más allá de las muchas veces fructíferas diferencias nos unen con “el viejo” lealtades profundas, alianzas vigorosas que se muestran en los momentos difíciles. La relación entre padres e hijos atraviesa necesariamente a lo largo de la vida por etapas gratas y no gratas. Reflexionar, recordar sobre el sentido profundo de estas ligazones puede ser un buen ejercicio.
Hemos dicho que se funda en un dato biológico pero que lo trasciende y de tal manera que podemos asegurar que para “ser padre” no basta y ni siquiera es necesario serlo biológicamente. Esta afirmación se alimenta de los incontables casos de padres que lo son por elección superando así imposibilidades biológicas. A ser padre se aprende, suele decirse, pero es un aprendizaje que se nutre de las propias experiencias, de los éxitos y los fracasos, de los recuerdos pero también de las fantasías. Es una observación muy atinada la de que los hijos y las hijas suelen advertir la importancia del padre cuando a su vez tienen hijos. El afecto se enriquece entonces con la comprensión, con la ternura y la complicidad del humor que nace de ciertas inevitables perplejidades y de la emoción de iluminadores descubrimientos.
E.R.
El padre en la poesía
Mi padre
A mi hermano Mariano
Hace kilómetros,
cientos de nudos
marinos, toneladas de meses que no pienso
en mi padre.
Quizá ‘pensar’
sea exclusivamente una alucinación
desorientada
y, por momentos
bella, que no es frecuente que me roce.
(En materia de verbos
siempre elegí ‘sentir’, que incluye
la probabilidad
de algunos sentimientos).
Pero de pronto
hoy, por ejemplo,
me he acordado de él como si fuese un álbum
de grises y detalles.
No fuimos, es posible, excelentes amigos.
Y también es posible que la paternidad
consista sólo en una dura
probanza de la suerte y la palabra,
o del silencio,
su cuestionable equivalente.
Además la amistad es otra cosa,
menos obligatoria y más desfachatada,
más semejante
a las botellas, las mujeres
y estrecharse las manos,
uno de los contados trípticos
que el hombre escribe alegremente
sobre la vida.
Sin embargo,
sucedidos los años, los océanos,
los olores lavanda
de las fotografías, los errores,
me ha venido a los ojos, o no sé
a cual lugar de mí, como un agua distinta
a la de las gastadas lágrimas,
como una colección de mariposas
oscuras, como un torreón andante,
retazos de su rostro, su paciencia,
su agnosticismo,
su no entender quién era,
el más tierno de todos y más digno,
el más para quedarse en las bondades,
las casas que ocupamos, el derrumbe del treinta
y su traernos la comida,
su ponderable dejadez,
sus anteojos,
sus domingos
su paulatina decepción
de la amistad,
de los objetos
y las untuosas vanidades.
Naturalmente, me he encontrado algunas semejanzas, hijuelas
que me atribuyo
con esa detestable
presunción de los hijos,
que escogemos
lo que más nos conviene
para ascender
a los progenitores
como si tal
cosa: el color
de la piel, cierta
quietud que ahora
poseo, las entradas de la frente,
el desapego
por la vana opulencia.
Hoy, por fortuna, me he acordado
de mi padre.
Tal vez,
antes de medianoche
pueda ser él
mismo, él, él
aunque no tan paneras y tan panes,
tan niño alicaído,
tan ángel manco,
tan pascual y dulcísimo.
Gustavo García Saraví
García Saraví (Gustavo) Poeta argentino nacido en 1920 y fallecido en 1994. Entre sus obras podemos nombrar Tres poemas para la libertad, Los sonetos, Los viajes, Con la patria adentro, Puerta de embarque. A este último pertenece la poesía MI PADRE transcripta en esta sección.
Nivel
Este es el nivel de mi padre:
Su nivel de albañil.
Tiene una gota de aire.
Mi padre está hecho polvo. De aquel hombre
ya no se acuerda nadie.
Vive conmigo cada vez más solo
en esta gota de aire
Más olvidado cada día;
más recordado cada tarde;
cada vez más lejano y más cercano
en este mundo grande.
Todas las casas de mi pueblo,
todas las casas de antes;
todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.
Plano solado de los patios
Suma igualdad de los umbrales;
suelo de nuestra casa,
hecha para esperarte...
Todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.
Ven a mirar el transparente mundo
que me ayudó a encontrarte;
ven a mirar la fuente de mi verso,
llano, simple, constante.
Hacia ti y hacia mí se mueve el mundo
en esta gota de aire.
José Pedroni
Pedroni (José): poeta argentino nacido en Gálvez, provincia de Santa Fe, el 21 de septiembre de 1899 y fallecido el 4 de febrero de 1968 en la ciudad de Mar del Plata.
Vivió la mayor parte de su vida en la ciudad de Esperanza en Santa Fe donde trabajaba como contador de una importante fábrica de arados. Su obra poética es amplia y ha merecido el reconocimiento de infinidad de lectores. Muchos de sus poemas han sido musicalizados. Entre su obra podemos recordar a Gracia Plena, El pan nuestro, Nueve Cantos, Monsieur Jacquin, Canto al hombre, El nivel y su lágrima, a este último poemario pertenece el poema transcripto en esta sección.
Mi viejo
Quisiera amasijarme en la infinita
ternura de mi barrio de purrete,
con un cielo cachuzo de bolita
y el milagro coleao del barrilete.
Verlo a mi viejo, un tano laburante
que la cinchó parejo, limpio y claro;
y minga como yo: un atorrante
que la va de sover y se hace el raro.
Mi viejo carpintero era grandote, y un cuore chiquilín, siempre en la vía.
Su vida no fue más que un despelote
y un poco, claro está, por culpa mía.
Vino en el “Conte Rosso”. Fue un espiro.
Tres hijos, la mujer, a más un perro.
Como un tungo tenaz la fue de tiro.
Todo se la aguantó: hasta el destierro.
Y aquí palmó... aquí está adormecido
mi viejo, el pobre tano laburante.
Se la tomo una cheno de descuido
y me dejo un recuerdo lacerante.
Qué mundo habrá encontrado en su apoliyo
si es que hay un mundo pa los que se piantan.
Sin duda el cuore suyo se hizo grillo
y su mano cordial es una planta.
Julián Centeya (Amleto Vergiati)
Uno de los poetas más representativos de la poesía lunfardesca. Nació en Italia en 1910 desde donde emigró a nuestro país siendo un niño. Su poesía expresa los sentimientos de un verdadero porteño. Entre sus obras podemos recordar: La musa mistonga de 1964, La musa de barro de 1969 y El vaciadero de 1970. Centeya falleció en Buenos Aires en el año 1974.
Dejar un comentario